Tarde lluviosa

Al descorrer el ventanal, noté que me vigilaban. Dirigí mi vista hacia el punto sensible, y mis ojos tropezaron con la mirada verde y oblicua de un gato. Al enterarme que era un pequeño animal, bajé la intensidad de mi tensión, y tranquilo, salí de lleno a la plataforma del balcón. El atardecer era oscuro y frío, seguramente llovería en unos minutos más. Volví la espalda, con intención de guarecerme, y al rotar en ciento sesenta grados, percibí exactamente en la base de mi nuca, una punzada aguda y dolorosa. Ya en franca defensiva, me volví con energía decidido a enfrentarme con aquella mirada felina…
Sorprendido, me encontré ante los ojos de un hombre joven que escrutaba el ambiente. Sus pupilas eran verdes, brillantes. Una vez que le hube sostenido el intercambio visual, él, con cierto desparpajo, simuló no darme importancia. Apartó su mirada y enseguida extendió la diestra para comprobar que caían las primeras gotas de la anunciada lluvia. Giró sobre sí mismo, atravesó el umbral de ventanal y cerró el cristal con rapidez. Por segundos me quedé inmóvil, ligeramente atontado, hasta que una gota de gran tamaño aligeró mi pensamiento…

Fue entonces cuando corrí a guarecerme bajo las ruedas del primer automóvil que encontré

Norberto Treviño García Manzo
No. 44, Julio – Agosto 1970
Tomo VII – Año VII
Pág. 617