Los dos hermanos

Dos hermanos caminaban errantes por la selva. Las arduas jornadas hicieron mella en uno, arrebatándole sus fuerzas. El otro, que lo amaba fraternalmente, quiso evitar la muerte de su hermano cortándose un poco de carne de donde más le sobraba. Sin que se diera cuenta el enfermo, tronchóse un trozo de nalga y, después de asarla, se la dio. Éste le preguntó la procedencia de tan exquisita carne, cuestión a la que el sano prefirió no contestar. El débil poco a poco recuperaba su fortaleza, gracias a los ocultos sacrificios de su amante hermano.

Pero sucedió que la pérdida de sangre del hermano dadivoso hizo que éste se desmayara. El antes enfermo lo revisó. Después de la sorpresa reflexionó. Ahora sabía de dónde el excelente guiso. Y sin pensarlo mucho, mató a su hermano y se lo comió.

Carlos Daniel Magaña Gracida
No. 80, Abril-Septiembre 1978
Tomo XII – Año XIII
Pág. 742

Escalones

Llega al portal de la casa de un amigo. Para visitarle tiene que subir cuarenta y siete escalones. Sube el primero y desciende, Asciende dos escalones y vuelve a bajar. Luego cuatro y baja de nuevo… Y así, después de cada descanso, va subiendo hasta alcanzar un escalón más.
Cuando ha descendido desde el escalón cuarenta y seis decide no hacer el último esfuerzo aunque no siente el menor cansancio.

A. F. Molina
No. 80, Abril-Septiembre 1978
Tomo XII – Año XIII
Pág. 740

El lector

Cerró el libro, se levantó del cómodo sillón, tomó un generoso trago de la copa de cogñac y, se dijo para sí mismo: “No lo entendí, estos nuevos cuentistas ya no escriben con la claridad y sencillez de los de antes, sino sólo para que los comprenda un grupo de privilegiados…”
Tomó entonces otro libro, se sentó de nuevo y comenzó a leer, esta vez muy complacido “Había una vez un rey…”

Mauricio Ceballos Novelo
No. 80, Abril-Septiembre 1978
Tomo XII – Año XIII
Pág. 735

En un consultorio

Cuatro mujeres aguardaban.

Fueron entrando…

La primera muy joven, decía:

—Doctor, quiero vivir mucho; le tengo miedo a la muerte.

El médico la consoló.

Entró la segunda, una mujer adulta.

—Doctor, pienso que me voy a hacer pronto vieja, quiero que me conserve; tengo miedo a la muerte.

—No tema nada —afirmó el doctor— viva su vida y esté tranquila.

Se introdujo la tercera.

—Doctor estoy muy anciana, el tiempo ha hecho estragos en mí; tengo miedo a la muerte.

—Aparte esa idea, aún tiene vida por delante —concluyó el médico.

La enferma salió para dar paso a la última mujer, callada, enjuta y triste.

—Doctor…

—¿Usted, también le tiene miedo a la muerte?

—¡No, doctor, le tengo miedo a la vida…! ¡Yo soy la muerte!

Moisés Plata Becerril
No. 80, Abril-Septiembre 1978
Tomo XII – Año XIII
Pág. 733