Henrique González Casanova

 

Henrique González Casanova

Henrique González Casanova fue un promotor cultural incansable, un impulsor decidido de ideas, iniciativas y proyectos que se concretaron con éxito en todos los ámbitos donde se desempeñó como docente, periodista cultural, funcionario universitario, diplomático, consejero y amigo, afirmó Ignacio Solares, director de la Revistadela Universidad de México.

Al participar en la mesa Promoción Cultural, efectuada en el marco de las Jornadas Universitarias. Henrique González Casanova, el escritor indicó: «Desde joven, se distinguió por ser un ávido y atento lector y en todas las publicaciones donde colaboró como crítico literario destacó por su capacidad para despertar entusiasmo con los libros que comentaba, al resaltar los aciertos y señalar las posibles debilidades, pero siempre con una aproximación completa al fenómeno literario».

Entre 1953 y 1961, señaló, Henrique González fue coordinador de la Revista de la Universidad de México, época durante la cual la edición albergó a gran cantidad de entonces jóvenes y prometedores escritores, a quienes invitaba a colaborar y convivir en sus páginas con plumas consagradas.

Estudió en la Facultad de Derecho de la UNAMy poco después encontraría trabajo en la institución, el cual solo abandonaría, en los lapsos en los que se desempeñó como embajador en Portugal y Checoslovaquia, acotó en la sala «Carlos Chávez» del Centro Cultural Universitario de esta casa de estudios.

En 1955, junto con su amigo Rubén Bonifaz Nuño, le tocó crearla Dirección de Publicaciones de la UNAM. Pocoantes, en 1954, como director general de Información, había fundadola Gaceta UNAM, órgano de difusión de la comunidad universitaria, donde, desde entonces, se dan a conocer los hechos, acciones y logros de la rica y compleja vida universitaria, puntualizó.

Estudió también en el Colegio de México y en la Escuela Nacional de Antropología, pues su curiosidad intelectual era insaciable. Gozaba con la enseñanza y el análisis riguroso, lo cual le llevó a convertirse en el principal impulsor de la creación de la carrera de Ciencias de la Comunicación en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, de la que fue profesor durante más de 50 años, abundó.

Como periodista, mencionó, además de participar en las publicaciones de la UNAMdestacó por su labor en los principales suplementos culturales de nuestro país, tales como México en la Cultura del periódico Novedades.

Un aspecto notable de su personalidad fue su amor por los libros y la literatura, no sólo como promotor de la lectura sino de la creación literaria misma, pues sin su concurso es probable que no gozáramos hoy de obras consideradas como clásicas, aseveró.

Por su parte, Elena Poniatowska dijo: «González Casanova consideraba que la Universidad era su pueblo, si le hubieran preguntado «¿De dónde eres?» habría respondido: De la Universidad».

Henrique González siempre creyó en la educación de la gente, en cualquier momento, en todos los terrenos, incluso en las condiciones en que otros ya daban por perdido a un individuo. Él tenía esperanza de que la educación nos salvara a todos, sostuvo.

Hablaba bien. Hablar para él era un arte. Extraordinario conversador, practicaba esa virtud a la manera de Alfonso Reyes, el dios del olimpo cultural de México. Sus pensamientos, historias y anécdotas las decía con elocuencia y buen tino; escucharlo era un deleite, comentó.

Además, añadió, sabía oír y podía guardar silencio durante horas. Su capacidad reflexiva lo llevó a ser un gran maestro al que buscaban los estudiantes no sólo como profesor sino como guía y consejero.

Todos los escritores de los cincuenta le debemos algo a Henrique González. No sólo formó parte de Los divinos: Alí Chumacero, José Luis Martínez, Jaime García Terrés, Abel Quezada, Francisco Giner de los Ríos y Joaquín Díez Canedo, sino que en la Universidad impulsó a Tito Monterroso para que publicara su primer libro de trece cuentos, precisó.

Por ello, subrayó, en los anales universitarios, Henrique González Casanova pasará a la historia como un gran amoroso dela Universidad y un extraordinario promotor de la vida cultural en los cincuenta.

Al leer el texto de Carlos Monsiváis, Gerardo Estrada, coordinador de Difusión Cultural dela UNAM, dijo: «Henrique González, formado en atmósferas jurídicas, como aún sucede con su generación, confió en la relación entre desarrollo civilizatorio y leyes, y vio en la UNAM uno de los grandes instrumentos de la civilidad en México».

Esta, desde luego, no fue su pasión única. La otra fundamental fue la literatura a la que llegó por razones de familia (su padre, el lingüista Pablo González Casanova, traductor de relatos indígenas, fue también un hombre de letras) y, también, por la convivencia con sus compañeros universitarios los escritores Rubén Bonifaz Nuño, Ricardo Garibay, Jaime García Terrés y, más tarde, Tito Monterroso, puntualizó.

Lo distinguió la inteligencia, la ironía, esa informalidad que contradecía sus chalecos y que resolvía en sonrisas o, si estaba Rubén y Tito, en carcajadas; la memoria puntual, el sentido de la tradición liberal y, en primera y última instancia, el sentido del deber que usó gozosamente, sin prepotencia y con un don de la ubicuidad, apuntó.

En su oportunidad, el escritor Alberto Dallal agregó que al crearla Gaceta UNAM, González Casanova supo perfectamente qué hacía. «No obstante, la persistente vocación periodística interna dela Universidad, hacía falta el registro, en este caso incluso legal, de los aspectos primordiales del quehacer universitario».

De hecho, enfatizó, sus hechos y proezas lo convirtieron en una crónica humana, llena de saberes y evidencias en torno a los acontecimientos de México.

También, su vocación periodística se manifestó en su colaboración amistosa y profesional con ese periodismo independiente, el de los suplementos y revistas culturales, expresó.

Su fructífera labor como profesor está todavía despierta, viva y operativa, marcada por la enorme cantidad de periodistas, politólogos, analistas del transcurrir social, comunicólogos que en su cátedra descubrieron no sólo los métodos de análisis adecuados, sino también la sabia y discreta forma de observar una realidad compleja y, a veces, trastocada como la actual, concluyó.[1]

Oficios honrados


Y en honor a la verdad, he practicado todos los menesteres dignos de ser practicados por un hombre honrado: vendedor de presagios y tempestades en día de calma, constructor de puentes colgantes para llegar al cielo, empresario de pompas fúnebres, traficante de honras y predicador de teogonías falaces, evocador de almas sumidas en pecado eterno, traficante de cadáveres, santón ilusionista, violador de tumbas con fines rituales, propagandista de la inutilidad de la fe, mercader de absoluciones a bajo costo, consignatario de terrenos en el paraíso, domador de mujeres enloquecidas, historiador de religiones pesimistas, contrabandista de la anticultura, monje predicador de la inmoralidad, actor en comedias obscenas, escritor de lugares comunes, catedrático del Perogrullo, advocador del anticristo, corrector de verdades bíblicas, equilibrista de la inconciencia, abogado defensor de ángeles criminales, parlamentario de mitologías preferidas, novelista plagiario, poeta de ruindades espirituales y ensayista de las mayores estupideces en cuarenta siglos de civilización humana; en fin, toda una suerte de actividades que no han dejado más que penurias…

Fernando Escopinichi
No. 43, Junio 1970
Tomo VII – Año VII
Pág. 495

El entierro

Dos señores hacen un trato amistoso después de escribirse numerosas cartas, de pedirse consejos; después de acudir a centros religiosos importantes en busca de inspiraciones oportunas. Vuelven a intercambiar palmadas en la espalda, cuando llegan a estar de acuerdo en la necesidad de unas cervezas antes de tomar la decisión de quién haría cuál parte en qué momento; por último, aumentan una cláusula que a los dos deja satisfechos y parten hacia la funeraria más cercana llevando las medidas del flaco y bajo de estatura, por ser el más económico.

Cavada la fosa, puesta la caja en lo profundo, el señor de medidas reducidas se introduce, agradece, y recibe un rayo mortal en el centro de la frente. Cerrada la tapa, es arrojada la tierra por el otro, quien permanece boca-abajo encima de la fosa, muriendo mucho después por la falta de alimento, queriendo ser dos o tres flores silvestres y perpetuas para un amigo, a pesar de no estar ese detalle en el trato del entierro.

Emmanuel Robles
No. 43, Junio 1970
Tomo VII – Año VII
Pág. 490