Por qué enloqueció Don Quijote

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Don Quijote (que todavía se llamaba Alonso Quijano) iba a casarse con Dulcinea del Toboso. La noche anterior a la boda de la novia le mostró su ajuar, en cada una de cuyas piezas había bordado un monograma. Cuando el caballero, que era en extremo sensible, leyó aquellas tres iniciales atroces, perdió la razón.

Marco Denevi
No. 15, Septiembre- Octubre 1965
Tomo III – Año II
Pág. 178

Paolo y Francesca

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No están en el infierno por adúlteros (Dante, Infierno, V). Se amaban, es cierto. Pero rechazaron la alternativa del pecado, la vergüenza, el inevitable hastío. Eligieron la muerte. No podían suicidarse. El suicidio los condenaría, los separaría por toda la eternidad. Idearon otro plan: obligar a Gianciotto (el marido de Francesca) a que los matase. Empezaron: multiplicaban en su presencia las miradas de complicidad, los suspiros, los rubores. Gianciotto, que era celosísimo, cayó en la trampa. Una noche lo esperaron en la alcoba de Francesca. Sabían que los vigilaba. Cuando oyeron sus pasos, copiaron la figura de los adúlteros, se tomaron de las manos, por primera vez se besaron. Gianciotto entró (ellos, temblando, cerraron los ojos) y los mató. Dios los condenó, a causa de ese crimen de Gianciotto, a un infinito acoplamiento en el segundo círculo del infierno.

Marco Denevi
No. 15, Septiembre- Octubre 1965
Tomo III – Año II
Pág. 178

Pigmalión

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Fue al revés: la hermosísima Galatea era un ser vivo. Pero en cuanto le apareció la primera arruga. Pigmalión, egoísta como todos los estetas, le suplicó a Venus que convirtieses a su amada en una estatua. La diosa consintió. Y desde entonces Pigmalión acariciaba una mujer de mármol en vez de una mujer de carne, “Lo prefiero —afirmaba con toda seriedad—. Es fría e inerte, pero al menos no envejece, no huele mal, no dice tonterías”

(N. N. : Papeles para Ucronia.)

Marco Denevi
No. 121-122, Enero-Julio 1992
Tomo XXI – Año XXVIII
Pág. 36

La cigarra en el hormiguero

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Gartenaere (Africa Fabeln) recogió en el país de la tribu lukolela, en Africa Central, el siguiente “Tratadito sobre la poesía”:
“Cierta vez las hormigas encontraron (o creyeron encontrar) el cadáver de la cigarra.

—Vaya —exclamaron sarcásticamente—, al fin se ha muerto esta holgazana, este parásito de la sociedad, que con su canto no nos dejaba trabajar tranquilas y daba un pésimo ejemplo a nuestros hijos. Llevémosla hasta el hormiguero para que todas las hormigas vean a dónde conduce una vida de puro jolgorio. Luego nos la comeremos.

Cargaron con el cadáver y no sin sortear muchos peligros y vencer numerosos obstáculos lograron instalarlo dentro del hormiguero. Toda la comunidad de las hormigas acudió a contemplar a aquel gigante caído. Lo contemplaban en silencio, con odio y codicia. Y ya iban a devorarlo, cuando la cigarra, que no estaba muerta sino desvanecida, volvió en sí. Como no sabía dónde se hallaba, como la obscuridad del hormiguero no le permitía enterarse (lo único que sentía era un feo olor y mucho frío) hizo la sola cosa que sabía hacer: se puso a cantar. Fue una catástrofe. Los tabiques empezaron a desmoronarse, los techos caían como si fuesen de papel, las galerías se inundaron y al fin todo el hormiguero se abrió al igual que una fruta podrida y mató a las hormigas que, aturdidas por el ruido, no atinaron a escapar.

La cigarra vio allá arriba un poco de luz, un poco de cielo, se calmó, se calló, agitó las alas y echó a volar”.

Marco Denevi
No. 125, Enero-Marzo 1993
Tomo XXII – Año XXVIII
Pág. 49

El nunca correspondido amor de los fuertes por los débiles

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Hasta el fin de sus días Perseo vivió en la creencia de que era un héroe porque había matado a la Gorgona, a aquella mujer terrible cuya mirada, si se cruzaba con un mortal, convertía a éste en una estatua de piedra. Pobre tonto. Lo que ocurrió fue que Medusa, en cuanto lo vio de lejos, se enamoró de él. Nunca le había sucedido antes. Todos los que atraídos por su belleza, se habían acercado y la habían mirado en los ojos quedaron petrificados. Pero ahora Medusa, enamorada a su vez, decidió salvar a Perseo de la petrificación. Lo quería vivo, ardiente y frágil, aún al precio de no poder mirarlo. Bajó, pues, los párpados. Funesto error el de esta Gorgona de ojos cerrados: Perseo se aproximará y le cortará la cabeza.

Marco Denevi
No. 114-115, Abril-Septiembre 1990
Tomo XIX – Año XXVII
Pág. 303

La contemporaneidad y la posteridad

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En un hotel de mala muerte, calle Campagne Premiere, año 1872, un académico espía por el ojo de la cerradura el cuarto contiguo al suyo. Ve, escandalizado, que un hombre y un jovencito están haciendo el amor. Llama a la policía y los gendarmes se llevan presos a los dos viciosos. Entonces el académico vuelve a su habitación y, más tranquilo, prosigue escribiendo una tesis académica, erudita y laudatoria, sobre la poesía de Paul Verlaine y de Arthur Rimbaud. Mientras tanto, en la comisaría, los dos viciosos, interrogados, dicen llamarse Paul Verlaine y Arthur Rimbaud, respectivamente, y ser de profesión poetas. En el bolsillo del hombre es encontrado un poema que se titula Vers pour étre calomnié.

Marco Denevi
No. 114-115, Abril-Septiembre 1990
Tomo XIX – Año XXVII
Pág. 273

Impaciencia del corazón

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Judas no ama menos a Jesús que los otros discípulos. Si aparentemente traiciona al Maestro, es para poner en evidencia la divinidad de Cristo. Cristo será considerado a muerte, pero no morirá porque es Dios y entonces las multitudes ya no dudarán más. Así razona Judas. Pero cuando Jesús muere en la cruz, Judas cree haberse equivocado y en su amarga desesperación se suicida. Esa es la única mácula del amor de Judas: no haber sabido esperar hasta el tercer día.

Marco Denevi
No. 114-115, Abril-Septiembre 1990
Tomo XIX – Año XXVII
Pág. 247

A la sombra de los muchachos en flor

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Transformado en águila, Zeus se robó a Ganímedes y lo llevó por los aires hasta el Olimpo. Estaba dispuesto a practicar con el bello adolescente un poco de efebomanía. Pero cuando llegó a su morada, el rey de los dioses vio que durante el breve viaje Ganímedes había dejado de ser adolescente, ya tenía ronca la voz, un poco de barba y la piel amarga de los hombres. Zeuz, tanto como para justificar el rapto, le dio funciones de copero.

Marco Denevi
No. 114-115, Abril-Septiembre 1990
Tomo XIX – Año XXVII
Pág. 205

Epílogo de las Iliadas

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Desde el alcázar del palacio lo vio llegar a Itaca de regreso de la guerra de Troya. Habían pasado treinta años desde su partida. Estaba irreconocible, pero ella lo reconoció.

—Tú —le dice a una muchacha—, siéntate en mi silla e hila en mi rueca. Y ustedes —añade dirigiéndose a los jóvenes—, finjan ser los pretendientes. Y cuando él cruce el lapídeo umbral y blandiendo sus armas quiera castigarlos, simulen caer al suelo entre gritos de dolor o escapen como el propio Ayax.

Y la provecta Penélope de cabellos blancos, oculta detrás de una columna, sonreía con desdentada sonrisa y restregaba las manos sarmentosas.

Marco Denevi
No. 114-115, Abril-Septiembre 1990
Tomo XIX – Año XXVII
Pág. 199

Una viuda inconsolable

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Famoso por los ornamentos de su entrepierna fue Protesilao, marido de Laodamia. Cada vez que hurgaba en las entrañas de su consorte con aquella temible púa. Laodamia sufría un éxtasis tan profundo que había que despertarla a cachetazos, cosa que de todos modos no se conseguía sino después de varias horas de bofetadas. Entonces, al volver en sí, murmuraba: “¡Ingrato! ¿Por qué me hiciste regresar de los Campos Elíseos?”

Como parece inevitable entre los griegos, Protesilao murió en la guerra de Troya. Laodamia, desesperada, buscando mitigar el dolor de la viudez, llamó a Forbos, un joven artista de complexión robusta, y le encargó esculpir una estatua de Protesilao de tamaño natural, desnudo y con atributos de la virilidad en toda su gloria. Laodamia le recomendó: “Fíjate en lo que haces, porque mi marido no tenía nada que envidiarle a Príapo”.

Cuando la estatua estuvo terminada, la llorosa viuda la vio y frunció el ceño. “Idiota”, le dijo a Forbos en un tono de cólera, “exageraste las proporciones. ¿Cómo podré, así, consolarme? Forbos, humildemente, le contestó: “Perdóname. Es que no conocí a tu marido, por lo que me tomé a mí mismo como modelo”.

Laodamia, siempre furiosa, destrozó a martillazos la estatua y después se casó con Forbos.

Marco Denevi
No. 127, Enero – Junio 1994
Tomo XXIII – Año XXX
Pág. 21

Sentencias del juez de los infiernos. II

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Contaba el maestro Lu-Chang:

Delante de Yen Wanzi, juez de los muertos, comparecieron el alma de una cortesana y el alma de una mujer que se creía virtuosa.

Yen Wanzi pronunció su fallo:

—Tú —le dijo al alma de la cortesana— vete a la Torre de las Delicias. Y tú —le dijo al alma de la mujer que se creía virtuosa— irás a la Torre de los Tormentos.

—Esto sí que está bueno —se encolerizó el alma de la mujer—. ¿Qué clase de juez eres? ¿A una ramera, que se pasó la vida vendiendo su cuerpo, la destinas a la Torre de las Delicias? ¿Y a mí, que nunca cometí pecado, me envías a la Torre de los Tormentos?

—Con tu lengua de víbora —le replicó el juez Yen Wanzi— sembraste la discordia en tu familia. Por tu culpa se anularon matrimonios, fenecieron amistades, gente que se ama se detestó. A causa de tus chismes muchos hombres se vieron obligados a rasurarse la cabeza y hacerse bonzos. Más te hubiera valido ser como esta cortesana, que jamás ocasionó mal a nadie. En la Torre de los Tormentos aprenderás a que es preferible hacer el bien que evitar el pecado.

Marco Denevi
No. 119-120, Julio-Diciembre 1991
Tomo XX – Año XXVIII
Pág. 319

Pesca de sirenas

Hundir el barco hasta el fondo del mar, si es preciso, hasta que la quilla repose sobre la negra arena del fondo, en medio de la oscuridad y del silencio. Se corre el riesgo de que el navío no vuelva más a flote. Pero si vuelve, en su arboladura, enredadas en las jarcias, habrá sirenas.

Marco Denevi
No. 117, Enero-Marzo 1991
Tomo XX – Año XXVIII
Pág. 85

Frecuentación de la muerte

María Estuardo fue condenada a decapitación el 25 de octubre de 1586, pero la sentencia no se cumplió hasta el 8 de febrero del año siguiente. Esa demora (sobre cuyas razones los historiadores todavía no se han puesto de acuerdo) significó para la infeliz reina un auxilio providencial. Dispuso de ciento cinco días y ciento cinco noches para imaginar la atroz ceremonia. La imaginó en todos sus detalles, en sus pormenores más ínfimos. Ciento cinco veces salió una mañana de su habitación, atravesó las heladas galerías del castillo de Fotheringhay, llegó al vasto hall central. Ciento cinco veces subió al cadalso, ciento cinco veces el verdugo se arrodilló y le pidió perdón, ciento cinco veces ella le respondió que lo perdonaba y que la muerte pondría fin a sus padecimientos. Ciento cinco veces oró, apoyó la cabeza en el tajo, sintió en la nuca el golpe del hacha. Ciento cinco veces abrió los ojos y estaba viva. Cuando en la mañana del 8 de febrero de 1587 el sheriff la condujo hasta el patíbulo, María Estuardo creyó que estaba soñando una vez más la escena de la ejecución. Subió serena al cadalso, perdonó con voz firme al verdugo, oró sin angustia, apoyo sobre el tajo un cuello impasible y murió creyendo que enseguida despertaría de esa pesadilla para volver a soñarla al día siguiente. Isabel, enterada de la admirable conducta de su rival en el momento de la decapitación, se pilló una rabieta.

Marco Denevi
No. 117, Enero-Marzo 1991
Tomo XX – Año XXVIII
Pág. 29

Muerte en Venecia


Sentado a la mesa entre opulentas mujeres del Tiziano y torvos condotieros del Giorgione, el cardenal desvía imperceptiblemente los ojos y los detiene en un rincón donde un paje parece soñar despierto. El cardenal sabe que a un ademán suyo el paje correrá a servirle más vino. Sabe que luego lo precederá por las logias, empuñando una tea, hasta su alcoba. Y que se arrodillará a sus pies cuando él le dé una bendición. Pero también sabe que él es, para el paje, el recuerdo anticipado que treinta o cuarenta años después ese muchachito tendrá de un viejo cardenal que lo miraba con ojos de dolor.

Marco Denevi
No. 118, Abril-Junio 1991
Tomo XX – Año XXVIII
Pág. 249

Traducción femenina de Homero


Toda la Odisea, con sus viajes, sus naufragios, sus sirenas, sus hierbas mágicas, sus animales míticos, sus palacios misteriosos, sus aventuras y sus desastres es, para Penélope, una inútil y tediosa demora en sus amores con Ulises. Mientras tanto Andrómaca refunfuña: “Que el viejo de Homero cuenta la historia a su manera, Yo daré mi versión. Yo, que la he vivido. Yo, una pobre mujer desdichada. Primero, recuerdo, fue la prohibición de salir de la ciudad. Después tuve que pulir escudos, coser sandalias, fabricar flechas hasta que las manos se me llagaron. Después, vendar heridas que sangraban y supuraban y enterrar a los muertos. Después escasearon los víveres y nos alimentamos de ratas y raíces. Después el ejército enemigo invadió la ciudad y abusó de mí y de mis hijas. Por fin el vencedor me hizo su esclava”.

Marco Denevi
No. 116, Octubre – Diciembre 1990
Tomo XIX – Año XXVII
Pág. 391

Personas sacrificadas

El único antídoto contra el temor de la muerte es que la vida se nos vuelva intolerable. Xantipa, la mujer de Sócrates, preveía que su marido sería obligado a beber la cicuta. Se dedicó a hacerle la vida imposible sólo para que, llegado el momento de morir, Sócrates viese en la muerte una liberación y tomara la cicuta con la parsimonia que tanto iban a alabarle.

Marco Denevi
No. 111-112, Julio-Diciembre 1989
Tomo XVII – Año XXVI
Pág. 731

El maestro traicionado

Se celebra la última cena.

—¡Todos te aman, oh Maestro! —dijo uno de los discípulos.

—Todos no —respondió gravemente el Maestro—. Conozco a alguien que me tiene envidia y que en la primera oportunidad que se le presente me venderá por treinta dineros.

—Ya se quién es —exclamó el discípulo—. También a mí me habló mal de ti.

—Y a mi —añadió otro discípulo.

—Y a mi, y a mi —dijeron los demás. Todos menos uno que permanecía silencioso.

—Pero es el único —prosiguió el que había hablado primero—. Y para probártelo diremos a coro su nombre sin habernos puesto previamente de acuerdo.

Los discípulos, todos menos aquel que se mantenía mudo, se miraron, contaron hasta tres y gritaron el nombre del traidor.

Las maravillas de la ciudad vacilaron con el estrépito, porque los discípulos eran muchos y cada uno había gritado un nombre distinto.

Entonces el que no había hablado salió a la calle y, libre de remordimiento, consumó su traición.

Marco Denevi
No. 111-112, Julio-Diciembre 1989
Tomo XVII – Año XXVI
Pág. 717