Extendiendo las manos fuera del lecho, Pluma se extrañó de no encontrar la pared. “Bueno, pensó, las hormigas se las habrán comido”… y se volvió a dormir.
Poco tiempo más tarde su mujer lo tomó entre sus manos y lo sacudió: “Mira haragán, le dijo, mientras tú dormías, nos han robado la casa”. En efecto, un cielo intacto extendíase por todos los costados. “Bah, respondió aquel, es cosa hecha”.
Poco después se oyó un ruido. Era un tren que se les venía encima a toda velocidad. “Por lo apurado que viene, pensó, llegará seguramente antes que nosotros”, y se volvió a dormir.
De pronto el frío lo despertó. Estaba todo bañado en sangre. Algunos trozos yacían junto a él. “Con la sangre, pensó, siempre surgen infinidad de contrariedades; si ese tren no hubiera pasado, quizá fuese dichoso. Pero ya que ha pasado…” y se volvió a dormir.
—Veamos —decía el juez—, cómo explica usted que su mujer se haya herido al punto de haberla encontrado seccionada en ocho trozos, sin que usted, que estaba a su lado, haya podido hacer un gesto para impedirlo, y sin haberse dado cuenta de ello. He ahí el misterio. Todo el asunto reside en esto.
“Sobre esa pista, no puedo ayudarlo”, pensó Pluma y se volvió a dormir.
—La ejecución tendrá lugar mañana. Acusado, ¿tiene usted algo que agregar?
—Excúseme usted —dijo—, no he seguido el desarrollo del proceso. Y se volvió a dormir.
Henri Michaux
No. 59, Junio-Julio 1973
Tomo X – Año IX
Pág. 741