Todo exceso es malo


El fantasma amante de los récords se ejercitó en lograr el mayor número de apariciones en el menor tiempo… y cuando logró aparecer sesenta veces por minuto descubrió con terror que se había vuelto un hombre vivo.

José de la Colina
No. 116, Octubre – Diciembre 1990
Tomo XIX – Año XXVII
Pág. 404

Edmundo Valadés

Edmundo Valadés 

Autor de «La muerte tiene permiso», es sin duda alguna la figura contemporánea más importante en el cuento mexicano. Lo es por su propia obra y por el impulso brindado a los demás escritores que incursionan en este género. Su libro más conocido «La muerte tiene permiso», apareció en un disco compacto –nueva forma de promover la literatura– con cuentos suyos.

«La muerte tiene permiso», es uno de los clásicos de la literatura mexicana. Se han hecho numerosas ediciones de esta obra, desde que apareció por primera vez  en el año de 1955 dentro de la colección Letras Mexicanas del Fondo de Cultura Económica. Hasta ahora, este libro ha sido traducido a más de 15 idiomas.

 Escritor en el más amplio sentido de la palabra, de don Edmundo Valadés, nacido en Guaymas, Sonora, en 1915, puede afirmarse que fue cuentista y periodista por antonomasia.

 FUNDADOR DE «EL CUENTO» 

En efecto, aunque abordó los más variados géneros literarios, su inclinación más profunda se derivó hacia el cuento. Desde 1939 fundó la revista «El Cuento», de la que sólo pudo publicar cuatro números, debido sobre todo a la escasez de papel que se presentó en México a consecuencia de la segunda guerra mundial.

Veinticinco años después, en 1964, reanudó la publicación de la revista, de la que fue director a partir de entonces y hasta el momento de su muerte.

En su juventud, viajó por algunos Estados dela República. En 1936 estuvo en Monterrey algunas semanas. Después se trasladó a Matamoros, en donde pasó algunos meses. El acostumbraba contarnos anécdotas de aquella época, en que escribió algunos textos para «El Porvenir», trabajó por corto tiempo en un restaurante que estaba ubicado en la calle de Zaragoza y fue, incluso, detective en unos almacenes de ropa.

Periodista desde su juventud, fue secretario de redacción y director editorial de «Novedades», así como subjefe de la oficina de prensa en la Presidencia de la República, de 1958 a 1964.

Fue profesor del Centro Mexicano de Escritores, director de la Sección Cultural de «Excélsior», coordinador de diversos talleres literarios y de periodismo, director de la revista «Cultura Norte» y colaborador de «El Día», «El Nacional», «Cuadernos Americanos» y «Uno más Uno».

LA MUERTE TIENE PERMISO

Autor de los volúmenes de cuentos «La muerte tiene permiso», que tanta fama le dio y del cual se han elaborado numerosas ediciones; «Las dualidades funestas», y «Sólo los sueños y los deseos son inmortales, palomita». Durante los últimos dos años, publicó dos antologías de cuentos inolvidables, que preparó para ser obsequiadas en ocasión del Día del Libro. Y quedó pendiente una tercera antología.

También escribió los libros de ensayos «La Revolución y las Letras» y «Por los caminos de Proust», así como de las antologías «El Libro dela Imaginación», «Los grandes cuentos del siglo XX», «Los cuentos de El Cuento», que en una posterior edición apareció como «El cuento es lo que cuenta»; «23 cuentos de la Revolución Mexicana», así como de varios tomos de la antología «Los cuentos de El Cuento», con los títulos «Con los tiernos infantes terribles», «La picardía amorosa» y «Los ingenios del humorismo». 

RECONOCIMIENTOS 

Recibió numerosos reconocimientos, entre ellos la Medalla Netzahualcóyotl(1978) dela Sociedad General de Escritores de México; el Premio Nacional de Periodismo (198l), el Doctorado Honoris Causa de la Universidad de Sonora y homenajes de diversas universidades, como la de Guadalajara y el ITESM. 

Gran ser humano y amigo excelente, don Edmundo ha sido, sin duda, uno de los mejores narradores mexicanos contemporáneos. Hace tres años le dio permiso a la muerte. Sin embargo, los sueños, la imaginación, los cuentos, que don Edmundo supo plasmar en sus obras, continuarán vivos e inmortales, como el recuerdo de este personaje inolvidable y gran amigo[1].

Traducción femenina de Homero


Toda la Odisea, con sus viajes, sus naufragios, sus sirenas, sus hierbas mágicas, sus animales míticos, sus palacios misteriosos, sus aventuras y sus desastres es, para Penélope, una inútil y tediosa demora en sus amores con Ulises. Mientras tanto Andrómaca refunfuña: “Que el viejo de Homero cuenta la historia a su manera, Yo daré mi versión. Yo, que la he vivido. Yo, una pobre mujer desdichada. Primero, recuerdo, fue la prohibición de salir de la ciudad. Después tuve que pulir escudos, coser sandalias, fabricar flechas hasta que las manos se me llagaron. Después, vendar heridas que sangraban y supuraban y enterrar a los muertos. Después escasearon los víveres y nos alimentamos de ratas y raíces. Después el ejército enemigo invadió la ciudad y abusó de mí y de mis hijas. Por fin el vencedor me hizo su esclava”.

Marco Denevi
No. 116, Octubre – Diciembre 1990
Tomo XIX – Año XXVII
Pág. 391