Yo no sé porque usted, precisamente usted, me mira con esa cara estúpida de desaprobación. No sé por qué en sus ojos fríos se dibuja esa horrenda mueca que me recuerda la muerte. Dígame amigo, ¿por qué ve mal que coma rosas y alelíes? Dígame, enemigo, ¿es usted acaso el anticristo, es agente secreto del infierno o verdaderamente usted no existe? Yo no sé por qué hoy, precisamente hoy, necesita tomarme de la mano y llevarme al abismo de una oscuridad que detesto y que tantas náuseas me ha dado.
Yo no sé por qué usted usa esa bata blanca y fría, por favor, ¿por qué no me deja seguir estrangulando con mis manos cansadas este trozo de espacio que tanto tardé en atrapar? ¿Por qué sonríe y me pasa amistosamente la mano por los hombros y le hace señas a esa joven tan larga? Déjeme continuar con mis rosas y mis átomos. Permítame llorar y recuerde poner en su sitio el satín que se llevó en su maletín tan rígido y tan negro como su propia alma, oh perdón, su psiquis………….
(Se apagan las luces y el hombre orina)
Holmes Ocaña González
No. 68, Enero-Marzo 1975
Tomo XI – Año XI
Pág. 209