La mañana amaneció cálida y aún el rocío permanecía en el aire. Los hombres de bluyin, barba y piel de buche de rana, habían llegado a la casa de techo de zinc y fachada pintorreteada, convertida en hotel. Al rato, con un enjambre de cámaras y luces, atravesaron el silencio del pueblo. Venían de la capital en búsqueda de la mujer para dar la noticia. Este día —por primera vez en su historia— la puerta alta siempre abierta a los retratos de la sala, al amorardiente del patio y a la mujer cosiendo en uno de los corredores, se cerró.
Entonces, el antiguo escribiente del Juzgado, localizó al Jefe de la Jauría y le negoció un documento de su época. Un folio de papel sellado con el escudo nacional, recorrió el país. Decía: “… el legists al practicar examen a la ofendida, encontró el himen sano, como cicatrizado por el tiempo, sin presentar defloración alguna…”
Días después, cuando llegó la prensa con su debido atraso la mujer leyó la noticia y sintió cierta nostalgia vaga como el viento del recuerdo.
Ricardo Luna
No 95, Noviembre-Diciembre 1985
Tomo XV – Año XXI
Pág. 97