El pacto

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En Amaicha, a fines del siglo XVI, un fraile joven estaba leyendo en su tienda vidas de santos.

—¡Quién pudiera se santo! —exclamó con fervor.

Le fascinaba el misterio de lo que esos santos habían visto con sus ojos bañados de gracia ¡Qué de visiones! ¡Quién pudiera tenerlas!

—Daría cuanto poseo por ser santo —agregó.

Y oyó la voz astuta:

—¿También tu alma?

Primero el fraile se asustó, pero en seguida se repuso y contestó firmemente:

—También mi alma.

Le relució la faz, fue hombre nuevo; y cuando siguió hacia el Tucumán los soldados españoles comentaron sorprendidos la repentina disposición piadosa del fraile.

Pasaron los años.

Fray Bartolomé era puro amor, pura caridad. Y su presencia comunicaba a todos un estremecimiento de miedo y de encanto: era patente que, a su alrededor, se movía algo tremendo, enorme, poderoso.

Siempre había quien, al verlo, murmurara:

—Es un santo.

Y se contaban entonces sus sacrificios y milagros.

Cuando murió en la celda de un convento de Lima (dicen que los pajarillos entonaban en la ventana Gloria in excelsis Deo) el Diablo se llevó su alma.

—Te he permitido que te asomaras por los postigos y espiaras de lejos a Dios —dijo el Diablo por el camino—. Ya es hora de que mires a mí.

 

Enrique Anderson Imbert
No. 57, Febrero-Marzo- 1973
Tomo IX – Año IX
Pág. 543

El don de Jahveh

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En aquellos días cayó Ezequías enfermo, para morir. Y fue a visitarlo Isaías, el profeta.

 

—Ordena tu casa —le dijo Isaías— porque morirás.

 

Entonces volvió Ezequías su rostro a la pared y oró:

 

—¡Oh Jahveh! ¡Acuérdate que siempre hice lo que a tus ojos es grato!

 

Y se quedó solo, llorando.

 

Esa misma noche Jahveh encomendó a Isaías:

 

—Ve y dile a Ezequías que he oído su oración y he visto sus lágrimas. Morirá el día que ya he señalado, pero cuando llegue ese día daré marcha atrás al cielo y a la tierra y a cuanto existe; y los pondré en el punto en que estaban hace quince años. Así, se añadirán quince años a la vida de Ezequías.

 

Y al enterarse tornó a llorar Ezequías:

 

—¿De qué me sirve, oh Jahveh, de que sirve repetir por segunda vez  quince años de mi vida tal como yo la viví, sabiendo cada día lo que me ocurrirá al siguiente? Y si al volver quince años atrás también me borras la memoria de esta existencia que ahora se me acaba  ¿de qué me servirá revivir, si no me doy cuenta? No te pido quince años: ¡dame siquiera quince días, pero que sean nuevos!

 

Jahveh no quiso.

Enrique Anderson Imbert
No. 57, Febrero-Marzo- 1973
Tomo IX – Año IX
Pág. 542

Pasatiempo dogmático

El juego consistía en no emplear nunca la palabra quizás. Cualquiera que fuese la pregunta, el vocablo en cuestión debía quedar excluido como respuesta. Al perdedor le sería arrancada la lengua de raíz, a modo de castigo. Y quizás en ese preciso momento llegaría a comprender cabalmente el verdadero sentido el juego.

Jesús Abascal
No. 57, Febrero-Marzo- 1973
Tomo IX – Año IX
Pág. 536

La visita

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Estaba seguro que la cita era para esa tarde. Lo que me preocupaba era cierta confusión sobre la hora y el lugar en que debería efectuarse. Algo me indujo a creer que sería a las cinco y en su casa, pero al pensar en esto recordé que mi amigo no me había dado su dirección. Es más, ni siquiera conocía su nombre aunque de manera vaga adiviné que tenía una sonoridad semejante a la del mío. En fin, ansioso por estar con él, con mi nuevo amigo, con el mejor amigo que había tenido, ansioso de poder conversar abiertamente por primera vez en muchos años; deseoso de tomar café y fumar y platicar de miles de cosas con el sencillo propósito de ir indagando en cada gesto y en cada sílaba las características del amigo. Ansioso de todo esto, repito por cuarta vez salí de mi casa a las cuatro dejando a mi buena suerte el conducirme a cada. Vagué y vagué durante una hora y, desalentando, dudando del encuentro que había tenido anteriormente, me vi de pronto en el punto de partida. A mí mismo me exasperaba el deseo de estar tocando el otro timbre, su timbre. Salió a abrir mi madre y, mitad en serio y mitad en guasa, me dijo como reproche:

—¿Por qué tan ceremoniosamente puntual? Mi hijo ha estado esperándolo toda la mañana. Pero pase usted, tenga la bondad…

José Joaquín Blanco
No. 57, Febrero-Marzo- 1973
Tomo IX – Año IX
Pág. 535