Las ninfas


Paracelso limitó su habitación a las aguas, pero los antiguos las dividieron en ninfas de las aguas y de la tierra. De éstas últimas, algunas presidían sobre los bosques. Las hamadríadas moraban invisiblemente los árboles y perecían con ellos; de otras se creyó que eran inmortales o que vivían miles de años. Las que habitaban en el mar se llamaban ocreánidas o nereidas; las de los ríos náyades. Su número preciso no se conoce; Hesíodo aventuró la cifra de tres mil. Eran doncellas graves y hermosas; verlas podía provocar la locura y, si estaban desnudas, la muerte. Una línea de Propercio así lo declara.

Los antiguos les ofrendaban miel, aceite y leche. Eran divinidades menores; no se erigieron templos en su honor.

Jorge Luis Borges
No. 64, Abril – Mayo 1974
Tomo X – Año XI
Pág. 533

Jorge Luis Borges
No. 91, No. de 20 Aniversario – 1984
Tomo XIV – Año XX
Pág. 408

Miedo

—La vibración de la luz, la impresión de un momento diabólico. ¡Pánico! Sí, esto es lo que el artista representa en este cuadro con rápidas pinceladas —el orador oficial seguía en su discurso rodeado de colores, artistas y críticos, sobre todo críticos de arte.

—¡Pánico! Qué sabrás de pintura —la voz provenía de la parte izquierda del salón; todos se dieron vuelta, pero ya no se veía ni escuchaba nada.

La sala estaba decorada en un exquisito gusto florentino; de las arcadas superiores pendían caireles del bajo renacimiento y más abajo aún, como una ofensa, el saco gastado y brilloso de Amadeo Polarín que permanecía sentado sobre los finos mármoles de la escalera; sus ojos trataban de romper los sobrios colores de la gente amontonada delante de su obra.

Los críticos más avezados no dejaban de elogiar la pintura de Amadeo Polarín, que seguía allí, escondido y murmurando: —Son unos miopes—

Los “entendidos”: —Es el impresionismo de principio de siglo—

Un periodista: —Lástima que no esté aquí el autor.  ¡Miren ustedes las grietas de esas paredes, los chicos corriendo con ese miedo que nos llega a nosotros!—

Un periodista de arte, del diario Clarín, agregó: —Es más espantoso que GUERNICA, por algo le dieron el primer premio—

—Fue el pintor de los últimos años que con más fidelidad interpretó el miedo en colores y formas impresionistas— dijo otro, casi gritando.

Abajo, Polarín hablaba en voz baja: —¡Qué torpes! ¡Yo justamente interpretar el miedo! Elevándola a medida que sus nervios le aumentaban la rabia. Rabia que estalló de golpe y parándose en medio del salón: —¡Pero ustedes son ciegos! —y agarrándole la mano a un periodista, prosiguió, haciéndole señalar su cuadro:

—Ustedes, expertos en arte, que vieron grietas en las paredes, miedo en la gente que no es más que el miedo de ustedes, pasaron inadvertidos los ojos de esta chica que está sobre la ventana. ¡Fíjensen, fíjensen en el celeste de esos ojos!

Nuria Pérez
No. 64, Abril – Mayo 1974
Tomo X – Año XI
Pág. 563

Las horas deleznables

De vuelta, después de mi larga ausencia, la vi acechando mi paso en la calle y las venas se me hincharon de resentimiento.

Ella me dijo: —Necesito hablarte…

Entonces palpé levemente mis ropas y respondí: —No tengo tiempo…

Esa fue sólo una verdad a medias porque, al llegar a casa y vaciar mis bolsillos, hallé, que de las horas pasadas, aún me quedaban unos minutos sueltos

José Antonio
No. 64, Abril – Mayo 1974
Tomo X – Año XI
Pág. 561

La lluvia

Se habían pronosticado épocas de grandes lluvias y, efectivamente, en el momento previsto comenzó a llover.
La lluvia tenía un ritmo acostumbrado y no le prestamos demasiada atención. Nos recogimos al resguardo de su intimidad. Llamaron a la puerta, abrimos y el aspecto de nuestros amigos nos turbó.
Antes de empezar a hablar, supimos que la lluvia caía hacía arriba.

A. F. Molina
No. 64, Abril – Mayo 1974
Tomo X – Año XI
Pág. 559

Exactitud

—¡Por las barbas de Jehová! —gruñó el anciano—. El correo anda muy mal. Acabo de recibir una carta fechada el 5 de Octubre de 1895, fecha de mi nacimiento.

—Te equivocas, querido —le contestó la anciana—. El correo de hoy en día es muy eficiente. Esa fecha corresponde al día de tu fallecimiento.

Alfredo Cardona Peña
No. 64, Abril – Mayo 1974
Tomo X – Año XI
Pág. 555

El enmascarado

El hombre enmascarado contempló fríamente a su víctima. Lo observó detenidamente como calculando fuerzas y ventajas. Tomó el filoso cuchillo y a sangre fría dio el golpe sin importarle los testigos que mudos de espanto le miraban hacer:

¡Había iniciado su delicada operación quirúrgica!

Ricardo Fuentes Zapata
No. 64, Abril – Mayo 1974
Tomo X – Año XI
Pág. 554

La mujer ideal

Estacionó el automóvil a la orilla de la autopista. Descendió para descansar unos instantes, pues llevaba varias horas manejando y dirigió sus miradas a aquel hermoso paraje en el que destacaba un manantial de aguas cristalinas, al cual encaminó sus pasos. Nunca se imaginó que ahí, jugueteando en el agua, iba a encontrar a aquella bellísima mujer, luciendo toda su esplendorosa, divina desnudez.

Toda su vida había buscado, en vano, una mujer así y ahora, cuando ya había perdido las esperanzas de encontrarla, inesperadamente aparecía. Ahí estaba. Exactamente igual a la mujer de sus sueños: la mujer ideal.

Se enamoró de ella, la sedujo, se casaron. Pero no fueron felices porque el no era el hombre ideal.

Amós Bustos Torres
No. 64, Abril – Mayo 1974
Tomo X – Año XI
Pág. 550

Suavizar la sentencia

Lo había planeado todo perfectamente. Ahora, sin embargo, se encontraba prisionero. “Fínjase loco —le había aconsejado su abogado—, y así podremos suavizar la sentencia”. Y así lo había hecho. En el tribunal, frente al juez, ante la posibilidad de negar su culpabilidad, se limitó a extraviar la mirada sobre las imágenes que iba formando en su memoria (el cuerpo de su mujer, el ensangrentado cuerpo de su mujer, retorciéndose y pidiéndole perdón por su infidelidad, suplicándole), a reír incoherentemente, a balbucir palabras carentes de sentidos. Y él, al encubrirse, descubría en sí mismo una extraordinaria habilidad para engañar a los demás.

“Todos me creyeron loco —piensa ahora en su celda—, a todos los engañé y me dejaron en paz”. Y excitado, presa de una extraña expectación, se recuesta sobre la litera maloliente y enmohecida. “A todos los engañé —se repite, sintiendo el mismo cosquilleo sobre sus pies—, a todos, menos a estas malditas”; y con las manos, desesperadamente, trata de librarse de esas hormigas gigantes, monstruosas, que desde entonces ascienden por cientos a lo largo de sus piernas haciéndole saltar, correr, gritar aterrorizado (¡es ella!, ¡ella las manda!”); que ascienden incontenibles, con sus crujientes cuerpos azules salpicados por la sangre de su mujer, sobre su cuerpo maltrecho y angustiado. “A todos, menos a estas malditas”, solloza, desplomándose impotente sobre el sucio suelo de su celda.

Sergio González Salvador
No. 64, Abril – Mayo 1974
Tomo X – Año XI
Pág. 549

Voló, voló y…

Pasaba aquel extranjero frente a uno de tantos bazares de Calcuta y entró, atraído por la gran cantidad de objetos de toda clase que estaban en venta. Una hermosa lámpara de aceite, de estilo antiguo como la de Aladino, atrajo sus miradas; la levantó con cuidado y, distraídamente, la frotó. Entonces la tapa de la lámpara se movió y surgió un dedo ensortijado que le llamaba; acercó la lámpara a sus ojos sumamente intrigado y una voz, casi un susurro, le dijo:

“!Oh Amo! Me has llamado y debo salir, pero si lo hago, toda esa gente que te rodea se dará cuenta de que la lámpara que sostienen tus afortunadas manos, contiene un poderoso genio y el dueño del bazar no aceptaría nunca vendértela; por lo tanto, es más sensato que vayas y disimuladamente la compres”.

Así lo hizo. Corrió a su hotel y encerrándose, frotó ansiosamente la lámpara maravillosa y un imponente genio apareció ante sus asombrados ojos, el cual, con voz solemne y autoritaria le dijo:

“Estoy autorizado a concederte un deseo, pero sólo uno: así que piensa muy bien lo que vas a pedir, porque después regresaré a la lámpara y no volveré a salir hasta dentro de un milenio”.

Y como su máximo deseo había sido volar como las águilas, pidió que le concediera un par de poderosas alas que le permitieran remontarse a las alturas, a través de las blancas nubes y vagar entre el azul del cielo. Y helo ahí, convertido en la atracción principal del zoológico de Singapur.

Amós Bustos Torres
No. 64, Abril – Mayo 1974
Tomo X – Año XI
Pág. 547

El Libro

Cada pájaro que caía al suelo se hacía invisible. Cada piedra que ascendía del suelo se convertía en un pájaro.

En el lugar de las piedras aparecieron letras.

Entonces unos hombres comenzaron a recogerlas y se oía decir que las estaban ordenando para hacer con ellas un libro…

A. F. Molina
No. 64, Abril – Mayo 1974
Tomo X – Año XI
Pág. 553

El cazador de sirenas

—¿Y, es difícil encontrarlas?
—No, si usted supiera, es sencillísimo.
—¿Y son realmente como dicen, mitad humana y mitad pez?
—Sí, claro, así son.
—¿Y son muy difíciles de pescarlas-cazarlas?
—No, no, de lo contrario.
—¿Y entonces qué?
—Es muy difícil saber que hacer con ellas después de agarrarlas.

José Gilberto Hernández Ramírez
No. 64, Abril – Mayo 1974
Tomo X – Año XI
Pág. 532

La bailarina

(A Olga)

Noche a noche, a la misma hora, como un ritual, la bella y dulce bailarina danzaba al compás de una suite de Tchaikowsky. Siempre a la misma hora, la misma música, los mismos pasos. Era tal la gracia de su danza que cautivaba a ese selecto grupo que noche a noche tenían el privilegio de verla bailar.

Una noche la música cesó de pronto. La frágil figura quedó inmóvil, con una pierna extendida, iniciando un paso que no terminó. Sus admiradores la olvidaron.

Ahora, la bailarina espera —arrumbada en una empolvada vitrina de bazar— que alguien se acuerde de ella, repare el complicado mecanismo de la cajita musical… vuelvan así a sonar las notas de Tchaikoswky, y ella reanude su grácil danza.

Salvador Herrera García
No. 64, Abril – Mayo 1974
Tomo X – Año XI
Pág. 527

El experimento

Entonces se reunieron los más destacados genios de la Unión y construyeron un detector electrónico superarchirrecontrasensitivo. Hicieron muchos experimentos con personas que voluntariamente se sometieron a ellos. Grande fue su sorpresa —pues todos eran materialistas— cuando lograron detectar algo que al principio les pareció indefinido, vago, confuso. Sin embargo, después de laboriosos esfuerzos, pudieron captar nítidamente en cualquier persona eso, llamado desde tiempos inmemoriales, “alma”. El siguiente paso consistió en tratar de extirparla sin causar la muerte y cuando se sintieron capaces de hacerlo, escogieron cuidadosamente a la persona idónea para ello. La sometieron al tratamiento y el éxito fue rotundo: ¡lograron extirparle el alma! La enrollaron, la envolvieron en un papel especial previamente preparado y lo guardaron en la caja fuerte del laboratorio. Sin embargo, nadie supo cómo, pese a que se tomaron toda clase de medidas de seguridad, el alma escapó. Algunos aseguran haberla visto vagar por diferentes lugares.

Respecto al hombre sin alma, se convirtió en un gran estadista; gracias a ello ha desarrollado una brillante carrera política que lo ha llevado a ocupar actualmente la Presidencia de la URCSM (Unión de Repúblicas Confiadas en Sí Mismas), y dicen que está preparando un plan infalible para gobernar al mundo.

Amós Bustos Torres
No. 64, Abril – Mayo 1974
Tomo X – Año XI
Pág. 525

La vida en común

Alguien que a toda hora se queja con amargura de tener que soportar su cruz (esposo, esposa, padre, madre, abuelo, abuela, tío, tía, hermano, hermana, hijo, hija, padrastro, madrastra, hijastro, hijastra, suegro, suegra, yerno, nuera) es a la vez la cruz del otro, que amargamente se queja de tener que sobrellevar a toda hora la cruz (nuera, yerno, suegra, suegro, hijastra, hijastro, madrastra, padrastro, hija, hijo, hermana, hermano, tía, tío, abuela, abuelo, madre, padre, esposa, esposo) que le ha tocado cargar en esta vida, y así, de cada quien según su capacidad y a cada quien según sus necesidades.

Tito Monterroso
No. 64, Abril – Mayo 1974
Tomo X – Año XI
Pág. 519

Mi salud

El pelo me crecía de prisa por la noche y yo amanecía envuelto en él como dentro de un nido. Pero una mañana desperté calvo. Al día siguiente comenzó a levantárseme la piel. Cada día pierdo un dedo, un diente, una oreja… y así sigo. Esto no puede durar mucho, pero mi salud es perfecta.

A. F. Molina
No. 64, Abril – Mayo 1974
Tomo X – Año XI
Pág. 523

Una discusión

Además de discutir estúpidamente, aquel hombre me insultó.

Calculé que era más débil e intenté golpearle. Pero mis puños no le alcanzaban y él se reía delante de mí.

Cuando me agotó el inútil esfuerzo, él me volvió las espaldas y el ellas vi escrito mi nombre.

A. F. Molina
No. 64, Abril – Mayo 1974
Tomo X – Año XI
Pág. 522

El rey

Para resguardarlos de morir, el Rey ordenó a sus vasallos que cada quien se procurase uno o más alter ego completamente semejantes en vestimenta, físico y costumbres, de suerte que si la muerte viniera se desconcertase con las semejanzas y no supiera llevarse a nadie. Con esto vino a ser un reino de gentes enteramente iguales entre ellas, y si alguien de todos modos fallecía, se trataba el suceso con gran secreto para no cundir la alarma entre los vasallos, que así lo pasaban confiados de no morir jamás; pero por lo mismo se desentendían de las cosas obligadas de sus vidas. Este dulce abandono llegó a ocasionar sin embargo una grande hambre en el reino, que condujo cruelmente a los vasallos a despojarse de sus atuendos que los igualaban a devorarse unos a otros, quedando solitario el Rey, corrido por su fracaso.

Juan Aburto
No. 64, Abril – Mayo 1974
Tomo X – Año XI
Pág. 520

El túnel del tiempo

Aquel escritor ambicionaba, más que otra cosa, que le dedicaran una calle en el pueblo de su mujer, el gran amor de su vida. En aquel pueblo había pasado la horfandad de su niñez.

Nadie en el  lugar tenía la menor idea de la real importancia de su obra y, sólo cuando ya muy anciano la evidencia se impuso, le dedicaron una calle.

En aquel momento el escritor estaba lejos. Pasaba una temporada con un amigo científico. Este amigo consiguió crear el túnel del tiempo. Un túnel individual que sólo servía para una vez. Le invitó a que entrara en el túnel y se trasladara a la época deseada. Entró el escritor y convertido en niño recorría las calles de su infancia en el pueblo de su mujer, y allí apedreaba la placa de la calle que le dedicarían pasando el tiempo.

A. F. Molina
No. 64, Abril – Mayo 1974
Tomo X – Año XI
Pág. 509

La carta

Escribía, indudablemente, influida por todas las novelas escritas o televisadas: “Te necesito. Estos meses lejos de ti han sido para mí como un infierno. No sé como he podido vivir tanto tiempo lejos de ti. Mi vida y mi ser los consume el ansiado deseo  de verte, de hablarte, de sentirte cerca de mí como tantas veces. ¡Te necesito tanto, Jorge! ¿Me escribirás? ¿Regresarás pronto?

Su escrito fur interrumpido por el silbato del cartero en su puerta. Se levantó y recibió la carta. Procedió a abrirla con la esperanza transformada en manos: ¡dentro del sobre venía Jorge!…

Daniel Barbosa Madrigal
No. 64, Abril – Mayo 1974
Tomo X – Año XI
Pág. 518

Mi resurrección

Me construyeron una recia madera negra de los bosques alemanes, por encargo de un hombre pobre, pero rico de corazón, quien con su ingenio y su trabajo tenaz me hizo crujir. De mis entrañas salieron las páginas de la primera Biblia, impresa en elegantes y bellas letras góticas.

Yo me sentía feliz al lado de mi dueño; los dos teníamos conciencia de nuestra misión, de lo que nuestro trabajo representaba para la humanidad. Pero, un día el usurero Juan Fust, quien proporcionó el dinero para mi construcción, me alejó del lado de mi noble dueño, quien a poco murió pobre y olvidado. Yo fui arrinconada y luego destruida.

Soy la Imprenta, mi noble dueño fue Johannes Gutemberg, cuyos restos, así como mis cenizas, descansan en algún lugar desconocido. Soy la madre de las máquinas impresoras de ahora, que hacen en un momento lo que yo tardaba años en realizar. El nombre de mi dueño: Gutemberg, así como el mío renacen de las cenizas, como el Ave Fénix, cada vez que en un lugar del mundo sale a la luz un impreso.

Salvador Herrera García
No. 64, Abril – Mayo 1974
Tomo X – Año XI
Pág. 511

Zapatillas eróticas

La condesa Spalantani acostumbra acariciar amorosamente a sus perritos con la fina zapatilla de su pie derecho, que mueve rítmicamente debajo de una mesita circular, cuando se reúne con sus amigas para jugar al “bridge”. Al sentir la zapatilla humedecida, grita:

—¡Heeenry!

Acude el mayordomo, ataviado como un almirante, y con patética seriedad, rodilla en tierra, procede a quitar la zapatilla “usada” y a colocar otra igual en el piececito de su ama. La condesa tiene tantas zapatillas como perritos, aquellos de raso de Arabia, y éstos de la raza pekinés.

Alfredo Cardona Peña
No. 64, Abril – Mayo 1974
Tomo X – Año XI
Pág. 503

De Jacques

Llueve en finísimas flechas aceradas sobre el mar agonizante de plomo, cuyo enorme pecho apenas alienta. La proa pesada lo corta con dificultad. En el extremo silencio se le escucha rasgarlo.

Jaques, el corsario, está a la proa. Un parche mugriento cubre el ojo hueco. Inmóvil como una figura de proa sueña la adivinanza trágica de la lluvia. Oscuros galeones navegando ríos ocres. Joyas cavadas espesamente de lianas.

Jaques quiere darse vuelta para gritar una orden, pero siente de pronto que la cubierta se estremece, que la quilla cruje, que el barco se escora como si encallase. Un monstruo, no, una mano gigantesca alza el barco chorreando. Jaques, inmóvil, observa los negros vellos gruesos como cables.

“¿Éste?” “Sí, ése” —dice el niño, y envuelven el barco y a Jaques en un papel que la fina llovizna de afuera cubre de densas manchas húmedas. El agua chorrea en la vidriera y adentro de la tienda la penumbra cierra el espacio vacío con su helado silencio.

Eliseo Diego
No. 64, Abril – Mayo 1974
Tomo X – Año XI
Pág. 507