Nubes

Atrapadas en botellas pequeñas, separadas por densidades, por colores y fragancias, observa de tiempo en tiempo, después de los siglos en que vayas reviviendo; abre cada botella, fijando como separación conveniente el doble de lo que se acostumbra, levantando los corchos con exageradas precauciones, teniendo las dos manos listas, dispuestas a conservar los vapores durante el mayor número de instantes largos.

Al pasar un periodo aceptable, ya en recuerdos borrados la última botella, los corchos reducidos a polvos y piedritas frágiles, recorres con la mirada las palmas abiertas, aceptando que nada llega a tenerse al cerrarlas y todo si se logra conservarlas siempre abiertas.

Emmanuel Robles
No. 43, Junio 1970
Tomo VII – Año VII
Pág. 490

En la fábrica

—Buenas tardes —dije, cerrando la puerta—, vengo en nombre de todo el grupo de trabajadores de la parte norte. Después de muchos años, por fin nos hemos reunido sin que nadie se enterara; sé que es para usted una sorpresa. Hemos burlado sus complicados sistemas de alarma y a todos los vigilantes, y nos hemos reunido ya por dos noches.

¡Cuántos años hace que lo intentábamos!, y alguien encontró la forma. Está usted vencido.

Emmanuel Robles
No. 43, Junio 1970
Tomo VII – Año VII
Pág. 488

Andres, el joven

Andrés paseó de nuevo su mano por la cara, en forma detenida y, luego de asegurarse infinidad de veces al rectificar con ese mismo movimiento, anotó en una hoja el número de arrugas; después se deshizo del papel, decidido a negarse la evidencia: Andrés no aceptó que la ancianidad es una meta intermedia, alcanzada por él desde hacía ya mucho tiempo, y por esa soberbia amó aún más aquella juventud perdida, aquellos tiempos en que las manos supieron encontrar superficies sin arrugas. Podría imaginar todo aquello, podría recordarlo, pero, después de reproducirse mentalmente todas esas escenas, sabría vivirlas de nuevo y no nada más por hacerlas brotar de su memoria.

Él no era un viejo, él burlaría todos los aspectos naturales que así lo mostraban ante sí mismo y ante el mundo; los nombres de las mujeres a las que supo amar en otras épocas, serían de nuevo repetidos, y por supuesto aplicados a mujeres nuevas, tiernas de edad y para él desconocidas. Cerraría los ojos, traería a su mente algo para ser utilizado como clave, y volvería a abrirlos, sin recordar nunca más que había sido, durante algunos días, un viejo despreciable con el vigor viril únicamente en forma de obsesiones.

Así lo hizo: pensó en el movimiento continuo, en sus poderes ilimitados y buscó, siempre, la antigua mecedora de los ritos.

Emmanuel Robles
No. 43, Junio 1970
Tomo VII – Año VII
Pág. 488

La isla de la escasez


La isla de la escasez donde Palinuro se quedó sin guía, porque en esta isla los guías, naturalmente, son muy escasos. Además, Palinuro no pudo recorrer la Isla no sólo porque los transportes escasean, sino también porque las distancias son muy escasas. Palinuro no pudo siquiera estar un día en la Isla, o una noche, porque allí los días y las noches son muy escasos. También las horas y los minutos, pero es difícil darse cuenta porque también los calendarios y los relojes escasean. En esta Isla, sin embargo no se puede decir que escasean los productos y las cosas que uno pueda imaginar, porque también la imaginación es muy escasa. De esta Isla, donde escasean la vida y la muerte, Palinuro hubiera querido escribir una crónica más larga y rica, pero le escaseó el papel, la tinta, el tiempo, y sobre todo le escasearon las palabras.

Fernando del Paso en “Palinuro de México”
No. 86, Marzo-Abril 1981
Tomo XIV – Año XVI
Pág. 633