Confesión del hombre lobo

No es divertido ser un hombre lobo, no sé si haya más, pero yo no me divierto en lo absoluto. Es muy difícil acostumbrarse a la idea de que algunas noches salgo corriendo desnudo por las calles.

Es insólito pensar que violo mujeres descobijadas, acostadas en el pavimento, sucias por el lodo de las avenidas que es tan difícil de quitar, de la misma tierra de la que yo me embarro.

No es divertido el crujir de los huesos, el formidable golpetear de la sangre en las muñecas ni el espasmódico latir del corazón.

Es ingrato estar enamorado de la luna, y sentir que por su desprecio le salen a uno barbas y pelos hasta detrás de las rodillas. Es triste cantarle sin que responda, y el cantar se hace aullido de dolor, y se levanta la pata reprochándole su brillo, su redondez y su distancia, su tersura, su olor y su imagen.

Y dan ganas de sacar los colmillos y herir al que se atraviese y sentir su sangre en la lengua salpicando los ojos, hundiendo el hocico en su vientre, en el de la incauta inoportuna que viene a estorbar nuestro dolor de soledad.

Es triste estar enamorado de la luna, llorar de soledad, violar mujeres descobijadas y sentir la sangre viva correr por nuestras greñas, el frio del cemento en nuestras plantas, el arrastrar de nuestras garras, el olfatear de nuestra nariz.

Aún no me acostumbro a la oscuridad nocturna, los ojos se me irritan mientras la luna observa guardando las distancias, quisiera bajarla y arrastrarla en el lodo como lo hago con las descobijadas. Morderle su redondez blanca y sangrarla a ella como ya lo he hecho con mis propias entrañas, y sacarle las tripas y desmenuzarla con mis propias patas.

No es divertido ser un hombre lobo, sí, pero es inevitable.

Ricardo Muñoz Guevara
No. 107-108, Julio – Diciembre 1988
Tomo XVII – Año XXIV
Pág. 340