Elena Dreser

Elena  Dreser

Elena Dreser es originaria de Río Negro, Argentina. Reside en la ciudad mexicana de Cuernavaca donde cultiva su jardín. Cuando necesita descansar del trabajo literario, apaga la computadora y toma tijeras de podar. Así, le nacen flores y cuentos, hortalizas y novelas que reflejan la naturaleza en todo su esplendor.

Además, Elena es una auténtica trotamundos. Con sus vivencias de tantos viajes enriquece las originales y atractivas historias que escribe. Sus libros son favoritos de niños y maestros, e integran las bibliotecas de varios paises.

Ha sido galardonada con diversos reconocimientos, entre ellos destacan: Premio Salvador Gallardo Dávalos, Instituto Nacional de Bellas Artes / Instituto de Cultura de Aguascalientes; Premio de Cuentos para Niños, Instituto Mexicano del Seguro Social; Premio Internacional A la Orilla del Viento, Fondo de Cultura Económica, por Manuela color canela, segundo Premio de Relatos cortos Tierra de Monegros, Huesca, España 2008.

Fue nombrada miembro correspondiente de la Academia Latinoamericana de Literatura Infantil en el congreso de LIJ, Quito, abril 2007.[1]

Atracción

Quizás él supo que estaba cayendo en una trampa de la que sería imposible escapar. Tal vez presintió que no era su belleza sino la hipnosis de su mirada lo que lo acercaba a ella, paso a paso, irremediablemente. Sólo resistía unos segundos al magnetismo de su presencia y volvía a caer en la atracción de esos ojos negros, del cuerpo perfecto que inmóvil sobre la superficie blanca parecía aguardar sin prisa su acercamiento.

Ella en cambio se veía serena, como acostumbrada a ese tipo de conquistas. Cuando por fin tuvo a su alcance al pequeño insecto, la bella mariposa negra agitó las alas en señal de triunfo.

Elena Dreser
No. 91, No. de 20 Aniversario – 1984
Tomo XIV – Año XX
Pág. 369

La fe y las montañas


Al principio la Fe movía montañas sólo cuando era absolutamente necesario. Con lo que el paisaje permanecía igual a sí mismo durante milenios.

Pero cuando la Fe comenzó a propagarse y a la gente le pareció divertida la idea de mover montañas, éstas no hacían sino cambiar de sitio, y cada vez era más difícil encontrarlas en el lugar en que uno las había dejado la noche anterior; cosa que por supuesto creaba más dificultades que las que resolvía.

La buena gente prefirió entonces abandonar la Fe y ahora las montañas permanecen por lo general en su sitio.

Cuando en la carretera se produce un derrumbe bajo el cual mueren varios viajeros, es que alguien, muy lejano o inmediato, tuvo un ligerísimo atisbo de Fe.

Augusto Monterroso
No. 91, No. de 20 Aniversario – 1984
Tomo XIV – Año XX
Pág. 368

Aún vive

Yo le conocía tanto por las deformaciones imitativas como por el libro que en forma de novela ocultaba su verdadera biografía. Me dio pena de verlo con el traje raído y manchado de grasa, hurgando desesperadamente con su viejo bastón entre los montones de basura. Mostrando extrañeza, osé acercarme para tener el honor de cruzar unas palabras con él.

—¡Conde Drácula! ¿Qué hace usted en esta barriada donde abundan las maleantes”

Me miró larga y tristemente, ultrajado —creo— por haber sido reconocido en tan deprobables circunstancias.

—Qué quiere usted, gentil doctor: los reveses de la fortuna y la vejez han destruido mi antigua grandeza, pero no mi antiguo mal. Carente de dinero y fascinación, recurro a este abominable menester de buscar gasas y lienzos ensangrentados con los que preparo infusiones para serenar el torbellino de mi espíritu.

Saqué de mi maletín un frasco de plasma y se lo regalé. Los ojos del Conde se abrillantaron con unas lágrimas inevitables; luego, con voz que la emoción quebraba, musitó la palabra gracias y se alejó con prisa.

Roberto Bañuelas
No. 91, No. de 20 Aniversario – 1984
Tomo XIV – Año XX
Pág. 367