La ruleta rusa

Mientras operaba a su paciente pensó en la ruleta rusa. Había una relación entre ese hecho y el juego de la muerte pero no alcanzaba a definirla. —No —se dijo: las leyes de juego son muy diferentes. En la ruleta rusa el primer jugador sólo tiene una fracción del azar en su contra, el último, sólo una fracción a favor: éste opta simplemente entre si o no. El tumor tenía más ramificaciones de lo esperado: se perdía en la zona prohibida. La posibilidad de sobrevida disminuía a cada instante. Antes del quirófano pensó en cinco años. Ahora rebajaba: cuatro, tres, dos años. Quizá sólo seis meses: “Lo necesario para contar el cuento” —se dijo. No. no era el caso de la ruleta rusa. Comprendió que tampoco tenía sentido especular con el tiempo: se trataba de la conducta.

El filo interesaba centros vitales. —“No debía haber operado” —se confesó. El enfermo podría recuperarse pero quedaría sin timón, como un barco al garete. Vio la escena de Frankenstein que tanto le había impresionado en el cine: el monstruo arrojaba una flor al estanque y la seguía con la vista hasta que desaparecía de la superficie. Enseguida tomaba a una niñita y hacía lo mismo.

Siguió cortando. Era allí, en el lóbulo, donde la computadora tenía la cinta tenía la cinta grabada con las pautas de la conducta. Ahora podría resultar cualquier cosa. Volvió a pensar en la ruleta rusa y vio que no había diferencia: —“Soy apenas el ejecutor del azar” —se dijo, —pero eso no le produjo alivio.

La operación fue exitosa. Sus colegas le felicitaron. Apareció su foto en los periódicos. Su fama se extendió rápidamente. En un simposio mostró las fotografías sobre el caso y dictó una conferencia.

Seis meses después, el paciente, totalmente recuperado, se presentó en su consultorio. Quería testimoniarle su agradecimiento. El médico, confiado, sonriente, le extendió la diestra pero no pudo atajar el balazo. Antes de expirar pensó en la ruleta rusa: sí, había una pequeña diferencia. Él apretó el percutor hacía ya un largo tiempo y recién ahora salía la bala.

Jorge Alberto Ferrando
No 95, Noviembre-Diciembre 1985
Tomo XV – Año XXI
Pág. 26