Atrapadas en botellas pequeñas, separadas por densidades, por colores y fragancias, observa de tiempo en tiempo, después de los siglos en que vayas reviviendo; abre cada botella, fijando como separación conveniente el doble de lo que se acostumbra, levantando los corchos con exageradas precauciones, teniendo las dos manos listas, dispuestas a conservar los vapores durante el mayor número de instantes largos.
Al pasar un periodo aceptable, ya en recuerdos borrados la última botella, los corchos reducidos a polvos y piedritas frágiles, recorres con la mirada las palmas abiertas, aceptando que nada llega a tenerse al cerrarlas y todo si se logra conservarlas siempre abiertas.
Emmanuel Robles
No. 43, Junio 1970
Tomo VII – Año VII
Pág. 490