Negaba todo principio religioso, político y social; decían de él que era un nihilista.
Su humor tétrico y desapacible con todo, y su manifiesta aversión al trato humano, lo convertían en un verdadero misántropo.
Para más, rechazaba la autoridad de maestros, normas, escuelas y modelos; era iconoclasta.
Por lo tanto —fiel a sí mismo— un día dijo: “”¡Basta, basta y basta! ¡Estoy harto ya de este mundo!”
Y subió a bordo de una nave espacial.
Héctor Sandro
No. 103 – 104, Julio – Diciembre 1987
Tomo XVI – Año XXIII
Pág. 394