Inconformidad

Todo comenzó cuando salí del foco que me había servido de hogar. Me di cuenta que el cielo se estaba alejando, y alcancé a escuchar también las maldiciones que la luna le lanzaba al sol. En ese momento, la máquina de producir hombres sólo odio producía. Quise escupir violencia y regresar a mi foco, y pude ver, entonces, a la luna disfrazada de interruptor y cómo privaba de la luz a mi hogar. Me dio pánico meterme en él y me alojé en una pluma. Cuando me hallé a mí mismo en forma de palabras en un libro, rompí a llorar. Mi intenso llanto formó un río que arrastró al libro en su caudalosa corriente.

Tomé entonces una ciudad en mis manos y pude darme cuenta que Beethoven empezaba a perder el oído, y que las teclas del piano que Mozart tocaba, estaban rotas, como las alas de la mariposa que no dejaba de llorar. Pensativo, me quedé sentado en los pétalos de una flor. Inesperadamente pasó junto a mí un jardín. Horrorizado de tanta crueldad, corrí a refugiarme en un cuadro surrealista. Durante un tiempo, en medio del absurdo, pude sentirme bien: la indiferencia del hombre del periódico acentuaba mi tranquilidad. Una manifestación de electrones inconformes con las injusticias de los núcleos, llegó a perturbar la paz del que ya consideraba mi hogar. Con lágrimas en los ojos fui de estrella en estrella, a través del cosmos, meditando, buscando un lugar lejano donde refugiarme.

Roberto Aguilera Salinas
No 71, Enero-Marzo 1976
Tomo XI – Año XI
Pág. 543