Punto

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Le había jurado vengarse.

Estaba recostada en su cama cuando escuchó parar un carro debajo de su ventana.

Después sintió que subían apresuradamente las escaleras.

Cuando se levantó, alguien caminaba por el pasadizo suavemente como si estuviese buscando una numeración, hasta que se detuvo frente a su puerta.

Tres golpes fuertes lo sacaron de su ensimismamiento y se apresuró a abrir involuntariamente.

—He venido a cumplir mi palabra…

Alberto Yauri miró por todas partes para ver de dónde venía la voz, pero sólo descubrió un punto casi luminoso sostenido en el aire como un ojo que lo miraba insistentemente. Un punto pequeño pero de una gran fuerza magnética.

El punto avanzó haciéndolo retroceder y luego cerró la puerta tras él.

—Vengo a probarte mi teoría. He logrado centralizar toda mi fuerza física y mental en el punto que ves… Ahora tendrás que seguirme por el mundo que he descubierto.

Y dicho esto, se alargó como un rayo hacia su víctima, y de un solo trazo, lo convirtió en una coma.

Luego, el punto y la coma se trasladaron al diccionario que estaba sobre el escritorio, se metieron en sus páginas y desaparecieron.

Juan Rivera Saavedra
No. 54, Julio-Septiembre 1972
Tomo IX – Año IX
Pág. 163

Diario

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15 de enero.— Mi única esperanza, mantenida durante tres años, termina hoy por extinguirse. Todos los pelos de mi cabeza se han caído. Sobre que la naturaleza me ha negado toda clase de atributos, ¿no es esto lo peor que le puede ocurrir a una mujer?

23 de abril.— Hace meses que observo a mis vecinas. Todas cambian de enamorados como si cambiaran de pañuelo… yo en cambio no he tenido en mi vida una aventura que me permita siquiera vivir de su recuerdo.

29 de julio.— ¡Me horrorizo! Las hermanas mellizas batieron ayer el record. Recibieron a cuatro enamorados en una tarde.

30 de octubre.— Lamento haber comprado una balanza para el baño. Sigo bajando de peso. 38 kilos para mi estatura y edad, es poquísimo. Tendré que cuidarme, de lo contrario enfermaré y no podré pagar médico.

10 de noviembre.— Tanto reclamé por la llegada de un artista. Las mujeres están locas. Y encima, el artista es calvo. Por más Yul Brynner que sea, repito que están locas.

15 de noviembre.— Querido diario, me quiero suicidar. Juro que lo haré si en caso fallara mi plan. Ya que el destino ha querido que me quede calva y sea el hazmerreír como mujer, por lo menos espero no serlo esta noche que pienso salir a la calle, vestida de hombre.

20 de diciembre.— ¡Soy la mujer más feliz de mi vida! Dentro de cinco días me doy de aros con mi vecina… ¡y que Dios me perdone!

Juan Rivera Saavedra
No. 54, Julio-Septiembre 1972
Tomo IX – Año IX
Pág. 162

Robot 2

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José Santiago se aburría de todo en su casa hasta que le llegó equivocadamente un juego de Mecano. Se puso a armarlo y construyó un robot.

Un día le agregó una pieza y el robot empezó a cocinar. Entonces, entusiasmado por el descubrimiento ajustó un tornillo por aquí y el robot se dirigió al patio, recogió toda la ropa arrugada y la planchó como una perfecta ama de casa.

Le ajustó una pieza por allá, y el robot se puso a pintar.

La añadió una pieza y se puso a cantar.

Le agregó otra y se puso a hablar de política.

Confeccionó unas piezas absurdas y se puso a tocar el violín.

Feliz de su valor electrónico, salió a dar unas vueltas con el fin de descansar de tantos meses de encierro.

Sintió que las plantas le sonrieran, que el aire lo miraba orgulloso y que la gente lo señalaba al pasar.

Regresó a su casa, dejó encima del sofá su abrigo y su bufanda y se dirigió al taller para continuar con su trabajo.

La primera impresión al abrir la puerta, fue tremenda. Parecía que un ciclón había pasado por allí durante su ausencia. La segunda escalofriante: el robot se había hecho humo.

Desesperado corrió al cuarto de su mujer pensando en una inminente desgracia, pero sólo halló sobre la cama una nota en que ésta le decía coquetamente.

—“Le agregué una pieza al robot, se volvió romántico, y me fugué con él”.

 

Juan Rivera Saavedra
No. 54, Julio-Septiembre 1972
Tomo IX – Año IX
Pág. 161

Juan Rivera Saavedra

Juan Rivera Saavedra

Juan Rivera Saavedra

Dramaturgo que obtuvo el Premio Nacional de Teatro concedido por el Instituto Nacional de Cultura en 1987, en mérito a su obra. Es considerado “el autor más prolífico de América Latina”, ha escrito más 500 cuentos y 176 obras de teatro, varias de las cuales han sido traducidas al inglés, francés y alemán. Varias veces ganador del Premio TUSM, ha sido editado y estrenado por muchos grupos del Perú y del exterior. Entre sus obras destacan Los Ruperto, Por qué la vaca tiene los ojos tristes, Alberto el bueno, etc. Como uno de los fundadores del grupo «Alondra» escribe Amén?, Ahí viene Pancho Villa y otras piezas. Se dedica a la investigación y la dirección teatral[1].

La causa

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El cohete quedó listo.

Buscaron entre todos los voluntarios a un negro, y lo enviaron a Marte.

Como fue todo un éxito, reclutaron esta vez a dos negros y al igual que al anterior, también lo enviaron a Marte.

Luego mandaron a cinco, después a diez, más tarde a cien, hasta que no quedó un solo negro en Norteamérica.

Hecho esto, perdieron todo el interés los blancos por los viajes espaciales, y destruyeron los planos.

Juan Rivera Saavedra
No. 54, Julio-Septiembre 1972
Tomo IX – Año IX
Pág. 161