Andrés, El Joven

Andrés paseó de nuevo su mano por la cara, en forma detenida y, luego de asegurarse infinidad de veces al rectificar con ese mismo movimiento, anotó en una hoja el número de arrugas; después se deshizo del papel, decidido a negarse la evidencia: Andrés no aceptó que la ancianidad es una meta intermedia, alcanzada por él desde hacía ya mucho tiempo, y por esa soberbia amó aún mucho más aquella juventud perdida, aquellos tiempos en que las manos supieron encontrar superficies sin arrugas. Podría imaginar todo aquello, podría recordarlo, pero, después de reproducirse mentalmente todas esas escenas, sabría vivirlas de nuevo y no nada más por hacerlas brotar de la memoria.

El no era un viejo, él burlaría todos los aspectos naturales que así lo mostraban ante sí mismo y ante el mundo; los nombres de las mujeres a las que supo amar en otras épocas, serían de nuevo repetidos, y por supuesto aplicados a mujeres nuevas, tiernas en edad y para él desconocidas. Cerraría los ojos, traería a su mente algo para ser utilizado como clave, y volvería a abrirlos, sin recordar nunca más que había sido, durante algunos días, un viejo despreciable con el vigor viril únicamente en forma de obsesiones.

Así lo hizo: pensó en el movimiento continuo, en sus poderes ilimitados y buscó, siempre, la antigua mecedora de los ritos.

Manuel Capetillo
No. 50, Diciembre 1971
Tomo VIII – Año VIII
Pág. 572

Lejos de Macondo

En esa tarde las nubes se adhirieron a los cerros, y desde entonces ha estado a punto de llover. Los sombreros y rebozos fueron puestos sobre las cabezas, la obscuridad hace pensar en lo intempestivo de la próxima tormenta, pero todo ocurrirá dentro de miles de años.

Manuel Capetillo
No. 50, Diciembre 1971
Tomo VIII – Año VIII
Pág. 547

Rosalía se encuentra confundida, también Rodolfo.

Expone José Antonio:

—Duffy alberga inconscientes motivos sobre todo cuando los incidentes se producen en forma podríamos decir casi-contraria, ¿no es así?

Rodolfo:

—Creo empezar a comprenderte aunque atendiendo a la verdad debo decir que lo que expresas llega a ser captado por mí en una medida imposible de tomarse en cuenta.

Llueve. La navegación submarina queda suspendida y se da la orden de proceder a la eliminación de los intentos aéreos que hubieran estado programados. Así, los dos amigos interrumpen absolutamente todas sus transmisiones (¿se oye bien?), mientras que Rosalía parece meditar en el interior de un submundo más bien embebido de los elementos comunes al primitivismo —próximo a olvidarse— y por lo mismo separa las ropas transparentes, adheridas, arrancándolas centímetro a centímetro. Después, se cubre como conviene, al acercarse José Antonio y Rodolfo en sendos aparatos, poco más que imperceptibles con objeto de no ser atrapados por las autoridades, y considera si Duffy es un inconsciente.

—No, no él mismo, haz un esfuerzo, se trata de los motivos que alberga —le aclara José Antonio, y lo hace con amabilidad, aplicando algunas virtudes interiores. Rodolfo alcanza, entonces, un estado de absortez casi completo.

Manuel Capetillo
No. 50, Diciembre 1971
Tomo VIII – Año VIII
Pág. 513