Una falta muy singular

Toda su vida esperó aquel Juez de las Cortes Federales de la Flora y la Fauna condenar a alguien por cometer una falta muy singular.
El caso se presentó. Tuve que sentenciar, por el delito de violación, a un cazador furtivo que había penetrado sangrientamente aquellas hermosísimas selvas vírgenes.

Waldemar Noh Tzec
No 95, Noviembre-Diciembre 1985
Tomo XV – Año XXI
Pág. 104

Las manos

Cinco, diez, doce, muchos días —no recordaba cuántos, puesto que ya no tenía memoria sino para su propio miedo—, llevaba en el mismo trajín. Dos manos misteriosas salían intempestivamente de la penumbra de su habitación y trataban de estrangularlo. Cuando ya toda resistencia le parecía inútil y empezaba a experimentar los primeros síntomas de asfixia, accionaba el interruptor. Un calor desconocido lo empapaba entonces desde la mollera hasta el último recoveco de su existencia, sumiéndolo en la incertidumbre y el desconcierto.

Esa noche, preocupado, se propuso sorprenderlas. Bebió agua de azúcar y masticó hojitas tiernas de toronjil para reforzar el sueño, leyó las dos primeras páginas de la primera parte de El extranjero de Camus, apagó la luz y se acostó con la última campanada de las once. Al rato, cuando ya el mundo era silencio, cantos de pájaros nocturnos y ruidos esporádicos de grillos y sapos, sintió que las manos se acercaban decididas, apartando fantasmas y pedazos de recuerdos que él mismo había repartido durante mucho tiempo en cuotas mínimas de miedo por el cielorraso y las hendiduras de las paredes, el piso de tablas y los rincones más oscuros de la habitación.

Finalmente, con el terror convertido en un coraje sin precedentes, agarró las manos asesinas por las muñecas, y las inmovilizó en el aire. Forcejeó, luchó, jadeó. Y maldijo. Poco después, cuando creyó haberlas dominado, trato de soltarlas con brusquedad para buscar el interruptor, pero sus manos estaban tensas, inmóviles, intentando zafarse a toda costa de una fuerza extraña que no les permitía acercarse a su garganta.

Leopoldo Bardella de la Espriella
No 95, Noviembre-Diciembre 1985
Tomo XV – Año XXI
Pág. 98

Crónica

La mañana amaneció cálida y aún el rocío permanecía en el aire. Los hombres de bluyin, barba y piel de buche de rana, habían llegado a la casa de techo de zinc y fachada pintorreteada, convertida en hotel. Al rato, con un enjambre de cámaras y luces, atravesaron el silencio del pueblo. Venían de la capital en búsqueda de la mujer para dar la noticia. Este día —por primera vez en su historia— la puerta alta siempre abierta a los retratos de la sala, al amorardiente del patio y a la mujer cosiendo en uno de los corredores, se cerró.
Entonces, el antiguo escribiente del Juzgado, localizó al Jefe de la Jauría y le negoció un documento de su época. Un folio de papel sellado con el escudo nacional, recorrió el país. Decía: “… el legists al practicar examen a la ofendida, encontró el himen sano, como cicatrizado por el tiempo, sin presentar defloración alguna…”
Días después, cuando llegó la prensa con su debido atraso la mujer leyó la noticia y sintió cierta nostalgia vaga como el viento del recuerdo.

Ricardo Luna
No 95, Noviembre-Diciembre 1985
Tomo XV – Año XXI
Pág. 97

El oñeus

Este es un extraño animal que ronda por las noches. Quienes creen haber visto a la bestia, dicen que es mil veces más grande que una ballena, pero otros aseguran que es mucho más pequeño que el furtivo y esquivo pez. Puede ser bello; puede ser horrible, según…

Durante el día es transparente y sus huellas quedan marcadas en el rostro de los humanos. Existen versiones diferentes, pero todas concuerdan en que este animal se alimenta de recuerdos y deseos; quienes han tratado de capturarlo han despertado sobresaltados.
Hay testimonios de que este animal nació junto con el hombre

Roberto Castillo Udiarte
No 95, Noviembre-Diciembre 1985
Tomo XV – Año XXI
Pág. 94

Aviso para caminantes

En cualquier pueblo, en cualquier ciudad, incluso en las mismas veredas y autopistas, siempre hay una silla para el caminante. Tenga cuidado: el 87 % de las muertes registradas en los últimos tres meses, se debió a sillas eléctricas disfrazadas. El 13 % restante, al agotamiento de caminantes desconfiados.

Ana Clavel
No 95, Noviembre-Diciembre 1985
Tomo XV – Año XXI
Pág. 91

Háblame del desierto

Habían bajado caminando desde el Alpen Zoo: una hora de camino.

Tomados de la mano, recargados sobre el barandal a mitad del puente, mirando al río correr.

“Inn” debe ser como en inglés, “posada”, “parada”. “Bruck” en alemán suena a “puente”. ¿O será en río Inn y el nombre Puente del Inn?

—Háblame del desierto —le pidió Miriam.

—¿Qué? —preguntó Felipe— Estaba distraído.

—Háblame del desierto. ¿Es como “Viento Negro”, aquella película que vimos en el Cine Variedades?

—Sonora es un país lejano, inmenso: eso es el desierto. ¿Pero por qué siempre que ves agua piensas en el desierto? Cuando vivamos en Cananea te vas a hartar de tanto ver cerros pelones, de andar por los caminos en medio del desierto. Aunque en la tarde, a la hora del crepúsculo…

—Debo traerlo en la sangre, Felipe. Son una judía recién casada. ¿Qué en la luna de miel no tiene uno derecho a ponerse melancólico?

Miriam continuaba inclinada mirando el río que huía. Felipe la miró. Fijó en sus ojos, para siempre, el hermoso perfil de la mujer inclinada mirando el agua correr.

Al fondo, a los lados, las montañas del Tirol, verdes y azules, completaban el paisaje de tarjeta postal.

—Tú una judía-chilanga, yo un bronco de Sonora —le dijo Felipe—. El desierto es enorme, largo, sin fin, sin agua. Si te descuidas te pierdes. Si te pierdes te mueres: primero el sol, luego la sed; una agonía larga, lenta. El desierto es bello, bello como el infierno.

—Felipe, háblame del desierto —le pidió Miriam.

—El desierto es como el mar, un mar sin agua —le dijo Felipe.

Abrazados, abrazados estrechamente a mitad del puente, el porvenir caía sobre ellos: plomo derretido, como cae el sol a mediodía en el desierto de Sonora.

César Zazueta
No 95, Noviembre-Diciembre 1985
Tomo XV – Año XXI
Pág. 93

Rutina

Sacó la llave y entró.
Todo estaba como lo había dejado en la mañana.
Pasó por la cocina con más cansancio que apetito y se dirigió a la recámara.
Dejó al entrar sus zapatos y, descalza, se puso frente al espejo. Desabotonó el vestido que cayó a sus pies, lo recogió y lo lanzó sobre la silla. Se quitó luego el fondo y la ropa interior. Siguió con los pasadores que sostenían la peluca y todo se fue a apilar sobre lo demás.
Cuidadosamente se arrancó las pestañas postizas y las dejó sobre el tocador. Se quitó la cara y siguió con el cuerpo. Ya libre de todos sus atuendos, la mano se arrastró hasta el lecho, subió por las cobijas y se acurrucó entre las sábanas esperando que sonara el despertador del nuevo día.

Alán Kh. José
No 95, Noviembre-Diciembre 1985
Tomo XV – Año XXI
Pág. 85

Mujeres desde el aire

Desde el vacío, las estrías verdes coincidiendo en los ojos, la tez morena instalándose en la piel. De pronto su pelo y es inútil pronunciarlo. Luego el círculo que la reúne y ya no podemos creer en la estatua desnuda. Sólo el árbol que la cubre, sólo ella que no se concibe. Hay que correr frente a su mirada para descubrir que todo alejamiento acerca las distancias, hay que detenerse lentamente para comprobar si el cuerpo que está ante nuestros ojos ha sido posible. Ya no nos cabe la duda: una mujer acaba de generarse en el aire.

Antonio López Ortega
No 95, Noviembre-Diciembre 1985
Tomo XV – Año XXI
Pág. 82

Esto sería más fácil

Piensan que tengo miedo. No saben que me mandabas de noche al traspatio, no saben que en el rastro me mostraste cómo destazan a los animales. No saben nada.

Vi que guardaban tus bifocales. Desde ellos habitaste dos mundos: el tuyo y el mío, penetrando ideas para unir verdades.

Te quitaron la cadena de oro donde llevabas tus tiempos de esfuerzo. Te inquietó el tiempo, tu tiempo, que debía venir de muy lejos. No me dejaron verte. Ahora serías mi pauta.

En tu expresión descubría los misterios que me contabas.

Deseaba verte para conocer el final, el máximo final de todos tus relatos. Quería traspasar aquel misterio y encontrarme, como lo hice tantas veces, con el niño que me comprendía, buscando el último indicio, la última orden, el último consejo.

Tengo miedo, abuelo; guardan mis bifocales y no descubría el último de tus secretos.

 

Martha Dirrem
No 95, Noviembre-Diciembre 1985
Tomo XV – Año XXI

Pág. 81

Invento

“… ojalá (uso este vocablo árabe con todos) pueda algún día conocerte. Tocarte verdaderamente sin distraerme con tu pelo, tu voz o tus palabras. No sé si no te conozco porque no te desvelas o porque yo no quiero conocerte. Tal vez piense que al tocarte te rompas y yo me incendie. Pensándolo bien, mejor no conocerse, mantener la solución de continuidad de la epidermis, la saliva y las lágrimas. Así puedo inventarte, desfigurarte, ponerte boca nueva en la oscuridad; imagino que eres Judith con la cabeza de Holofernes o la cabeza de la hidra en las manos de Perseo.

Bruno Estañol
No 95, Noviembre-Diciembre 1985
Tomo XV – Año XXI
Pág. 77

Mestizaje

Con una joya de cuentas azules pedida a crédito para no pagar nunca a uno de los judíos conversos que acababan de llegar huyendo de Portugal y dejándola sobre la almohada para no tener que pronunciar palabras no cristianas, un día de tormenta y por lo tanto de inundación, el Oidor del Ministerio de la Real Audiencia, con jubón de paño negro, llevó a cabo la única relación que podía tener con esa recién adquirida alma que, desvergonzada, ansiaba cambiar sus enredos por guardainfantes y sus huipiles por mantillas.

María Elena Briseño
No 95, Noviembre-Diciembre 1985
Tomo XV – Año XXI
Pág. 70

Éxtasis

—¡No, no, no!—, gritaba la creatura, acorralada en una esquina del coro de la iglesia.
—¡Vade Retro! ¡Demonio maldito! —respondía el hechicero, al mismo tiempo que trazaba unas líneas en el aire, confinando al demonio en uno de los tubos del órgano del coro, cual prisión de metal. A partir de entonces, se hizo público que no se debería accionar jamás la tecla del tubo correspondiente, so pena de liberar nuevamente al Diablo, provocando plagas y terrores bíblicos.
Así transcurrió largo tiempo, hasta que un organista, arrebatado por una magnífica inspiración, en el clímax de un pasaje in crescendo, se olvidó de la antigua prohibición; el Demonio, vibrando extasiado por la música, decidió continuar para siempre en su celda, permaneciendo eternamente en el sublime estado en que se encontraba.
El Preludio Coral “Desciende tú ahora, Jesús, del Cielo”, (“Kommst du nun, Jesu, von Himmel”) BWV 650, de Johann Sebastian Bach, fue, así, compuesto.

Antonio Lorenzo Monterrubio
No 95, Noviembre-Diciembre 1985
Tomo XV – Año XXI
Pág. 69

El Preludio Coral “Desciende tú ahora, Jesús, del Cielo”, (“Kommst du nun, Jesu, von Himmel”) BWV 650, de Johann Sebastian Bach

(P)siquiátricas

El célebre siquiatra Rungis escuchó detenidamente, por espacio de varias sesiones, a su paciente; luego de meditar con profundidad sentenció:

—Estimado amigo, lo que usted tiene, la causa de sus terribles traumas y mala salud mental, es una enfermedad que viene desde su más tierna infancia, ¡usted desea a su madre!, la deseó cuando era apenas un bebé y se regodeó con sus senos y ahora mismo quisiera estar con ella. Es lo que en términos científicos llamamos complejo de Edipo.

El pobre paciente no supo cómo reaccionar ante tal diagnóstico. Salió abrumado del consultorio del analista, la mirada perdida y menos dinero en el bolsillo a causa de la abultada cuenta. Deambuló por la ciudad pensando en el suicidio: ¿y qué otro camino le quedaba a él, un androide?

René Avilés Fabila
No 95, Noviembre-Diciembre 1985
Tomo XV – Año XXI
Pág. 61

La última llamada

Ha optado por divertirse marcando su número telefónico y escuchando su propia voz. Alguien, que es él, le contesta siempre desde el otro lado de la línea y comparte con él, durante horas enteras, sus mismos recuerdos y sus mismas esperanzas. “Es como pensar en voz alta frente al espejo”, ha dicho, emocionado. Pero lo que él ignora es que hasta hoy le funcionará su experimento. Ansioso, expectante, marcará su número por tercera vez. Timbrará. Y nadie contestará. Nadie le contestará porque el silencio indefinible de la muerte empezará a apoderarse de su voz, enmudeciéndolo. Colgará. Por unos instantes, el teléfono de su apartamento repicará insistentemente.

Leopoldo Berdella de la Espriella
No 95, Noviembre-Diciembre 1985
Tomo XV – Año XXI
Pág. 59

Extravío de sueños


Durante muchos años quise escribir el cuento del hombre que se extraviaba para siempre en los sueños. El hombre soñaba que estaba durmiendo en un cuarto igual a aquel en que dormía en la realidad. Y también en este segundo sueño soñaba que estaba durmiendo y soñando el mismo sueño en un tercer cuarto igual a los dos anteriores. En aquel instante sonaba el despertador en la mesa de noche de la realidad. Y el dormido empezaba a despertar. Para lograrlo, por supuesto, tenía que despertar del tercer sueño al segundo, pero lo hizo con tanta cautela que cuando despertó en el cuarto de la realidad había dejado de sonar el despertador. Entonces, despierto por completo, tuvo el instante de duda de su perdición: el cuarto era tan parecido a los otros de los sueños superpuestos que no pudo encontrar ningún motivo para no poner en duda que también aquel era un sueño soñado. Para su grande infortunio, cometió por eso el error de dormirse otra vez, ansioso de explorar el cuarto del segundo sueño para ver si allí encontraba un indicio más cierto de la realidad, y como no lo encontró se durmió a su vez dentro del sueño segundo para buscar la realidad en el tercero, y luego en un cuarto, y en un quinto. De allí —ya con los primeros latidos de terror— empezó a despertar de nuevo hacia atrás, del quinto sueño al cuarto, y del cuarto al tercero, y del tercero al segundo, y en su impulso desatinado perdió la cuenta de los sueños superpuestos y pasó de largo por la realidad. De modo que siguió despertando hacia atrás, en los sueños de otros cuartos que ya no estaban delante sino detrás de la realidad. Se perdió en la galería sin término de cuartos iguales, se quedó dormido para siempre, paseándose de un extremo al otro de los sueños incontables sin encontrar la puerta de salida a la vida real, y la muerte fue su único alivio en un cuarto de número inconcebible que jamás se pudo establecer a ciencia cierta.

Gabriel García Márquez
No 95, Noviembre-Diciembre 1985
Tomo XV – Año XXI
Pág. 57

El dragón dorado

El semáforo en señal de alto, y yo casi al frente del cruce de peatones, con los vidrios semiempañados por la lluvia de la tarde, meto el pedal del freno y aguardo.
Se acerca con la cara negra, estopa y gasolina en la mano, me ve dentro del auto y extiende la palma pidiendo una limosna. No, le digo que no con la cabeza, que no traigo. Ve mi pulsera de oro en el brazo, mi saco de piel, mis aretes de brillantes, hace un buche de gasolina, de su boca explota una llama que ilumina la tarde, su cuerpo da un giro en el aire, un torbellino rojo con dorado se dibuja en la atmósfera, avienta un coletazo que se estrella en la defensa de auto, un arañazo que casi arranca la puerta, la garra negra que se agarra a la moldura del faro, el semáforo en verde, aprieto el acelerador, y sin esperar a que se quite del frente, arranco.

Bernarda Solis
No 95, Noviembre-Diciembre 1985
Tomo XV – Año XXI
Pág. 53

Aristotélica

Un siglo después que Zenón lo condenó a ir tras la tortuga, el divino Aquiles por fin logró alcanzarla en los esteros del río Heráclito. El desesperado quelonio, siguiendo las costumbres de su especie sólo buscaba con desesperación el mismo lugar de su nacimiento para desovar.

Jorge Raúl Gasca
No 95, Noviembre-Diciembre 1985
Tomo XV – Año XXI
Pág. 51

Armónicos disonantes

Dos hermanos, perfectamente gemelos, pasaron del tedio a la densa confusión en que vivían al odio por el extraordinario parecido del que eran accidentales víctimas cromosómicas. Llegaron al extremo de increparse por el espacio que cada uno ocupaba, por enrarecer el aire al respirar o por gastar a los objetos con la mirada. Sin más diferencia que la de sus nombres, un día determinaron anularla en un acto de suicidio que jugaron a la suerte. A la postre nadie supo ni siquiera el sobreviviente, cual de los dos había sido el muerto.

Roberto Bañuelas
No 95, Noviembre-Diciembre 1985
Tomo XV – Año XXI
Pág. 48

Amor por correspondencia


El amante salió de viaje cuando a su amor lo volvió monótono la rutina. Un día después de partir envió una carta a su amada. “Te extraño mucho”, le decía. Al día siguiente le mandó otra. “Te juro que estoy arrepentido de haberme alejado de ti”. Al otro día volvió a escribir. “Te prometo amarte eternamente…”

Con la distancia su amor renació. A cada nuevo día correspondía una nueva carta más apasionada que la anterior. La última carta fue tan ardiente que hubiera conmovido a una piedra. “Se me hacen siglos las horas que faltan para regresar a tu lado”, decía la posdata. La tarde que regresó al pueblo lloró amargamente al enterarse que su amada se había casado con el cartero.

Jorge Borja
No 95, Noviembre-Diciembre 1985
Tomo XV – Año XXI
Pág. 47

Circe


Cuando llegué a la isla, y sabiendo mí destino, quise ir a su casa a buscarla. Yo, en la playa, rogaba a los dioses por mirarla lo más pronto posible. Odiseo, el más astuto de los hombres, me puso a la cabeza de la expedición. Llamándome aparte, me recomendó un gran cuidado. Yo le dije que sí; pero él sabía desde hacía mucho tiempo mi cruel hado. Pero, ¿Quién tiene la culpa de mis errores? Los dioses han trazado mi vida como una flor desgarrada. Ellos, más que este frágil vaticinio, son culpables del infierno que he vivido. A lo lejos, detrás de la arboleda de los robles, se mira en un límpido valle, la casa de piedras pulidas de la diosa. Camino más rápido que mis compañeros. Las últimas ramas del sol acarician mi rostro como los dedos de la mujer amada. Estoy solo; nunca he estado más solo en esta tierra. Hoy enfrento al fin mi condición definitiva. Atravieso la arboleda de los robles y los leones y los lobos anuncian mi llegada a la mujer del sueño. Recargada en la puerta, ella, la diosa, me repite: “Oh Laertes, te esperaba, es inútil, la cabeza de Odiseo, será hoy la cabeza de la piara”

Marco Antonio Campos
No 95, Noviembre-Diciembre 1985
Tomo XV – Año XXI
Pág. 45

Lúcido

Empezó a decir sus genialidades de siempre: la pasta dental juait esmail te dará una sonrisa irresistible, sólo debes acercarte y tu aliento juait esmail hará lo demás, ellas quedarán paralizadas, ¡porque lo estarán sintiendo!, no olvides que tu aliento juait esmail se siente…, si usas la loción durazno de in flauer, cuídate, las chicas te perseguirán, ¿sabes por qué?, ¡por eso!, por tu sutil aroma, y recuerda, cuando lo desees, puedes dejarte atrapar…, no, no huelas mal, usa el jabón fres eir y transpórtate al centro del bosque alpino aaah; ¡qué frescura!… fuma Camaleón, con el auténtico tabaco rubio para la juventud activa, ellas lo notarán, porque los hombres que fuman Camaleón tienen la personalidad grande, que se nota a simple vista…, confía tu seguridad a la absoluta absorbencia de las toallas femeninas Creisi Jors, con el diseño que se acomoda perfectamente a tu… anatomía, sus terminaciones trianguliplanares las hacen invisibles, su novedoso sistema de enrrejillado ultracomprimid te dan ese aspecto de total seguridad, consérvate fresca, confiada y siempre seductora con Creisi Jors…, Mmm bien, es todo, le dije, te condeno a permanecer con la jeta callada, apagué la televisión; miré por la ventana, como siempre, como hormigas, iban y venían, me indigné; pobre pinche pueblo tan enajenado, tan en manos de estos pocamadre; tras pontificar, con toda calma hurgué en mis bolsillos y rápidamente localicé uno, lo tomé con dos dedos y lo puse entre los labios, y mientras mi mente abordaba inextricables elucubraciones socioeconómicropolíticas, encendí un Camaleón.

Jesús Ortega Rodríguez
No 95, Noviembre-Diciembre 1985
Tomo XV – Año XXI
Pág. 43

Miss universo

Ella creyó que había salido ganadora por sus medidas exactas, su cabellera rubia y su sonrisa cautivadora.
El jurado se había fijado más en su estampa, su cabeza erguida y los treinta litros que producía diariamente.

José Barnoya
No 95, Noviembre-Diciembre 1985
Tomo XV – Año XXI
Pág. 39

La fuerza del amor


Finalmente, a los tres días, un médico, seguido de dos enfermeras, entró a su cuarto. Las vendas fueron cayendo una a una. Cerró los ojos. Una mano le acercó un espejo.

Poco a poco fue mirando su rostro reflejado. Bendijo al cirujano plástico y a las antipáticas enfermeras de la clínica.
Una voz preguntó:

—¿Qué le parece, Monsieur de Bergerac?

Cyrano no respondió, ahora sólo pensaba en Roxana, ahora sí, ahora sí Roxana sería suya.

Leo Mendoza
No 95, Noviembre-Diciembre 1985
Tomo XV – Año XXI
Pág. 35

Infinito

Cierta ocasión en la Facultad de Filosofía, un profesor de Metafísica les dijo a sus alumnos al inicio de la clase: “Muchachos, les voy a mostrar qué es el infinito”. A continuación, con el índice trazó una línea imaginaria a lo largo del pizarrón. Después se siguió por el muro, dobló hacia la derecha al toparse con la pared correspondiente y al llegar a la puerta se salió (siempre pintando su línea imaginaria). Desde entonces, nadie lo ha vuelto a ver en la Facultad…

Pedro E. Suárez
No 95, Noviembre-Diciembre 1985
Tomo XV – Año XXI
Pág. 34