Mujer y demanda


Hace dieciséis años yo estaba casado con una mujer muy mala. Se ponía más mala porque yo no ganaba dinero. Ahora tampoco gano dinero pero estoy con una mujer buena. Bueno, resulta que una amiga de la mujer mala un día cumple años. La fiesta es de noche, un sábado. Ese sábado como siempre yo no tenía dinero. Contento le propongo a mi mujer ir sin llevar ningún regalo. No quiero decir, por hombre, las cosas que ella me dijo. Le propongo regalarle flores. Tampoco diré las cosas que ella me dijo, mejor dicho que me gritó. A eso de las once de la noche, los dos emperifollados y ella llorando, fuimos a tomar el colectivo. Mientras caminábamos, veo una florería abierta. Iluminado, entré. Conté el dinero que tenía calculado la vuelta en taxi. Me alcanzaba para diez gladiolos. Eso sí, el paquete que me hizo la empleada era un primor. Mi mujer, estrujando el vanity, lloraba en la puerta. Por fin llegamos a la fiesta. La casa era suntuosa, los regalos, increíbles. El del marido consistía en una chequera de una cuenta abierta a su nombre. Cuando la mujer me vio con el ramito se puso a llorar. Lloraba en serio, sentí sus lágrimas en la cicatriz cuando me abrazó. Nadie le había regalado flores.

Isidoro Blastein
No. 94, Septiembre-Octubre 1985
Tomo XIV – Año XXI
Pág. 727

El brindis


—Señores, es realmente lindo. También sé que es emotivo. Sí, amigos, quiero decirles que sí, quiero decirles que hoy puedo decirles a ustedes: sí, amigos, he crecido por qué. Porque me siento realizado, porque realmente he comenzado a latir con mi propio pulso, o sea, que, es decir, he tomado conciencia, esto es, he tomado conciencia, he concientizado. Me asumí. ¿Vieron? He concientizado las potencias yoicas. ¿Viste? Asumir la realidad, amigos. Tal cual. Lo que corresponde. Se terminó para mí el abismo generacional, la confusión, el estar mal instalado en la vida. Por eso, amigos míos, mis queridos amigos, levanto mi copa, hoy, al cumplir ochenta y tres años.

Isidoro Blastein
No 79, Septiembre 1977-Marzo 1978
Tomo XII – Año XIII
Pág. 643

El de damas, el de caballeros, el de ajedrez


Ella: Pero al final, qué querés, ¿algo perfecto como el ajedrez?

Él: El ajedrez no es perfecto.

Ella: ¿Por qué no es perfecto?

Él: Porque las mujeres no lo juegan.

Ella: ¿Por qué las mujeres no lo juegan?

Él: Porque no es perfecto.

Isidoro Blastein
No 79, Septiembre 1977-Marzo 1978
Tomo XII – Año XIII
Pág. 631

El que está escondido y espera


El que está escondido y espera asoma su rostro macilento, cansino, no precisamente estragado, pero más bien cetrino, o por qué no olivaceo, aunque podría ser también aceitunado, que asimismo puede decirse. Aunque se dicen tantas cosas. Siempre hagas lo que hagas te van a criticar. Te la van a dar con todo. La gente es mala. Retomo el hilo. Estábamos en que asoma su rostro macilento por detrás del biombo. Entonces el biombo se cae. Al caerse se caen también todas las flores pintadas en el biombo, todos los pájaros, todos lo lotos, todos los japoneses.

Es entonces, en ese preciso instante, cuando todos los tintoreros abandonan a la sanfasón todos los pantalones en las planchas y corren, corren y corriendo a alcanzar todas las flores, todos los pájaros, todos los lotos.

Entonces, el que está escondido y espera se da cuenta de que ya no está escondido puesto que el biombo no está ya entonces se dice a sí mismo “que espero”. Y entonces va, abre la puerta y corre detrás de las flores, detrás de los pájaros, detrás de los lotos.

Isidoro Blastein
No 79, Septiembre 1977-Marzo 1978
Tomo XII – Año XIII
Pág. 603

Un millón de sandías


Resulta que dos negros estaban dormitando en las laderas del Mississippi.

Uno de los dos se desperezó, bostezó, suspiró y dijo:

—Cómo me gustaría tener un millón de sandías.

El otro negro preguntó:

—Rostus, si tuvieras un millón de sandías, ¿me darías la mitad?

—¡No!

—¿No? ¿No me darías un cuarto?

—No, no te daría un cuarto.

—Rostus, si tuvieras un millón de sandías, ¿no me darías diez sandías?

—No.

—¿No me darías ni siquiera una sandía? ¿A mí, que soy tu amigo?

—Mira, Sam, si tuviera un millón de sandías, no te daría siquiera una sola raja, una sola tajada de sandía.

—Pero, ¿por qué, Rostus?

—Porque eres demasiado perezoso para soñar por ti mismo.

Isidoro Blaisten
No. 92, 1984
Tomo XIV – Año XX
Pág. 510

Isidoro Blaisten

Isidoro Blaisten, Isidoro Blastein, Isidoro Blaistein

(n. Concordia, Argentina, 12 de enero de 1933 – m. Buenos Aires, 28 de agosto de 2004) fue un escritor argentino.

Hijo de David Blaisten y Dora Gliclij, fue uno de los tantos judíos argentinos que poblaron las zonas rurales. Nacido con el apellido Blaisten, posteriormente lo cambiaría pasándose a llamar Isidoro Blastein, aunque en algunas ocasiones también firmó como Blaistein.

Miembro dela Academia Argentina de Letras desde 2001 y miembro correspondiente de la Real AcademiaEspañola, combinaba el ejercicio de la literatura con su oficio de librero de barrio, tras haber sido publicista y fotógrafo de niños. Colaboró con la revista «El escarabajo de oro» y con diversos medios periodísticos argentinos.

Su obra se caracteriza por el absurdo y un sutil sentido del humor con un excelente uso del habla coloquial.[1]

 


Cuestión de límites


Resulta que dos campesinos se presentan ante el Rey Salomón.
Se peleaban por una cuestión de límites. Sus tierras eran vecinas, sus campos eran linderos. En definitiva cada uno quería la parte más grande del campo. El Rey de Reyes meditó un instante. De pronto Salomón señala a uno de los campesinos:

—Tú divides —ordena.

El campesino saltó de alegría y se restregó las manos.

De pronto Salomón señala al otro campesina y ordena:

—Tú eliges.

Transcrito por Isidoro Blaisten
No. 92, 1984
Tomo XIV – Año XX
Pág. 506