Cameramen

Sentados a la mesa, en la terraza, Helmut y Jack contemplan el mar y conversan. Helmut le muestra una foto y mientras Jack observa, Helmut evoca… Recuerda a Helmut, el nazi, arrastrándose penosamente sobre la quemante arena del Sahara. La sed le agobia; el sudor y la fatiga han tendido un velo translúcido sobre sus ojos; a través de él cree ver unas vagas sombras verdes. Se frota los ojos y entonces puede contemplar aquel hermoso oasis: la cristalina laguna parece dormir bajo la fresca sombra de las palmeras. Es el oasis más hermoso que ha visto en su vida. El hábito le hace enfocar la pequeña cámara y lo imprime. Después da un paso hacia el oasis. Otro paso. Uno más y cierra un momento sus extenuados ojos. El oasis aprovecha aquel parpadeo para evaporarse y el infeliz Helmut se queda nuevamente desamparado en medio de aquel infernal desierto. Horas después, la patrulla del inglés Jack lo encuentra, moribundo. Lo arresta y le salva la vida.

Ocho años después, Helmut y Jack —excelentes amigos—, observan la pequeña foto.

—¡Pero era un espejismo…!

—Seguro, Jack… seguro —murmura Helmut.

Amós Torres Bustos
No 79, Septiembre 1977-Marzo 1978
Tomo XII – Año XIII
Pág. 617

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