Julio

Julio quiso protestar. Esos días, esas horas que estuvo ahí bastaron para acostumbrarse, para enamorarse del tiempo, y era por eso que resistía a abandonar el espacio.

Quizá si expusiera los motivos que él consideraba de mucha justificación, lo escucharan y le permitieran estar un poco más…

Pero no, sabía que nunca los convencería, pues aceptar una transgresión de ese tamaño era como obligarlos a sonreír a la revolución que ninguno de ellos deseaba.

El Gran Jurado lo refutaría con la premisa de que eran reglas implantadas en los humanos desde antes de Cristo… que no y punto.

Un gran —casi— imposible.

La última campanada de las doce de la noche. Un nuevo día empezaba.

Julio entonces, resignado, salió, jurando volver.

Presuroso, agosto ocupó su lugar.

Armando Rodríguez Dévora
No. 55, Noviembre 1972
Tomo IX – Año IX
Pág. 322

Olvidadizo

Soy así, un ser cubierto de defectos. Pero estoy por completo convencido de que el más sano y robusto de todos es el de mi distracción; este siempre me ha procurado grandes problemas. El último de ellos me hundió para siempre; nomás juzguen si no.

Estuvo lloviendo cuarenta días con sus cuarenta noches, en forma horrible. Y heme aquí, ahora que el cuerpo inflado y flotando con el agua hasta en las venas, recuerdo que yo, Noé, debía haber construido una barca…

Armando Rodríguez Dévora
No. 55, Noviembre 1972
Tomo IX – Año IX
Pág. 293

Experiencia

Yo no conocía el mar. Me habían contado que era hermoso, que su brisa contenía yodo, y fuente de inspiración de numerosos poetas y músicos, fue un tiempo.

Visité una playa cercana movido sólo por la curiosidad. Numerosas mujeres cubiertas con diminutas prendas exponían sus cuerpos a los rayos del sol corriendo el riesgo de sufrir serias quemaduras —ignoro el motivo que las impulsaba a hacerlo—; parejas entrelazadas de hembras y varones besaban sus bocas, no sabiendo que con ellos sus organismos se transmitían mutuamente millones de microbios, peligrosos para su salud; mucha basura regada por toda la playa, así como turistas vestidos en forma estrafalaria, restaban estética al espectáculo de la vista del mar.

Abandoné mi posición de observador, para sumergirme en el agua. Noté que algunas personas me miraron extrañadas, pero decidí no hacerles caso, pensando que tal vez les llamaría la atención el que yo no usara traje de baño. Nadé todo el día —lo recuerdo bien.

Hoy, después de más de un año de estar recluido en nuestro hospital, lo supe: nosotros los robots no podemos mojarnos.

Armando Rodríguez Dévora
No. 55, Noviembre 1972
Tomo IX – Año IX
Pág. 269

Como en las películas francesas

Después de hacerle el amor, encendió un cigarrillo y lo fumó, pensativo: como en las películas francesas.

Luego se levantó del lecho y empezó a vestirse lentamente: como en las películas francesas…

La miró, apagó el cigarro presionando fuertemente sobre el cenicero, y salió sin despedirse: como en las películas francesas…

Al llegar a su casa, encontró a su mujer acostada con otro: como en las películas francesas…

Armando Rodríguez Dévora
No. 53, Mayo-Junio 1972
Tomo IX – Año IX
Pág. 76

Juan Jornal

—¡Esta es una propiedad privada, y no le permito hacer manifestaciones en mis tierras!

—¿Son suyos los caminos?

—¡Se construyeron con mi dinero!

—¿Y la escuela?

—¡Yo cedí el edificio!

—¿Le pertenece el espacio?

—…No, el espacio no tiene dueño…

Entonces se elevó metro y medio del suelo, y ahí flotando, prosiguió explicando a los campesinos de cómo eran explotados, del Código Agrario, de sus derechos, de Zapata, de la urgente necesidad de una huelga nacional campesina…

El latifundista palideció: inmediatamente comprendió que se había topado con un líder poderoso…

Armando Rodríguez Dévora
No. 53, Mayo-Junio 1972
Tomo IX – Año IX
Pág. 64