A pleno día.
El psiquiatra: —Desnúdese.
La histérica: —¡Imposible!
El psiquiatra: —me desnudaré yo, entonces.
La histérica: —Como usted guste.
(El psiquiatra se desnuda).
El psiquiatra: —¿Ve usted qué sencillo?
La histérica: —¡Asombroso! Probaré yo a hacerlo.
(Se desnuda. Suena el teléfono).
El psiquiatra: —Sí, señor, inmediatamente. (A la paciente) Le habla su marido.
(La histérica toma el audífono).
La histérica: —¿Eres tú queridito?
La voz lejana: —Soy yo, ¿no te da vergüenza?
(La histérica se mira).
—¿Ni siquiera pensaste en los niños?
(pausa)
—Y por si fuera poco, ¿no sientes frío?
La histérica: —Perdóname; no siento frío. ¿Me perdonas?
La voz lejana (tras un silencio): —Está bien, te perdono, ¡Que no vuelva a repetirse!
(La histérica deja el audífono y se vuelve. Da un grito, cubriéndose. Está en una zapatería).
Francisco Tario
No. 22, Abril 1967
Tomo IV – Año III
Pág. 288