Dos horas más allá

Últimamente se sentía raro. A veces pensaba en ello, pero la mayoría del tiempo no lo hacía. En la ocasión que narro, viajaba a bordo de mi automóvil y sentía como que yo no era yo. Por un momento desconocí el sitio… Seguramente es una nueva zona de la ciudad —pensé—. Las casas eran de color blanco y, al frente y a los lados tenían flores de todos tipos. Me interesé por saber en donde me encontraba, pero al buscar información, no vi un solo ser en aquella extraña colonia. Continué dando vueltas un poco estúpidamente, y a pesar de ir y venir en una y otra dirección, no logré salir de la ciudad de casas blancas, en donde a veces se colaban algunas pintadas de color negro… Oscureció… Miré mi reloj, y distraído, más bien sorprendido, comprobé la inmovilidad de sus manecillas. La desesperación y el miedo empezaron a aparecer en mí, lo confieso, hasta que por fin vislumbré una silueta, que suspendida, se desplazaba y se acercaba a mí. Para apresurar el encuentro, caminé hacia ella, y pronto vi que se trataba de un niño, casi un adolescente.

—¿Puedo serle útil? —preguntó.

—Si, pequeño, creo que sí —contesté—. Me encuentro extraviado y confuso. Durante mucho tiempo he buscado la salida, y como ves, la noche me ha alcanzado… ¿Qué horas son?…

—Exactamente las 26 acaban de dar —me contestó—.

No pregunté más. Él se deslizó a la inversa y le seguí…

Norberto Treviño García Manzo
No. 44, Julio – Agosto 1970
Tomo VII – Año VII
Pág. 655

Eduardo Gudiño Kieffer

Eduardo Gudiño Kieffer

Yo nací junto conmigo el 2 de noviembre de 1935, en una ciudad que se llama Esperanza y que está en la provincia de Santa Fe, República Argentina.

Como te iba diciendo: yo nací junto conmigo. Somos algo así como gemelos. Aunque te confieso que yo no siempre me llevo demasiado bien conmigo, y conmigo no siempre se lleva demasiado bien con yo. ¡Qué lío! ¿Pero acaso tú estas siempre de acuerdo contigo? ¿No se te ocurre una cosa por un lado y exactamente lo contrario por otro? En fin, estas preguntas hay que hacérselas frente al espejo, porque conmigo (o contigo) es el que está del otro lado.

De todos modos, yo y conmigo coincidimos en muchas cosas. Por ejemplo: en el color del nombre de la ciudad donde nacimos. Esperanza. Es verde como los campos que la rodean, y en ciertas épocas dorado como los campos que la rodean. Y huele como los campos que la rodean. El papá y la mamá de yo y conmigo eran maestros de escuela. Los trasladaban a distintos lugares de la provincia. Así, además de Esperanza, vivimos en Centeno, en San Jerónimo Norte, en Villa Ocampo y en Reconquista.

Yo y conmigo también armonizamos en el hermoso recuerdo de las maestras que nos aguantaron en la escuela primaria; la señora Herminda Bouvier de Ciribé, la señora Juanita del Valle, la (entonces) señorita Beatriz Paravano Bielsa y la señora Isabel Heer de Beaugé. A todas las quisimos montones, y todas tienen la culpa de que yo y conmigo seamos escritores. Porque en lugar de decirnos “hay que dedicarse a una profesión lucrativa”, se dedicaron a fomentarnos el amor por las palabras, por la belleza, por la lectura, por los mitos y las leyendas, por la historia. Sí, ellas tienen la culpa. Y por eso tenernos que darles las gracias.

Pero también tienen la culpa nuestros padres que nos enseñaron que nada hay más lindo que leer y que poder expresarse escribiendo. Y esas adoradas tías, en cuya biblioteca descubrimos, a través de libros y libros, lo que un poeta francés llamado Paul Éluard resume en una sola frase: «Hay otros mundos, pero están en éste».

Yo y conmigo somos el mayor; después están mi hermana Marita que vive en Estados Unidos, Blanquita que vive en Santa Fe, Aixa que vive en Zapala (Neuquén) y Cristina que vive en Buenos Aires. Las nombramos porque yo estoy celoso de conmigo cuando pienso en ellas, y conmigo está celoso de yo cuando las recuerda. Aunque estamos separados, somos una familia. No hay distancias para los lazos de la sangre.

Hicimos el secundario en el Liceo Militar General Belgrano de Santa Fe. ¡Uy, ahí sí que nos peleamos! Yo quería irme, conmigo quería quedarse. Al final ganó él: cumplimos los cinco años y egresamos con el título de bachiller y subteniente de reserva (lo pongo en singular porque nos dieron un solo diploma para los dos).

Empezamos a estudiar derecho de mutuo acuerdo. A ninguno de los dos nos entusiasmaba demasiado, pero como se decía en ese entonces: “serás lo que debas ser o si no serás abogado”. Logramos recibirnos después de innumerables bostezos. Para entonces ya habíamos escrito entre ambos un poema a la madre. Pobre mamá, siempre creyó que tenía un solo hijo. No sé si alguna vez se dio cuenta de que había dos adentro de un solo cuerpo.
Por suerte yo y conmigo no tuvimos problemas sentimentales: nos enamoramos muchas veces de mentira y una sola de verdad. Nos casamos los dos con la misma chica y tenemos ahora tres muchachitos: Florencio, Nicolás y Agustín. Cuando los miro me pregunto: ¿serán tres o serán seis? Porque si en cada uno hay dos…

Después de vivir un tiempo en París decidimos no quedarnos en Santa Fe y venir a Buenos Aires. Y aquí la vocación literaria empezó a convertirse en carrera. En 1968 se publicó Para comerte mejor, un libro que trata de un tipo que tiene también a un yo y a un conmigo adentro, pero los llama de una manera que no te voy a contar ahora. En 1969 salió Fabulario, en 1970 Carta abierta a Buenos Aires violento, en 1972 Guía de Pecadores, en 1975 La hora de María y el Pájaro de Oro y Será por eso que la quiero tanto, en 1976 Kokah de lujo y en 1979 Medidas negras, peluca rubia. ¿Quién los escribió? ¿Yo o conmigo? Para ser sincero, creo que fueron obras en colaboración. (…) Lo que yo quería contarte aquí es quién soy. Ya ves: no estoy muy seguro. ¡Ni siquiera sé si esta autobiografía la escribe yo o si la escribe conmigo![1]

 

El rulo


Maqué Bonavena niqué nocauténico n´el sestorrún; mucha spetativa y despué puro amague, niún punietazo como la gente. Menomal qu´el segundo asalto stuvo mejor y el brasilero ledió con toda y el Ringo reasionó y le metió un isquierdún n´la jeta que bueno bueno; despué siguió n´el tersero bastante bien, el negro se las traía y encajó l´isquierda en cros y meta derecha demientra, pero Bonavena lo calsó coún gancho la mandíbula y ahí s´empesó ver lo qu´es bueno. N´el cuarto otro derechaso de Ringo y el brasilero buscó el blinch; n´el quinto ya noavia nada queaser: Pires quedo chomosca y al rincón y meta campana. Y Gómes dijo tonses que no seguía la pelea y subió l´médico y chamuyaron un cacho n´el rincón y a la final dijeron qu´era nocauténico de Bonavena n´el sestorrún.

Stá bien, yo no viá desir que no stá bien: el Ringo sabe peliar. Pero lo qu´es yo salí del Lunapar con una cosa quí n´la garganta y me fui a sentar n´un banco de la plaza Roma; despué me dí cuenta qu´era lástima, tenía lástima del brasilero, pobre negro, quedó más jetón de lo que lo iso su madre. N´hay caso, yo no sirvo pa estas cosas.

Eduardo Gudiño Kieffer
No. 44, Julio – Agosto 1970
Tomo VII – Año VII
Pág. 653

Amnesia

Los golpes del oficial, primero, del verdugo después, parecieron ablandar algo dentro de él y dijo cuanto sabía. Durante seis horas hablo de la conspiración urdida por sus compañeros y en la cual también participaban militares de baja graduación.

Pero al día siguiente, tras haberlo fusilado, cuando ya habían ordenado el exterminio de los incriminados por él, advirtieron que su confesión aludía a una conjura abortada doscientos seis años antes (y encabezada por un individuo de su mismo nombre) contra el Virrey Don Pedro de Amézaga y Linares.

Tomás Araúz
No. 44, Julio – Agosto 1970
Tomo VII – Año VII
Pág. 652

Pedagogía equivocada

Según las enseñanzas de su madre, cuando sintió al Príncipe aproximarse, bajó la vista. Luego quiso verlo, pero había desaparecido. Entonces lloró y maldijo a su madre porque comprendió que, igual que ella, tendría que casarse con un hombre como su padre.

Tomás Araúz
No. 44, Julio – Agosto 1970
Tomo VII – Año VII
Pág. 652