Cuando llegué a la isla, y sabiendo mí destino, quise ir a su casa a buscarla. Yo, en la playa, rogaba a los dioses por mirarla lo más pronto posible. Odiseo, el más astuto de los hombres, me puso a la cabeza de la expedición. Llamándome aparte, me recomendó un gran cuidado. Yo le dije que sí; pero él sabía desde hacía mucho tiempo mi cruel hado. Pero, ¿Quién tiene la culpa de mis errores? Los dioses han trazado mi vida como una flor desgarrada. Ellos, más que este frágil vaticinio, son culpables del infierno que he vivido. A lo lejos, detrás de la arboleda de los robles, se mira en un límpido valle, la casa de piedras pulidas de la diosa. Camino más rápido que mis compañeros. Las últimas ramas del sol acarician mi rostro como los dedos de la mujer amada. Estoy solo; nunca he estado más solo en esta tierra. Hoy enfrento al fin mi condición definitiva. Atravieso la arboleda de los robles y los leones y los lobos anuncian mi llegada a la mujer del sueño. Recargada en la puerta, ella, la diosa, me repite: “Oh Laertes, te esperaba, es inútil, la cabeza de Odiseo, será hoy la cabeza de la piara”
Marco Antonio Campos
No 95, Noviembre-Diciembre 1985
Tomo XV – Año XXI
Pág. 45