Calle Cangallo


De mis hijos prefiero los medianos. Nacieron mientras estaba en Ushuaia. En aquel sitio de frío y sin noticias, porque no sé escribir y mi mujer tampoco. Es lavandera.

Cuando cumplí, volví. Ella se levantó como a pelear. Estaban mis dos primeros hijos y éstos dos en el suelo.

Me senté. Ella me sirvió la comida. Después nos miramos. Después miré a los hijos, uno por uno, los dos primeros y estos dos. Me gustaron.

Lloré y ella también lloró. Habían pasado algunos años y se notaba. Tuvimos otros con el tiempo. Fueron seis. Algo es, seis. Algo, seis hijos.

Siendo como soy inclinado a enojarme, a beber, me abstuve de otro crimen no por el pensamiento de Ushuaia sino por ellos, los medianos. No por lindos, pobre de mí, mulato y feo. No por rubios, varón y mujer, y alegres, y yo triste. No por nada, sino que los prefiero, y ellos a mí.

Por los seis vendo diarios tosiendo en esta calle que odio cada noche hasta la madrugada. Pero si alguien, de paso, me ve sonreír, es por los medianos.

Sara Gallardo
No. 86, Marzo-Abril 1981
Tomo XIV – Año XVI
Pág. 667

Éxito


Al ver pasar a una actriz, el señor K. comentó:

—Es hermosa.

Su acompañante dijo:

—Ha tenido éxito últimamente gracias a su belleza.

—Es hermosa gracias a que ha tenido éxito —replicó, irritado, el señor K.

Bertolt Brecht
No. 86, Marzo-Abril 1981
Tomo XIV – Año XVI
Pág. 661

Mañana

Se abrochó a la vida temiendo lo venidero.

Para asegurar el futuro no quiso vivir cada minuto. Sólo el mañana era real, el presente no existía.

Dijo:

—En el mismo momento que lo pienso, en el mismo instante que lo siento, el tiempo se fue y se perdió en mis recuerdos.

Concluyó:

—Hay que vivir adelantando relojes, degustando lo que vendrá. Hay que transformar todo en una larga cadena de premoniciones y adivinanzas.

Así, asumió la vida como un documento a plazo fijo; la retorció como un cable, la presintió sin alcanzarla nunca, la dató con el día siguiente.

—Viviré mañana —decidió.

Y se murió el día antes.

Rodolfo Carcavallo
No. 86, Marzo-Abril 1981
Tomo XIV – Año XVI
Pág. 659

Un accidente


El cadáver del niño estaba en la acera, ocultado celosamente a las miradas bajo una manta. Unos policías cuidaban de que los curiosos no se acercaran demasiado, mientras aguardaban la llegada de las autoridades. Muy cerca, una señora lloraba desconsoladamente, gemía, gritaba sollozaba… “Es mi hijo, es mi hijo”, repetía incesantemente. El conductor del camión, pálido, desencajado, explicaba al agente de tráfico lo sucedido. Llegó un fotógrafo de Prensa y se puso a trabajar. El chofer no advirtió el flash, continuaba dando interminables explicaciones. La madre seguía sollozando, ocultando el rostro entre sus manos. Las personas que piadosamente asistían, increparon con gestos mudos al fotógrafo para que se alejara y no la molestara. Pero la mujer, advertida, al ver que el hombre se alejaba, tuvo ocasión de preguntarle, entrecortadamente, a voz en grito: “¿Para qué periódico trabaja usted?”

Alfonso Ibarrola
No. 86, Marzo-Abril 1981
Tomo XIV – Año XVI
Pág. 655

Por no tener una escoba


A un costado de la vía muerta, cerca de la estación del ferrocarril, hay un galpón abandonado, y en el fondo del galpón unos paquetes sucios mal envueltos, y al lado de los paquetes una vieja cubierta de trapos y sentada en el suelo.

Por la puerta abierta del galpón entra el sol y entra un gato que se sienta y prolijamente se lava la cara.

Desde dentro del montón de trapos que la envuelven, la vieja recuerda una de sus cosas de vieja: “Cuando un gato se lava la cara, vienen visitas, si se pone una escoba detrás de la puerta, la visita se va”. Pero en el galpón no hay escoba y la visita parada en la puerta tapa el sol y el galpón se oscurece, y la vieja se enfría dentro de su montón de trapos.

Ángel J. Reta
No. 86, Marzo-Abril 1981
Tomo XIV – Año XVI
Pág. 651