Papillons. Clises

Una tarde de septiembre, en los Hermanos Cristianos, le tocaron por primera vez el trasero al pobre Ceferino. No poco se le arrebolaron las mejillas y semanas después, enjabonándose, recordaría en detalle las circunstancias. El resto de las tardes de ese otoño del año treinta y dos se las pasó anticipando avergonzarse bajo los chopos enhiestos del colegio.

A los dos años, contemplando un abanico, descubrió ser niño sensible que amaba el arte. En esa época comenzó sus mariposas: blancas, rosas, moradas; de antenas largas; de vuelo pausado. Pintó mariposas todo el bachillerato poseído cada vez más de su talento. Ejemplares de este género hoy adornan los bares Miraflores, Concha y Mamey.

Trabó amistad, en un oficio de tinieblas del año cuarenta y seis, con otro joven sensible, de largos dedos, ávido lector de poesía. Se vieron, a menudo, largamente, durante los diez años que siguieron: se hicieron confidencias ideológicas, se escandalizaron de las modas femeninas, se tropezaron codos en la oscuridad de los teatros. Fue este periodo difícil en que el insomnio dominó las noches del pobre Ceferino, en que sus manos —al arte dedicados— manosearon el cuerpo sin descanso. Es de entonces su obra predilecta: amenazadoras mariposas antropoides de angustiados ojos verdes. De título “Papillons”, el cuadro cuelga todavía a la adusta cabecera de su madre.

Pasó el tiempo y, a los treinta y nueve, sufrió el pobre Ceferino triste desengaño al manifestarle al amigo —ansia en la voz, bragueta abierta— ignoradas intimidades palpitantes. Fueron esos inconsolables días de ira y soledad oscuras a cuyo fin comenzó a impartir dibujo lineal en un instituto a jóvenes de trece a quince. Son las mariposas de entonces espectrales sombras pardas de afilados dientes pequeñísimos que guarda e artista, con celo inusitado, en la seguridad de su recámara.

A medio vestir, doblado ante el decidido dedo enguantado del proctólogo, le sorprendió el verano del cincuenta y nueve. Desde entonces se le ha ido la vida cuesta abajo. La enfermedad ocular que le enceguece, malas digestiones y hemorroides le han afeado el ánimo y mermado los vuelos de su espíritu. El pobre Ceferino, en franca cincuentena, ya no pinta “papillons” y se repugna con el acné de sus discípulos. Dicen los que lo saben, que le han visto esta semana, a la mesa de un café del puerto, observar con ojos estrábicos el abultado pantalón de un camarero.

A. Hacthoun
No. 72, Abril-Junio 1976
Tomo XI – Año XI
Pág. 641