Estaba recostada en su cama cuando escuchó parar un carro debajo de su ventana.
Después sintió que subían apresuradamente las escaleras.
Cuando se levantó, alguien caminaba por el pasadizo suavemente como si estuviese buscando una numeración, hasta que se detuvo frente a su puerta.
Tres golpes fuertes lo sacaron de su ensimismamiento y se apresuró a abrir involuntariamente.
—He venido a cumplir mi palabra…
Alberto Yauri miró por todas partes para ver de dónde venía la voz, pero sólo descubrió un punto casi luminoso sostenido en el aire como un ojo que lo miraba insistentemente. Un punto pequeño pero de una gran fuerza magnética.
El punto avanzó haciéndolo retroceder y luego cerró la puerta tras él.
—Vengo a probarte mi teoría. He logrado centralizar toda mi fuerza física y mental en el punto que ves… Ahora tendrás que seguirme por el mundo que he descubierto.
Y dicho esto, se alargó como un rayo hacia su víctima, y de un solo trazo, lo convirtió en una coma.
Luego, el punto y la coma se trasladaron al diccionario que estaba sobre el escritorio, se metieron en sus páginas y desaparecieron.
Juan Rivera Saavedra
No. 54, Julio-Septiembre 1972
Tomo IX – Año IX
Pág. 163