Sentía ansiedad, como si le faltara algo importante. Buscaba y no encontraba, pero seguía buscando debajo de la cama, en el armario, en el cuarto de juguetes, en el baño, y nada, no aparecía por ningún lado.
Le preguntó a su papá a mamá y a su hermanita, y no pudieron contestarle.
—¿Qué haré? —pensó— ¡Ah, ya sé!, le preguntaré al abuelo.
—Abuelo, no encuentro mi sombra; se me extravió y no la he podido hallar.
—Hijo, contestó el abuelo, tu sombra debe de andar por el jardín, ¿no ves que a ella le gusta el canto de los pájaros a la salida del sol, aspirar el aroma de las flores, bañarse con su rocío y jugar con las mariposas?
El niño salió corriendo hacia el jardín y, en efecto allí la encontró haciendo lo que su abuelo le había dicho.
Raúl Morales Díaz
No. 105-106, Enero-Junio 1988
Tomo XVII – Año XXIII
Pág. 68