Fernando Buitrago Morales

FERNANDO BUITRAGO MORALES

 (por Flavio César Tijerino; Boaco 25-V-94)

           … «la alegría del despejo de una abra

           i la franca amplitud de un chapodado«.

     Fernando Buitrago Morales nació en Granada; allí estudió en su niñez; en su adolescencia, en León. Joven se trasladó con sus padres a Boaco, i ya anciano i solo, a Teustepe.

     En estas dos últimas rejiones, continuó Fernando su incesante amaestramiento poético. El esamen final de último grado lo rindió en Somoto, a los 84 años de añadirle criaturas a la realidad. La jeografía i la —en el buen sentido de la palabra —sociedad boaqueña fueron la facultad de humanidades i paisaje i silencios que doctoró a Fernando Buitrago Morales.

     Porque son boaqueñas sus criaturas poéticas; boaqueños su vocabulario, su acento y su morfosintasis, por eso nos llenamos la boca diciendo que él es boaqueño. Por eso me lleno la mía diciendo que Buitrago Morales es uno de los más ilustres personajes de este Boaco, centenario olvidadizo de sus honradores. También me lleno la boca diciendo que Buitrago Morales es el más escritor o el menos litereato de los escritores boaqueños nacidos antes de la muerte de Ruben en 1916.
     ¿Qué es lo que distingue a los escritores escepcionales? ¿Cuál es la caracteristica de su mérito? ¿Qué los convierte en clásicos? Sin duda la novedad de su palabra, el personal acento de su voz i su callar. Pero hai encerrada en esta afirmación una paradoja: la inspiración brolla de la vida; pero el poema, en prosa on en verso—la organización prodijiosa de silencios i palabras —gotea luego a través de multiples filtros de ajenas lecturas i propias relecturas.

      —“ ¿A quién imitaré para ser orijinal? » R.D.—

       Fernando Buitrago Morales se libró de la contemporánea, fatal influencia del primero I segundo Rubén Darío, que debió ser el maestro admirado. También se escapó Buitrago Morales—ájil torero— del novillo vanguardista (cimarrón, orejano i mostrenco). Alguien, asimismo, ha soñado que Buitrago Morales, en sus mazancuepas escritoras, evadió la tentación doméstica i domesticadora: el párvulo i lelo costumbrismo reminiscente, de lengua más o menos gacetillera; la croniquilla mengala de tipos i paisajes provincianos. La prosa chúcara— en verso, a veces in entonces la peor— de Fernando Buitrago Morales ha llegado a ser modelo; porque no es imitativa i porque es inimitable. El vocabulario i la morfosintasis fernadinas son de esas que le sacan la lengua a los imitadores. La frase fernandina no es plajiable; podría parodiarla algún humorista jenial.
     Una antolojía en prosa de Fernando Buitrago Morales debería de ser testo recomendado para el aprendizaje del español en los centros de estudio de un Boaco mitolójico. El habla nacional nicaragüense ha vendio construyendose con la emotiva libertad con que Fernando Buitrago Morales urdió su prosa, única en la historia de la literatura boaqueña i única, también, la prosa fernandina, en la historia del la literatura nicaragüense.

     I por añadidura los libros de Fernando Buitrago Morales son un museo vivo de cultura popular.[1]

Bince de mapachín


Hay muchas leyendas sobre la bince del mapachín, pero no se ha comprobado ninguna de ellas como reales.

Es indudable que este digitígrado, pariente cercano del perro y de la zorra, es un cánido digno de estudio por tener su miembro viril un alma, si así puede decirse, de hueso puro.

La forma de esa alma es como la de una interrogación o una ese mal hecha y por su presencia en tal lugar, hay que suponer que el mapachín es un mamífero exageradamente lujurioso.

Antiguamente a los burros hechores, les daban suero con huevos y le echaban a la bebida, bince de mapachín raspada, para embramar al animal y buscara éste por tal causa, a las hembras cargadas de hatajo, para aumentar así la reproducción de las acémilas.

¿Qué si la raspadura calienta o calentaba a los asnos? Eso no se puede negar ni asegurar, ya que la prueba no se tenía a la mano.

Les hechiceros han ocupado siempre la bince de este animal para hacerle daño a los humanos y cuando una mujer coge la calle de en medio para lanzarse al vicio por la maldad de los tales ha sido costumbre decir, que la víctima está amapachinada.

Son muchas las personas serias que dicen, que el polvo que produce la raspadura de la bince ingerido en agua, produce efectos afrodisíacos poderosos, hasta el extremo que si pasa de la dosis se llega a la locura, pero es difícil asegurar tal cosa, ya que aunque se tiene a mano desde hace años un hueso de tal clase, nunca ha cruzado por la mente de quien lo posee experimentar si es cierto la tal afirmación.

Fernando Buitrago Morales
No. 80, Abril-Septiembre 1978
Tomo XII – Año XIII
Pág. 774

Sangre fría

Habían entrado en una zona más oscura y despoblada. Iba todavía detrás del incitante balanceo, detrás de ese cuerpo de hembra que lo había forzado a la persecución sin posibilidad de retroceso. Ahora lo principal era no acortar la distancia antes del momento preciso, de llegar al lugar solitario y favorable. Había registrado, alerta, hasta el más leve ondular de ese cuerpo, cada matiz de su marcha engañosamente desprevenida, sólo aparentemente indecisa. Alcanzaba a percibirla con los ojos, ya acostumbrados a la semipenumbra, pero su presencia le llagaba, aún más, a través de una corriente inefable que despertaba, viejos, imperativos mensajes en la frialdad de su sangre. Por un momento, la vio desaparecer detrás de unas altas malezas que parecieron ondear al ritmo exacto, al mismo tortuoso vaivén que lo había fascinado. Apenas vaciló; aún sin verla, sentía que debía estar allí, escondida, y el mismo instinto que le había dictado el seguimiento ordenó el último avance. Rodeó las plantas sigilosamente y del otro lado la encontró, esperándolo, sin nada en su actitud que delatase miedo, recelo o siquiera sorpresa. Todo comenzó entonces a suceder sin premuras ni turbulencia. Primero fue el encuentro de sus bocas y pronto, simplemente, naturalmente, la vio echarse hacia a tras ofreciéndole su vientre desnudo donde latía el pequeño y oscuro centro del misterio. Comenzaron a flotar en la intensidad de un contacto creciente en el que sus cuerpos se oprimieron, se entregaron y por fin, se desencadenaron. Sin urgencia, abandonaron el reparo del matorral, donde quedaban, eterna moneda del universo, pequeñas perlas traslúcidas de sangre y plata. Luego, se fueron juntos a nadar.

(Apuntes sobre el desove del nannostomus eques, conocido vulgarmente por los acuaristas como pez-lápiz)

Ignacio Xurxo
No. 80, Abril-Septiembre 1978
Tomo XII – Año XIII
Pág. 758

Juan Armando Epple

Juan Armando Epple

(Osorno, Chile, 1946)

Es profesor en la Universidadde Oregón (Estados Unidos) y uno de los mejores conocedores del microrrelato hispanoamericano, y en especial del chileno, materias a las que le ha dedicado varias antologías, como Brevísima relación. Nueva antología del microcuento hispanoamericano (Mosquito, Santiago de Chile, 1999) y Cien microrrelatos chilenos (Cuarto propio, Santiago de Chile, 2002). Es autor, además, de una recopilación de MicroQuijotes (Thule, Barcelona, 2005) y de un excelente libro de microrrelatos, Con tinta sangre (Thule, 2004). De estas cinco piezas que ahora publicamos, los dos últimas son inéditas y forman parte de su nuevo libro, Para leerte mejor y otros prodigios, todavía sin editor[1].