André Breton

André Breton

Uno de los grandes impulsores del movimiento surrealista fue, sin dudas, André Breton, el escritor francés nacido el 19 de febrero de 1896 en Tinchebray.

Aunque estudió medicina presionado por sus familiares, su verdadera vocación siempre estuvo ligada a las letras. Así fue como, en 1916, se vinculó al grupo dadaísta y conoció a Jacques Vaché. Además, durante la Primera Guerra Mundial, al tiempo que trabajaba en hospitales psiquiátricos, comenzó a analizar el legado de Sigmund Freud y a estudiar sus experimentos respecto a la denominada “escritura automática”, temática que abordó en su primera obra publicada, que apareció en 1920 bajo el título “Los campos magnéticos”.

Años después, André Breton fundó la revista “Littérature” junto a Louis Aragon y Philippe Soupault y, en 1924, escribió el Manifiesto del Surrealismo. Lo que nunca se hubiese imaginado el autor es que, décadas después, ese documento se convertiría en uno de los nueve manuscritos comprados por Gérard Lhéritier por 5,6 millones de dólares. Por supuesto, semejante inversión no iba a quedar en el olvido, sino que se transformó en uno de los objetos más preciados de la exposición sobre surrealismo que tendrá lugar en el Museo de las Cartas y los Manuscritos de París hasta fines de 2008.

“La inmaculada concepción”, “El surrealismo y la pintura”, “Los vasos comunicantes”, “El viaje a Tenerife”, “Nadja”, “La linterna sorda”, “El amor loco” (inspirada en Jacqueline Lamba, una de las mujeres con quien contrajo matrimonio) y “La llave de los campos” son otras de las obras escritas por este francés que estuvo afiliado al Partido Comunista y se dejó influir por el trotskismo (movimiento que lo llevó a tomar una nueva posición, plasmada en el “Manifiesto por un arte revolucionario independiente”).

André Breton falleció el 28 de septiembre de 1966 en el hospital parisino Lariboisière. Además de libros y una importante contribución al movimiento surrealista, el escritor dejó un legado compuesto por las revistas “VVV” y “Le Surrealisme Même”[1].

 

De los puertos y algunas de mis obsesiones


Ellos adoran comidas finas. Sus platos son hechos de oro, oro macizo, puro, sus salas son finamente tapizadas y amplias como las de un castillo. Sus mesas están constituidas de viejos jacarandás, servidos cómodamente en pequeños trozos. Sus criados, con modernos vestimentos son entrenados en varias lenguas. Ellos nunca se preocupan con coloraciones partidarias o filosóficas; sus intenciones son puramente gástricas.

Adao Ventura
No 78, Julio-Agosto 1977
Tomo XII – Año XIII
Pág. 524

William Blake

William Blake

Poeta, pintor y grabador inglés, creador de una forma de poesía única acompañada de ilustraciones. Su poesía, inspirada por visiones místicas, se encuentra entre las más originales y proféticas de la lengua inglesa, y supone el rechazo de las ideas del movimiento ilustrado en favor del romántico. Hijo de un mercero (persona que comercia con artículos de costura), nació el 28 de noviembre de 1757 en Londres, ciudad en la que transcurrió la mayor parte de su vida. De educación fundamentalmente autodidacta, se dedicó con entusiasmo a la lectura, y recibió las influencias del místico alemán Jakob Boehme y del swedenborgianismo (de Emanuel Swedenborg). Ya desde pequeño, quería convertirse en pintor, por lo que fue a una escuela de grabado y, a la edad de 14 años, entró a trabajar como aprendiz del grabador James Basire. Poco después, estudió durante un breve periodo de tiempo en la Royal Academy, pero se rebeló contra las doctrinas estéticas de su director, sir Joshua Reynolds, defensor del neoclasicismo. Sin embargo, más tarde, entabló amistad con académicos como John Flaxman y Henry Fuseli, cuyas obras pudieron influirle. En 1784 abrió una imprenta y, aunque fracasó al cabo de unos años, continuó ganándose la vida como grabador e ilustrador. Su esposa le ayudó a imprimir los poemas ilustrados por los que es conocido incluso hoy en día.

Blake comenzó a escribir poesía a la edad de 12 años, y su primera obra impresa, Esbozos poéticos (1873), es una colección de poemas de juventud, en los que, entre una serie de elementos bastante tradicionales destacan pasajes que presagiaban lo que sería su estilo posterior. Como el resto de su producción, llegó a muy pocos lectores en su época. Sus poemas más populares, frescos, directos y notables por su elocuencia, fueron los que se incluían en Canción de inocencia (1789). En 1794, perdida la fe en la posibilidad de la perfección humana, el poeta publicó Canciones de experiencia, una obra en cuyos poemas utilizaba el mismo estilo lírico y retornaba a muchos de los temas de su libro anterior. De hecho, cuando se leen en conjunto, se descubre que las dos series de poemas presentan numerosas analogías. Inocencia y experiencia, «los dos estados opuestos del alma humana», contrastan en dos piezas como El cordero y El tigre, que representan respectivamente la inocencia de la niñez y la corrupción y la represión de la vida adulta. Su poesía posterior desarrolla la idea de que la verdadera inocencia resulta imposible sin la experiencia, transformada por la fuerza creativa de la imaginación humana.

Como era su costumbre, adornó los Cantos con dibujos que exigen del lector una visión extremadamente imaginativa de las complejas relaciones entre dibujo y texto. No se sabe a ciencia cierta el método que utilizaba para estampar su obra. La explicación más plausible parece ser aquella según la cual primero escribía el texto y después realizaba los dibujos de cada poema sobre una plancha de cobre, usando algún líquido insensible al ácido, por lo cual quedaban en relieve cuando se aplicaba. Entonces, le daba una capa de tinta de color, lo estampaba, y retocaba los dibujos a mano con acuarela. A Blake se le considera prerromántico, pues rechazó el estilo literario e intelectual del neoclasicismo, y su obra gráfica desafiaba las convenciones artísticas del siglo XVIII. Defendió siempre la imaginación frente a la razón, pues consideraba que las formas ideales debían construirse no a partir de la observación de la naturaleza sino de las visiones interiores. También su estilo lineal y basado en rítmicas repeticiones significa un rechazo al estilo académico imperante en la época, y sus figuras se pueden retrotraer a la estatuaria de las sepulturas medievales, que había copiado cuando era aprendiz, y a las obras de los manieristas posteriores.

Resulta especialmente evidente la influencia de Miguel Ángel en la potencia del escorzo y en la exagerada musculatura de algunas de sus figuras, sobre todo en una muy conocida, la llamada El anciano de los días, que conforma el frontispicio de su poema Europa, una profecía (1794). Gran parte de su pintura estuvo dedicada a temas religiosos: ilustraciones para la obra de John Milton, su poeta favorito (a pesar de que rechazaba firmemente su puritanismo), para El viaje del peregrino de John Bunyan, y para la Biblia, además de las 21 ilustraciones que realizó para el Libro de Job. Entre sus ilustraciones de temas paganos se encuentran las que llevó a cabo para la edición de los poemas de Thomas Gray y las 537 acuarelas para Ideas nocturnas de Edward Young, de las que tan sólo 43 fueron publicadas.

En los denominados Libros proféticos, una serie de extensos poemas escritos a partir de 1789, Blake creó una compleja mitología personal e inventó sus propios personajes simbólicos, que reflejaban sus preocupaciones sociales. Verdaderamente innovadores tanto en pensamiento como en expresión, de ellos escribió el autor: «Debo crear un sistema o permanecer esclavizado por los de otros». Blake fue un inconformista radical en la línea en que lo fueron otros librepensadores ingleses, como Mary Wollstonecraft o Thomas Paine. En poemas como La revolución francesa (1791), América, una profecía (1793) y Visiones de las hijas de Albión (1973), presenta las figuras de su propia mitología, como Urizén, símbolo de una moralidad represiva, y Orc, el arquetipo de rebelde. En Europa, una profecía (1794) expresó su condena hacia la tiranía política y social del siglo XVIII, mientras que en El libro de Urizén (1794), denuncia la tiranía religiosa, y en El viajero mental (1803) pone en evidencia la explotación de los sexos. Entre los Libros proféticos se encuentra una obra en prosa, El matrimonio del cielo y el infierno (1790-1793), que desarrolla la idea de su autor según lo cual «sin contrarios no hay progreso» e incluye, asimismo, los ‘Proverbios del infierno’, uno de los cuales dice: «Los tigres de la ira son más sabios que los caballos de la instrucción». En 1800 el poeta se trasladó a la ciudad costera de Felpham, donde vivió y trabajó durante tres años, bajo el patrocinio de William Hayley. Allí llevó a cabo profundas exploraciones espirituales que le prepararon para sus obras de madurez, las grandes épicas visionarias escritas y decoradas entre 1804 y 1820. Milton (1804-1808), Vala o Los cuatro Zoas (es decir, aspectos del alma humana, 1797; reescrito después de 1800) y Jerusalén (1804-1820) no poseen ni los argumentos ni los personajes ni la métrica tradicionales, y sus versos libres, de carácter retórico exigen nuevos modos de lectura. En ellos permanece omnipresente la visión de un tipo nuevo y superior de inocencia, la del espíritu humano triunfante sobre la razón.

Aparte de sus grandes libros, el poeta inglés escribió otras obras, como Una isla en la luna (1784), una divertida sátira sobre sus primeros años de vida. Además, una colección de cartas y un cuaderno de notas con apuntes y algunos poemas breves que escribió entre 1793 y 1818, al que se denominó el Manuscrito Rossetti, pues lo adquirió en 1847 el poeta, también inglés, Dante Gabriel Rossetti, uno de los primeros artistas que reconocieron el valor de Blake. Sus últimos años, pasados en la pobreza, fueron aliviados por la amistad de un grupo de jóvenes artistas admiradores de su figura. Murió en Londres, el 12 de agosto de 1827, dejando inconcluso un ciclo de dibujos inspirados en la Divina Comedia de Dante. Muchos poetas posteriores, entre ellos Swinburne, Yeats y Emily Dickinson, asimilaron su visión y su estilo literarios[1].

Enemigos


Al Devorador le parece que el creador está encadenado pero no es así: sólo toma porciones de la existencia y la imagina como el todo.
Pero el Prolífico dejaría de ser si el Devorador, como un mar, no recibiera el exceso de sus deleites.
Estas dos clases de hombres siempre están sobre la tierra y deben ser enemigos: quien trate de reconciliarlos busca destruir la existencia.

William Blake
No 78, Julio-Agosto 1977
Tomo XII – Año XIII
Pág. 516

Geneología

Yo tuve un abuelo celta y otro romano, casados con cretense y con etrusca. Otro abuelo se hizo matar en Roncesvalles y otro más peleó en las mesnadas del Cid, me tocó verlo muerto y a caballo.

Por lo menos dos abuelos procedían de Jerusalem o de Alejandría y me legaron, junto con algunos más, mi nariz. Una mi abuela fue criada en la corte de Abderramán III, su padre era jardinero y amaba el agua por encima de todas las cosas y también las alcachofas. Como cinco abuelos fueron artesanos y por supuesto comuneros. En cambio mi abuelo francés nunca pudo tomar en serio nada. No más de tres abuelos desembarcaron en la Nueva España y ni tomaron armas, ni vistieron sotana, ni abrieron tienda, pero tampoco se supo de qué vivían. Una abuela se suicidó en España durante “Los desastres de la Guerra”, de Goya.

A ciencia cierta sé que dos abuelos míos, uno en México y otro en España, manejaron con limpieza sus plumas liberales y aunque no la perdieron, se jugaron la piel mientras otro abuelo tenía casas y haciendas y se alumbraba con velas por miedo a la luz eléctrica. A él le debo (gracias, abuelo) la poca libertad universitaria con que cuento.

El último abuelo fue marino, guapo, de mirada profunda. Casó con mi abuela, menuda y nerviosa, a quien reproduzco casi entera,
Como todo buen cristiano, se mezclan en mi sangre los cromosomas de la compasión y la violencia; pero aunque sé ya muchas cosas, de mi herencia no sé nada.

Mireya Cueto
No 78, Julio-Agosto 1977
Tomo XII – Año XIII
Pág. 513

Ovidio

Ovidio

(Publio Ovidio Nasón, en latín Publius Ovidius Naso; Sulmona, actual Italia, 43 a.C.-Tomis, hoy Constanza, actual Rumania, 17 d.C.)

Poeta latino. Educado en las artes de la política, estudió en Roma y completó su formación en diversas ciudades del mundo griego, pero pronto abandonó la política para dedicarse por entero a la poesía, convertido en un hombre adinerado tras heredar la hacienda de su padre.

Tuvo numerosas amantes, y se casó tres veces (con dos divorcios), y algunas de sus peripecias amorosas aportaron el material poético para sus Amores, una serie de poemas que narran los incidentes de sus relaciones con Corina, personaje en el que seguramente condensó diversas figuras femeninas.

Ovidio perteneció a una serie de poetas que no conocieron las guerras civiles que asolaron Roma durante el siglo I a. C. Los antiguos poetas augusteos, como Virgilio y Horacio, con sus valores patrióticos y su estética clasicista, estaban ya muy lejos de la generación de Ovidio, heredero de la estética helenística que representa el gusto por la erudición y por la despreocupación política y social.

En Roma, donde residió hasta los cincuenta años de edad, se relacionó con la más alta sociedad, incluido el emperador Augusto. Sin embargo, en el año 8 d. C. cayó en desgracia y fue desterrado hasta su muerte en Tomis, en el Ponto Euxino, cerca del Mar Negro, sin que se sepa cuál fue exactamente el motivo; el propio Ovidio supone que se debió al tono libertino de algunas de sus obras, que se habría interpretado como un ataque a la política de reforma moral y a la estética del emperador Augusto, quien llegó a castigar el adulterio como si fuese una ofensa contra el Estado o la religión, incluso más allá de la propia tradición romana. Sin embargo, estas obras circulaban desde hacía tiempo, por lo que se ha especulado también con la posibilidad de que el poeta conociera un escándalo en el que estaba implicada la hija del emperador.

En su primera etapa, la poesía de Ovidio tiene un tono desenfadado y gira alrededor del tema del amor y el erotismo. Amores, Arte de amar, considerada por algunos su obra maestra, y Remedios de amor destacan por la maestría técnica en el manejo del dístico elegíaco y la facilidad brillante y a veces pintoresca del verso. El propósito didáctico, los consejos y ejemplos sobre cómo seducir a las mujeres y relacionarse con ellas, se mezcla en estas obras con la anécdota burlesca y un costumbrismo teñido de sátira; a los ojos modernos, más que de amor se trata de erotismo, o incluso de un simple repertorio de anécdotas picantes, aunque debe tenerse en cuenta que lo que enla Antigüedadse entendía por amor se acerca más a lo que hoy llamaríamos erotismo. Por ello, cuando estas obras influyan en el amor cortés trovadoresco (siglo XII), las diferencias serán también notorias.

A la obra de madurez del poeta corresponden Las metamorfosis, extenso poema en hexámetros que recoge diversas historias y leyendas mitológicas sobre el tema de las metamorfosis o transformaciones. Se trata de un poema escrito con la voluntad de competir con Virgilio, aunque a la solemnidad de la Eneida opone Ovidio el guiño, la broma y el refinamiento, y a la épica armónica y ática del excelso Virgilio, la variedad pasional y helenística.

Durante la Edad Mediay el Renacimiento, la obra circuló casi como una enciclopedia sobre mitología clásica. Las obras compuestas durante el tiempo de exilio se caracterizan por la melancolía; destacan los Tristes, cinco libros de elegías que relatan su infeliz existencia en Tomis y apelan a la clemencia del emperador Augusto[1].         

 

Coitus non interruptus


Al preguntarle Zeus y Hera a Tiresias quién gozaba más en la cama si el hombre o la mujer, el adivino respondió: “Si las partes del placer se cuentan como diez, corresponden tres veces tres a ellas y una sola a los hombres”. Hera entonces, furiosa, lo cegó convirtiéndolo en mitad hombre y mitad mujer.

Ovidio
No 78, Julio-Agosto 1977
Tomo XII – Año XIII
Pág. 512

Kitty y sus cosas

Kitty amaba mucho a sus cosas. Amaba su acogedora recámara, a su auto sport rojo y amarillo; también a su minigrabadora y a su collar de perlas. ¡Amaba más a sus cosas que a la gente! Por eso, sus cosas la empezaron a amar a ella.

A veces, las sábanas —que la querían tanto— no la dejaban levantarse. Se le pegaban al cuerpo, se le enredaban en las piernas, en la cintura, en los brazos. Otras ocasiones era el auto que no la quería soltar: el volante se le enredaba en las muñecas o el pedal la atrapaba de un tobillo. O la grabadora no quería dejar de reproducir su voz, aunque le sacara la pila.

De estos y de otros incidentes salió bien librada; hasta le divertían. Pero anoche acariciaba embelesada su hermoso collar de perlas y se lo colocó suavemente sobre el cuello. Y el collar —que la amaba tanto a su dueña— en un estremecimiento de júbilo, la degolló.

Amos Bustos Torres
No 78, Julio-Agosto 1977
Tomo XII – Año XIII
Pág. 509

Adao Ventura

ADAM VENTURA Ferreira Reis

Nació en Santo Antonio de Itambé, MG, en 1946. Se graduó en Derecho por la UFMGy en 1973 por invitación de la Universidadde Nuevo México, fue a los Estados Unidos, donde enseñó literatura contemporánea. 

Ha publicado varios libros, entre ellos El color de la piel, Los músculos Texturafro y El Arco de Triunfo, ha aparecido en varias antologías y sus poemas fueron traducidos al Inglés y Alemán.  Tuvo uno de sus poemas incluidos en la antología El cien mejores poemas del siglo Brasileros, organizado por Italo Moriconi (Autor Objetivo – SP). Sus espectáculos de poesía están inmersos en los problemas de la oscuridad y al mismo tiempo por una simplicidad que hace que sea legítimo, y el líquido, o como Manuel Lobato escribió: «La maldad del mundo y el misterio de la vida grito en el sonido de sus versos.» 
Publicado en 2002 Letanías de Jamón

Murió en Junio de 2004.[1]

De algunas de las manías de un rico mercader de Menphis


El mercader poseía una variada colección de caballos, esos caballos fueron adquiridos con las más duras penas, unos eran todavía procedencia legítima del apocalipsis, esos, por ser los más antiguos, eran alimentados por pequeños cuerpos de ángeles, los expulsados de la tierra, los caballos más nuevos descendían en linaje directo de los viejísimos rayes de la babilonia, esos eran tratados con suculentas sopas extraídas de los residuos de los complicados alfabetos de las lenguas extinguidas. Tales animales tuvieron sus razas destruidas por las guerras, por eso, el mercader los preservaba en lujosos palacios dotados de acústicas especiales, capaces de guardar, bajo registro, sus mínimos gestos amorosos.

Adao Ventura
No 78, Julio-Agosto 1977
Tomo XII – Año XIII
Pág. 507

Pregunta

Un hombre preguntó a una escritora:

—¿Qué sentía cuando escribió su novela?

—Que dejaba de ser animal: las letras me convertían en persona— respondió.

La policía no se explica cómo es que dentro de las pupilas del muerto un animal los mira sonriente.

Antonia Mora
No 78, Julio-Agosto 1977
Tomo XII – Año XIII
Pág. 505

Rosendo Díaz-Peterson

Rosendo Díaz-Peterson

Doctor en Literatura, Lengua y Cultura Española e Hispanoamericana (Universidad de Illinois, Campaigne-Urbana, 1974). Hizo un máster en Literatura Española (Catholic University of America, 1971), el postdoctorado en Teología, Sociología y Psicología (Universidad de Lovaina, Bélgica, 1969) y el doctorado en Teología (Catholic University of America, 1964). Está especializado en la Generacióndel 98, en la Narrativa HispanoamericanaContemporánea, en el Pensamiento del Siglo de Oro Español, en la Cultura Española y en Teología.[1]

Cuando se gastó mi nombre

En mi aldea natal me llamaban Don Ramón. Nombre inseparable de todo lo que mi padre, don José, hizo y heredó. Me decían Ramoncito, el del juez, Ramón el piadoso, Ramón el del caserón, Mi padre no fue nunca juez de ley. Pero su enraizamiento en la región —en la misma casa nació mi bisabuelo— le hizo poseedor de las virtudes de hombre serio, abogado en las discordias y patriarca regional.

Cada vez que se pronunciaba mi nombre rebullían el sedimento secular de los Garrido, siempre vivos, inconmovibles y dinámicos. En mi nombre se apilaban las virtudes de mis antepasados, lo que se intensificaba a medida que pasaba el tiempo. Nunca se me ocurrió preguntar: “¿Por qué tienes nombre tú?”

En mi pueblo no había documentos. Si alguno existía, no sabía nadie donde estaba. Dominaba la ley del hombre y la palabra. Por sus tribunales corría, siempre la misma y siempre nueva, la sentencia de los antepasados.

Llegada la media noche, el pueblo no se dormía. A esa hora se multiplicaban las consultas. Muchas personas llegaban hasta mi lecho para darse mayor importancia y misterio. “El asunto le es de mucha gravedad”, don Ramón, musitaba el señor Tupino. “Ponga los chichos en el fallado, que le andan tratando de averiguar si paga la contribución. Le vienen muy hambrientos y van a sacar de donde puedan”.

Más, ¿qué habría de temer don Ramón Garrido? Bastaría mi nombre para cualquier fiscal que se atreviera a llegar a mi casa. Alguno de ellos habría conocido sin duda a mi abuelo, hombre de mucho bien. Y el jefe de la comitiva pronunciaría su sentencia: “Don Ramón, usté lo pase bien”.

Los habitantes del sector desaparecieron como frutas del otoño. Se extinguieron unos como violetas que sucumben ante el primer rayo del sol de estío. Se refugiaron otros en la ciudad adheridos extrínsecamente a los que se agrupan bajo la protección de la jaula urbana. No quise ver mi pueblo desvencijado. Nadie pronunciaría mi nombre. Emigré a U.S.A. y se me llamó 875-74-1234.

Rosendo Díaz Peterson
No 78, Julio-Agosto 1977
Tomo XII – Año XIII
Pág. 504

El soñador

Esa noche Luciano El soñador había tenido un sueño extraordinario: de un humilde y sencillo campesino se había convertido, de la noche a la mañana, en un poderoso terrateniente y dueño de lujosas mansiones con todos los servicios y adelantos de las comunidades ultramodernas.
Pero en la mañana se despertó desilusionado, con la cara desencajada y un rictus de pesadumbre. Advirtió, además, que durante el sueño no sólo había perdido sus riquezas, sino que también había sido golpeado salvaje y misteriosamente en los costados. Tenso de rabia, dolor y venganza, se dirigió hacia los umbrales de la noche en busca de los autores de la felonía. Cuando encontró a Morfeo e informó a gritos acerca de la infamia que había sido objeto, éste, con su acostumbrada displicencia, notificó a Luciano que un grupo de unicornios lo habían arrojado a coces del reino de los sueños por intentos de invasión a inmensas propiedades privadas.

Pablo Santillán Ledesma
No 78, Julio-Agosto 1977
Tomo XII – Año XIII
Pág. 499

La pareja

Hacía veinte años que la pareja, enamorada locamente, se miraba sin parpadeo alguno. Ellos no podían explicarse por qué el tiempo no los envejecía. Tampoco se explicaban el porqué nunca se habían dolido de los ojos. ¡Caramba! Es algo normal. Nos sucede a todos.
Aún no se daban cuenta que eran personajes de una foto.

Waldemar Noh Tzec
No 78, Julio-Agosto 1977
Tomo XII – Año XIII
Pág. 497

Posesión

Hoy he dejado completamente libre a ella: esa chica introvertida, acomplejada y prejuiciosa que vive en mí. Siempre deseé que fuese como yo, pero hoy no me he metido en ella. He vagado, he volado, he sido mentira, verdad, principio y final. Me he convertido en la novia de la noche, en amiga de la luna y en amante de la mar. He caminado por la calle y un payaso me ha prestado su disfraz, un enano su cuerpo y un pequeño su candor. He sido la mente de un loco, el instinto de un perro, el latir de un corazón, el llanto de un niño y el interior de un foco. He formado parte del tiempo, del espacio, de la naturaleza, del amor, del viento y del silencio. Fui también un beso, una caricia, fui un átomo y un feto. Me he introducido en la personalidad de un niño, de un viejo, de un vagabundo, de un poeta y de un ebrio. Estuve en la presencia de Dios y fui bondad, en la del diablo y fui maldad. He sido gato, pájaro, flor, papel, poder, ceniza, hechicería y unicornio. Fui experiencia, sueño, pesadilla, fui solamente un demonio.

Anoche sobre mi corazón rodó una gota de sangre; en torno mío se escuchaban miles y miles de campanas, cuyo sonido penetraba en mis oídos casi desgarrándolos. Fue entonces cuando me di cuenta que durante mucho tiempo, la muerte había permanecido cautiva en mi persona.

Isabel Rabadán O.
No 78, Julio-Agosto 1977
Tomo XII – Año XIII
Pág. 495

Inocencia

Año 2050: La ciencia está tan adelantada que en la ciudad de París nacen los niños por medio de computadoras y probetas. Cuando los niños preguntan de donde vienen, los padres, como siempre, por eso de la “inocencia”, responden con una mentira: Los niños vienen del vientre de las mujeres.

Armando Vallejo Garamendi
No 78, Julio-Agosto 1977
Tomo XII – Año XIII
Pág. 485

Gustavo Masso

Gustavo Masso

 Nace en 1952, en México, D.F.
Ingresa al taller de cuento Punto de Partida, de la U.N.A.M., coordinado por Miguel Donoso Pareja.
Recibe la beca INBA-FONAPAS en narrativa. Durante este año asiste al taller literario dirigido por el escritor argentino Pedro Orgambide.
Cursa en el Centro de Capacitación Cinematográfica la especialización en Guión Cinematográfico, generación 1982.
Tesis: México por nocaut, guión cinematográfico.
Colabora, eventualmente, como guionista en la televisión mexicana.
Mención de honor en el premio Kalpa de ciencia ficción, 1994.
Finalista en el concurso de cuento Jornadas Libertarias del 68, convocado por el gobierno de la Ciudad de México, 1999.
Ha publicado, entre otras, en las revistas Tierra Adentro, Educación, El Cuento, La Mosca y Quórum, y en los suplementos culturales Diorama, La Cultura en México, Sábado, La Semana de Bellas Artes, El Gallo Ilustrado, etc.

Libros publicados:
Esta historia pasa de aquí a su comienzo, cuentos, U.N.A.M.
Ahora las palabras, relatos, U.N.A.M.
El Albañilito Rodríguez, cuentos, Editorial Universo.
Poemassos: Amor finisecular, poemas, Ediciones de autor.

Antologías: Jaula de palabras, una antología de la nueva narrativa mexicana, por Gustavo Sáinz, Grijalbo.
El barrio, colectivo de narrativa urbana,
Relatos y carteles, Peña Morelos.
Itinerario inicial, recopilado por Roberto Bravo, Universidad de Chiapas.
Del pasado reciente, selección de cuento mexicano contemporáneo, por Joel Dávila Gutiérrez, Premiá Editora

Colabora actualmente en las revistas digitales: Ochocientos, Oxygen, Letras Perdidas, Literanet.[1]

 

 

Femina psicodelis

El metro avanzaba envuelto en su olor de hule quemado y sudor humano. La mujer, en el incómodo asiento, leía su revista femenina de rigor, mientras disimuladamente miraba de reojo a los hombres del vagón y escogía uno. Con un gesto muy estudiado alzó la vista, miró al que estaba frente a ella y sonrió. El hombre recibió el doble destello de mirada y sonrisa, y sonrió también, deslumbrado. Lo único que veía ahora era la vagina que se abría enorme ante él. Supo entonces que estaba perdido, pero no pudo resistir la tremenda atracción y se dirigió a ella. Las puntas de los senos le guiaron con su señal roja y atracó en ese puerto con bandera franca, justo entre las piernas de la mujer, y se debatió ahí sin ninguna esperanza, con un placer masoquista, mientras su cuerpo se perdía, se iba por ese vórtice erótico. Casi al final sintió miedo, y en un intento desesperado se agarró con fuerzas de los senos y se sostuvo así un momento, pero fue inútil, y entre las convulsiones del orgasmo desapareció. Del hombre aquel sólo quedó la figura encorvada que descendió en la siguiente estación. La mujer cruzó las piernas, sonrió satisfecha y empezó a elegir su próxima víctima.

Gustavo Masso
No 78, Julio-Agosto 1977
Tomo XII – Año XIII
Pág. 484

Baltazar Gracián

Baltasar Gracián

Vino al mundo en Belmonte, una localidad muy próxima a Calatayud, el 8 de enero del año 1601. Sus padres fueron Francisco Gracián, médico, y Ángela Morales. En este pueblo pasa su primer año y medio de vida hasta que su padre es trasladado a Ateca. Puede decirse que es educado en todo momento en un ambiente de profunda religiosidad, si tenemos en cuenta que la mayoría de sus hermanos fueron religiosos.

A una edad muy temprana, a los 10 ó 12 años, el joven Baltasar viaja a Toledo donde se cría  y se educa bajo la tutela de su tío Antonio Gracián. Fue en esta ciudad donde debió decidirse su vocación, pues a los 18 años ingresa en la Compañía de Jesús, en el noviciado de Tarragona, donde pasa los dos años del novicio. La formación religiosa que allí obtiene quedará patente para siempre en su personalidad. Tras su estancia en esta ciudad pasa al Colegio de Calatayud (actual centro dela UNED) donde va a cursar dos años de Filosofía. En 1623 comienza sus estudios de Teología en el Colegio de Zaragoza, estudios que finalizarán cuatro años más tarde, tras los cuales es ordenado sacerdote. Vuelve al Colegio de Calatayud como profesor de Gramática Latina. Reside en esta ciudad, a la que ama y siempre recuerda, hasta 1630, fecha en la que se desplaza al Colegio de Valencia y donde realiza su tercera probación. Desde allí marcha a Lérida para ocupar la cátedra de Teología moral durante dos años, tras los cuales se instala en el Colegio de Gandía, donde surgen algunas discrepancias con sus hermanos de religión por diferencias regionalistas.

En 1636 es destinado a Huesca, ciudad de fundamental importancia para su actividad literaria, pues allí conoce a Vicencio Juan de Lastanosa, un noble erudito que encarna los rasgos primordiales del mecenas barroco: hombre de refinada cultura, poseía un palacio conocido en la época por sus preciosos jardines botánicos al cuidado de ocho jardineros franceses, sus innumerables objetos de arte, entre los que se encontraban cuadros de Rubens o miles de monedas antiguas, por su espléndida biblioteca, que contenía infinidad de libros de diversas materias y en los más variados idiomas. En este edificio se celebraban animadas tertulias literarias en donde Gracián tenía la oportunidad de entablar contacto con las personalidades más destacadas del mundo de la cultura de Huesca en la época: don Juan Orencio de Lastanosa, hermano del conocido mecenas, el historiador don Juan Francisco Andrés de Uztarroz… Después de apenas un año de amistad entre Lastanosa y Gracián, se publica El Héroe (1637), firmado por Lorenzo Gracián, nombre de su hermano. Parece ser que con este nombre pretendía despistar a las autoridades de la Compañía, pues no estaba permitido publicar libros sin ser previamente revisados por ella. Puesto que el círculo cultural oscense no era demasiado amplio, no fue ningún secreto la autoría de esta obra y pronto se solicita su traslado, el cual no se lleva a cabo hasta 1639, año en el que viaja a Zaragoza para ser confesor del duque de Nocera, virrey de Aragón, con quien va a tener la oportunidad de visitar la Corte.

Es en 1640, después de sus breves estancias en Madrid y Pamplona, cuando publica El Político Don Fernando el Católico, obra dedicada al duque de Nocera, también sin censura y bajo el nombre, otra vez, de Lorenzo Gracián.

Dos años más tarde publica en Madrid Arte de ingenio, refundido y ampliado seis años más tarde en Huesca con el título Agudeza y arte de ingenio. Su estancia en Madrid es la causa de su pesimismo y su desengaño, tan presentes en sus obras, pues es en la capital española donde percibe las costumbres más viciosas de los hombres y la hipocresía  de la condición humana. En este mismo año de 1642 se halla Gracián como superior del Colegio de Tarragona, cuando se desarrolla la guerra de Cataluña.

En 1644 se dirige a Valencia. Aquí se ocupa de la redacción de una nueva obra, El Discreto, editado en Huesca dos años más tarde por Juan de Nogués. Sigue utilizando el pseudónimo de Lorenzo Gracián. En el mismo año de esta publicación es nombrado capellán del ejército en Lérida, lo que le vuelve a poner en contacto con la guerra de Cataluña. Pero no estará aquí mucho tiempo, pues pronto es destinado a Huesca, donde vuelve a publicar otra obra, su colección de máximas titulada Oráculo manual y arte de prudencia (1647).

Desde la fecha de esta publicación hasta 1651 tenemos pocas noticias de Gracián. Parece ser que anduvo por distintos pueblos aragoneses, probablemente dedicado a la predicación o a la enseñanza en los distintos colegios dela Compañía. En1651 se encuentra en Zaragoza, donde publica la  primera parte de El Criticón. Esta vez el pseudónimo de Gracián es un poco más complejo: mediante un juego fonético de sus dos apellidos el nombre que ahora elige es “García de Marlones”. La segunda parte de esta obra se publica en Huesca en 1653. En esta ocasión vuelve a tomar el nombre de Lorenzo Gracián. Sigue con sus problemas con la Orden debido a sus publicaciones, pues, aunque no aparecen con su nombre real, de sobra es sabido por sus superiores que son obras gracianas.

Pero su enterizo temperamento lo lleva a seguir escribiendo y en 1655 aparece El Comulgatorio, su única obra religiosa, que se publica esta vez ya con su nombre propio. Dos años más tarde culmina su grandiosa obra alegórica, El Criticón, publicando su tercera y última parte. La finalización de esta obra le ocasiona una amonestación pública, consistente en ayuno a pan y agua, el cese de su cátedra de Escritura y su salida de Zaragoza. Poco tiempo después aparece en Tarazona como consultor del colegio y prefecto de espíritu y  en esta ciudad morirá el 6 de diciembre de 1658[1].