Astucia aldeana

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Un rústico labrador, deseoso de ver al rey, pensando que era más hombre, despidióse de su amo, pidiéndole su soldada, el cual, yendo a la corte, con el largo camino acabáronsele las blanquillas. Allegado a la corte y visto el rey, viendo que era como él, dijo:

—¡Oh, pésete a la puta que no me parió, que por ver a un hombre ha gastado todo lo que tenía, que no me queda sino medio real en mi poder! Y del enojo que tomó le empezó a doler una muela, y con la pasión de el hambre que le aquejaba no sabía qué remedio de tomase, porque decía:

—Si yo me saco la muela, y doy este medio real quedaré muerto de hambre; si me como el medio real, dolerme ha la muela.

Con esta contienda arrimóse a la tabla de un pastelero, por írsele los ojos tras los pasteles que sacaba. Y acaso vinieron a pasar por allí dos lacayos, y como le vieron tan embebecido en los pasteles, por burlarse dél, dijéronle:

—Villano ¿qué tantos pasteles te atreverías a comer de una comida?

—Pardiez, que me comiese quinientos.

Dijeron:

—¡Quinientos! ¡Líbrenos Dios del Diablo!

Replicó:

—¡De poco se espantan vuesas mercedes!

Ellos que no y él que sí, dijeron:

—¿Qué apostaréis?

—¿Qué señores? Que si no me los comiese, que me saquéis esta primera muela.

El cual señaló la que le dolía.

Contentos, el villano empezó a jugar de diente el hambre que tenía muy a su sabor. Ya que estuvo harto, paró y dijo:

—Yo he perdido, señores.

Los otros muy regocijados y chacoteando, llamaron a un barbero y se la sacaron, aunque el villano, fingidamente hacía grandes extremos; y por más burlarse dél decían:

—¿Habéis visto este necio de villano, que por hartarse de pasteles se dejó sacar una muela?

Respondió él:

—Mayor necedad es la vuestra, que me habéis muerto el hambre y sacado una muela que toda esta mañana me dolía.

En oír esto, los que estaban presentes tornáronse a reír de la burla que el villano les había hecho, y los lacayos pagaron, y de afrentados volvieron las espaldas y se fueron.

Juan de Timoneda
Número 129 – 130, Abril-Septiembre 1995
Tomo XXV – Año XXXI
Pág. 84

De cueros: Cuento LXXXI

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Era un caballero a quien no sabía mal el vino, y estando en conversación con otros, después de haber comido, parecióle a él que fue afrentado de otro caballero, y por esto le desafió que se mataría con él con las armas que quisiese, respondió su contrario que él aceptaba el desafío con tal que no fuese en cueros.

Juan de Timoneda
No. 25, Agosto 1967
Tomo IV – Año IV
Pág. 635

De cueros: Cuento LXXIX

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Una cortesana, siendo poco su caudal, y habiendo empleado todo su ajuar en guadameciles para un pequeño aposento que tenía, vino un galán a visitarla, y ella le dijo:

—¿Qué le parece, señor, mi pobre posada?

—Paréceme que es como el lechón, que lo mejor que tiene son los cueros. —respondió.

Juan de Timoneda
No. 25, Agosto 1967
Tomo IV – Año IV
Pág. 635

Asiento

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Viendo un embajador de Venecia a la corte del gran turco, dándole audiencia a él juntamente con otros muchos que había en su corte, mandó el gran turco que no le diesen silla al embajador de Valencia, por cierto respecto. Entrados los embajadores, cada cual se sentó en su debido lugar. Viendo el veneciano que para él faltaba silla, quitóse una ropa de majestad que traía de brocado hasta el suelo, y sentóse encima de ella. Acabando todos de relatar sus embajadas y hecho su debido acatamiento al gran turco, saliose el embajador veneciano, dejando su ropa en el suelo. A esto dijo el gran turco:

—Mira, cristiano, que te dejas tu ropa.

Respondió.

—Sepa su majestad, que los embajadores de Venecia acostumbran dejarse las sillas en que se sientan.

Juan de Timoneda
No. 13, Junio 1965
Tomo III – Año II
Pág. 481

Necedad

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Tenía un gran señor entre otros criados, uno muy inteligente en saber escribir todo lo que de nuevo acontescía, así de burlas como de veras. Acontesció que estando el señor sobre la mesa, mandóle que le trujese el libro de las novedades; y traído vio en el principio de una hoja que decía ansí: “El duque mi señor hizo tal día una necedad en dar quinientos ducados a un alquimista para que con ellos fuese a Italia a traer aparejo para hacer plata y oro.”

Dijo entonces el señor:

—Y si vuelve, ¿qué harás tú?

—Si volviere, quitaré a vuestra señoría y pondré a él.

Juan de Timoneda
No. 13, Junio 1965
Tomo III – Año II
Pág. 480

Juan de Timoneda

Juan de Timoneda

 (Valencia, 1520 – ?, 1583)

 Escritor y editor español. Fue zurrador de pieles en su ciudad natal hasta 1547, año en que instaló una librería, ampliada posteriormente a negocio editorial. Por sus actividades como editor tuvo un importante papel como divulgador de obras literarias, entre las que figuran las comedias de Lope de Rueda y Alonso de Vega, y los Coloquios pastorales de Juan de Vergara.

Entre sus obras originales, que a veces firmaba con los seudónimos de Diamonte y Montidea, destacan el Sarao de amor (1561) y el Cabañero cancionero (1561), cuya fuente principal es el Cancionero de romances, y en los que incluyó obras de diversos autores y suyas propias.

Entre su obra narrativa aparecen tres colecciones de cuentos: Sobremesa y alivio de caminantes (1563), que recoge cuentos de tradición oral, El buen aviso y Portacuentos (1564) y el Patrañuelo (1567), la más interesante, que traduce y refunde narraciones de las Gesta Romanorum, Boccaccio, Ariosto y Bandello, entre otros, y que influyó en Cervantes.

Su obra dramática, de tendencia italiana, incluye las comedias Amphitrión, Menechmos y Cornelia, publicadas en 1559; la colección titulada Turiana (1564), y los autos sacramentales, reunidos en dos colecciones: Ternario sacramental (1558) y el Segundo ternario sacramental (1575), que son anunciadores de los autos sacramentales de Calderón[1].

Sobremesa


Un tamborinero tenía una mujer tan contraria a su opinión, que nunca cosa que le rogaba podía acabar con ella que la hiciese. Una vez, yendo de un lugar para otro, porque había de tañer en unos desposorios, y ella caballera en un asno con su tamborino encima, al pasar de un río, díjole:

—Mujer, cantad; no tengáis el tamborino, que se espantará el asno.
Como si dijera táñelo, en ser en el río sonó el tamborino, y el asno espantándose púsose en el hondo, y echó vuestra mujer al río; y él por bien que quiso ayudarle no tuvo remedio. Viendo que se había ahogado, fuéla a buscar río arriba. Díjole uno que estaba mirando:

—Buen hombre, ¿qué buscáis?

Respondió:

—Mi mujer que es ahogada.

—Señor, ¿y al contrario la habéis de buscar?

—Sí, señor; porque mi mujer siempre fue contraria a mis opiniones.

Juan de Timoneda
No. 87, 1981
Tomo XIII – Año XVII
Pág. 757