Andrés Henestrosa

Andrés Henestrosa

Andrés Henestrosa nació el 30 de noviembre de 1906, en el rancho de una familia donde conviven las tres sangres substantivas de México: la india, la blanca, la negra, además de la huave y la filipina.

Entre Ixhuatán y el mar (Oaxaca), vive sus primeros seis años de edad, asombrado por el vasto horizonte y las maravillas de la naturaleza que lo rodea.

Estudio la primaria en Juchitán, Oaxaca; a los doce años, una gitana o húngara le dijo que viviría catorce veces seis años. También le pronosticó que se iría de aquel pueblo a otro que estaba muy lejos, más allá de las montañas y de los mares. Le pronosticó que cambiaría de ropa y se pondría zapatos, corbata y sombrero, que llevaría libros bajo el brazo, que aprendería otro idioma y que sería famoso.

A la edad de 15 años, se trasladó a la ciudad de México en busca de José Vasconcelos, entonces secretario de Educación Pública durante la presidencia de Álvaro Obregón, para pedirle asistido por un intérprete (sólo hablaba lenguas indígenas) que le traduce del zapoteco al español una beca. Su petición fue concedida por lo que estudió durante un año enla Escuela Normal de Maestros, ahí tuvo la oportunidad de aprender y dominar el español.

En 1924 se incorporó ala Escuela Nacional Preparatoria en la que se graduó Bachiller en Ciencias y Artes. Posteriormente se inscribió en la Escuela Nacional de Jurisprudencia, donde cursó la carrera de Licenciado en Derecho, sin graduarse. Al mismo tiempo fue alumno de la Facultadde Filosofía y Letras de la Universidad Nacionalde México.

Desde que llegó a la Ciudadde México pasó por grandes penurias pero también vivió grandes aventuras; afortunadamente dos grandes personajes lo acogieron, primero el pintor Manuel Rodríguez Lozano (1895-1971) y luego Antonieta Rivas Mercado (1900-1931), quien decide darle una formación literaria y lo lleva a vivir a su casa para traducirle noche a noche y de viva voz obras del inglés, el francés y el italiano.

En 1927 y a sugerencia de su maestro Antonio Caso, comenzó a escribir lo que sería la base de su primer gran obra «Los hombres que dispersó la danza» y la cual fue publicada en 1929.En este libro recreó e inventó, en prosa llena de brío y eficacia narrativa, mitos, leyendas y fábulas de su tierra zapoteca tomados del acervo popular.

En 1929 participó activamente en la campaña presidencial de José Vasconcelos, esto le permitió recorrer una gran parte del país, y al mismo tiempo que leía, escribía cartas a sus amigos haciéndoles descripciones de pueblos y crónicas de la gira electoral. Sin embargo, de esos escritos muy poco se salvó al publicarse en periódicos y revistas de aquella época.

En 1936, fue becado por la Fundación Guggenheimde Nueva York para realizar estudios sobre la culturas zapoteca; para ello recorrió varias partes de Estados Unidos ( Berkeley, California, Chicago, Illinois, Nueva Orleáns, Louisiana, Nueva York), investigando en archivos y bibliotecas; ese arduo trabajo resultó en la fonetización del idioma zapoteco, la creación de su alfabeto y un Diccionario Zapoteco-Español.

Considerado un hombre de gran frescura y nobleza, sumamente orgulloso de sus raíces indígenas; durante su viaje a la Unión americana, en Nueva Orleáns específicamente, por el año de 1937, escribió «El Retrato de mi madre» (carta a Ruth Dworkin), que junto con la Visiónde Anáhuac de Alfonso Reyes, y Canek de Ermilo Abreu Gómez, es la obra mexicana de entre las más hermosas de nuestra literatura y la más veces editada.

En 1940, Andrés se casó con Alfa Ríos en Juchitán. Esa fiesta es una de las páginas más ricas en su vida y en las de la literatura mexicana. La ceremonia fue objeto de fantásticas crónicas como la de Agustín Yáñez, descrita en Espejismo de Juchitán, y en Luis Cardoza y Aragón, quien evoca esa fiesta donde el ser mexicano cobra un aire de oriente.

En 1941 nace Cibeles Henestrosa Ríos, hija única de ambos, quien con gran devoción se ocupa del escritor, una vez fallecida su madre.

Formó parte de la Academia Mexicanadela Lengua el 23 de octubre de 1964 como miembro numerario, ocupando la silla 23. En este organismo de 1965 a 2000 ocupó el cargo de bibliotecario.

Cargos académicos y políticos

Fue maestro de Lengua y Literatura en la UNAMy en la Escuela Normal de la SEP.
Asi también se destacó por ser Jefe de Departamento de Literatura del Instituto Nacional de Bellas Artes.

En la política se desempeñó como Diputado Federal de la República en cinco legislaturas. En 1982 fue electo senador por Oaxaca por el Partido Revolucionario Institucional en la LII y LIII legislatura.

A la edad de 101 años, Andrés Henestrosa muere en la Ciudadde México el 10 de enero de 2008 por complicaciones de la neumonía que padecía.[1]

 

La abeja


No era sábado, no era domingo: era un día que los calendarios no recogieron. Ya estaba todo hecho. Las aves, los peces, los animales, el hombre, las rosas, todo estaba hecho. Pero algo faltaba: faltaba la abeja. Los hombres tenían la sal, pero no el azúcar y Dios quiso hacer a las abejas para que trabajaran la miel, que fue el azúcar de los primitivos.

Juntó arcilla rubia de las márgenes de los ríos, y un poquito de sal y un poquito de polen; cargado de estos menesteres, se acercó a la orilla del mar, que en todo ha de estar presente.

Trabajaba el artífice. Salida de sus manos la pareja de cada especie, era expuesta al sol para secarse, y, seca, la brisa se levantaba y la perdía en el azul de la mañana.

Pero el diablo no duerme, trabajaba tanto como Dios. Fue acercándose a la orilla del mar para interrumpir, en lo que pudiera, la obra del creador. Estaban sobre la arena que de tan blanca parecía polvo de perlas, la abeja y el abejón, y el diablo los partió por la mitad. Viendo aquello, Dios tomó las dos partes, las afiló y, anudándolas, las lanzó con su soplo hacia la lumbre del mediodía.
Por eso las abejas tienen el tallo delgado y de todos los insectos son aquellos en quienes el ruido de las alas es más sonoro y musical. Es que el soplo del Señor persiste en sus alas. Y, volando en torno de las flores, resplandecen.

Andrés Henestrosa
No. 44, Julio – Agosto 1970
Tomo VII – Año VII
Pág. 634

George D. Painter

George D. Painter

George Painter nació el 5 de junio de 1914 en Birmingham, Inglaterra. Fue escritor y bibliógrafo. Su gran obra fue una completa biografía del escritor francés Marcel Proust. También escribió las biografías de André Gide y de Chateubriand. Murió el 8 de diciembre de 2005.

George Painter, escritor, bibliógrafo, biógrafo de Marcel Proust y de Chateaubriand, murió el 8 de diciembre de 2005 en el condado inglés de Sussex.

Cuando apareció en España la traducción de la biografía monumental que hizo el escritor inglés George Painter de Marcel Proust, muchos proustianos españoles pudieron prolongar el placer de haber leído En busca del tiempo perdido, una de las grandes obras literarias del siglo XX. Su autor, en la mejor tradición anglosajona, fue capaz de reproducir la vida del escritor añadiéndola a la propia significación de su literatura. Una biografía que también contenía el placer de las novelas.

Painter publicó originalmente en dos volúmenes esta biografía. El primer volumen apareció a finales de los años cincuenta, y el segundo se editó en 1965. Recibió premios y aclamación universal. En España, esta biografía fue editada en 1972 en dos volúmenes sucesivos de la colección de Bolsillo de Alianza Editorial.

Ahora ha muerto Painter en Inglaterra, a los 91 años, después de haber desarrollado una fructífera labor como especialista en incunables en el Museo Británico y como autor de otras biografías, entre ellas, la de William Caxton, el comerciante que llevó la imprenta a las islas Británicas, y la de Chateaubriand.

La biografía de Proust fue la gran obra de Painter; fue aclamada como un trabajo magistral y nunca ha dejado de estar en las librerías desde su primera aparición.

La fama internacional de Painter se debe a esa minuciosa reconstrucción de la vida de Proust. Pero en las islas alcanzó notoriedad como latinista y como estudioso de los avances de la imprenta, pasión que le llevó a hacer la biografía de Caxton.

Nació el 5 de junio de 1914 en Birmingham, Inglaterra. Hasta 1974 tuvo a su cargo en el Museo Británico el impresionante catálogo de los libros del siglo XV, sobre los que hizo importantes aportaciones y estudios.

Emparentado en cierto modo en su manera minuciosa de acopiar documentación con el propio carácter de Proust, fue también un hombre extremadamente marcado por sus aficiones domésticas; fue jardinero y músico, además de poeta.

Antes de dedicarse a Marcel Proust, se fijó en André Gide, de quien fue traductor y también biógrafo. Llegó a Proust traduciendo su correspondencia, y luego se embarcó en la obra que le consagró como el hombre capaz de encontrar en la obra la consecuencia de la vida de sus biografiados, en la mejor tradición de los grandes biógrafos anglosajones.-[1]

 

Uno de ciencia ficción

Con movimiento enérgico, el astronauta apagó el interruptor de los cohetes de frenaje. Acababa de posarse sobre la superficie del lejano, helado planeta Plutón. “Atención, Tonantzintla. Aquí Base Humanidad. He llegado. Repito. He llegado. Ahora procedo a las comprobaciones de rutina”. Valiéndose de los mil delicados instrumentos, comprobó la presión de la atmósfera, así como su composición, y la densidad del suelo y la fuerza de la gravedad. Después hizo funcionar la cámara de televisión adosada al exterior de la nave, y esperó, con los ojos fijos en la pantalla de la cabina. Dos borrosas figuras, de aspecto al parecer humano, aparecieron en el fondo. “Tonantzintla, aquí Base Humanidad. Veo en la pantalla un par de formas… ahora estoy tratando de enfocar la imagen… ya los tengo… ¡Pero qué es esto! Creo reconocerlos… ¡Sí, son ellos! ¿Qué hacen? ¡Alto, esperen, no lo hagan!”. La transmisión se interrumpió de súbito. “Bueno, Base Humanidad, aquí Tonantzintla. ¿Qué sucede? Responda. ¿Qué pasa, Pepe?.

No esperó a cumplir con las medidas de seguridad antes de abrir la escotilla. Se precipitó fuera de la nave, dando saltos de seis metros y gritando inútilmente en el vacío. Pero llegó demasiado tarde. El hombre, desnudo, cubierto tan solo con una hoja de parra, acababa de morder la fatal manzana que le ofrecía la mujer, igualmente semidesnuda, mientras la serpiente, de maléfica sonrisa, observaba.

Jorge Marin P.
No. 44, Julio – Agosto 1970
Tomo VII – Año VII
Pág. 629