Complicidad

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Te miré la locura en los ojos, instalada sin prisa, como si esperaras que un arrebato me la pusiera encima.

En otras ocasiones lo hice y lograbas que corriera alrededor de la mesa de la cocina sin poder detenerme, hasta caer exhausta, con el sudor mojándome la blusa, y entonces contemplaba cómo la serenidad te volvía al rostro, con esa media sonrisa de “ya estoy bien”.

Era un tipo de complicidad que aceptaba por alguna razón escondida. Después de un lapso de aparente calma iniciabas la tarea de meterme la culpa; la culpa que sí tuve al aceptar la fascinación del sufrimiento, al sentir con qué delicadeza me herías, con ese juego de palabras en el que dosificabas en forma soberbia las acusaciones de pecados no cometidos, para repetir el ciclo.

Pero hoy ya no más. Hoy contemplo tu mirada perdida, el hilo de baba en el mentón y las manos atadas a la silla, porque aproveché un momento de tu sueño. Ya no correré. Simplemente me sentaré a esperar tu final.

Maruxa Salas
Número 136 – 137, julio-diciembre 1997
Tomo XXIX – Año XXXIII
Pág. 77