Sir Walter Scott

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Scott pasó los últimos días de su vida en una vigilia silenciosa o dormitando. Una vez pidió con insistencia que le llevasen a su cuarto de trabajo y se sentaron ante la mesa: “Olvidaré lo que he pensado, si no lo escribo enseguida”. Se instaló ante el escritorio, como tenía por costumbre. “Dame la pluma y déjame un momento solo”, dijo a su hija. Esta le puso la pluma en la mano. Él se esforzó por rodearla con los dedos, pero no pudo. La pluma cayó sobre la hoja intacta. El hombre volvió a hundirse en las almohadas y unas lágrimas rodaron por sus mejillas. Entonces quiso que lo transportaran frente a la casa al aire libre. Allí se durmió.

Lockhart
No. 132, Enero – Marzo 1996
Tomo XXVI – Año XXXII
Pág. 113