Wilfredo Machado

Wilfredo Machado

 

Wilfredo Machado

(Barquisimeto, Venezuela, 1956)

Es Licenciado en Letras por la Universidad de Los Andes. Fue miembro de TAL (Taller Autónomo de Literatura) a finales de la década de los setenta en la ciudad de Mérida. En 1986 ganó el Concurso de Cuentos del diario El Nacional. En 1992 obtiene el 2º Premio de Narrativa Breve del ICI, auspiciado por la Embajada de España con la obra Libro de Animales. Durante 1993 cursó estudios en la ciudad de Nueva York. En 1995 ganó el Premio Municipal de Narrativa con Libro de Animales. Ha publicado Contracuerpo, 1988; Fábula y muerte del ángel, 1990; Libro de Animales, 1994 y Manuscrito, 1995[1].

Texto para un último encuentro bajo la lluvia

El hombre despertó de un sueño pesado y confuso. A su lado, la mujer seguía dormida con el pelo enredado como telaraña sobre los hombros. Notó la depresión casi triste de los senos donde la sombra se hacía más espesa, y el camino se abría desde el ombligo hasta la sinuosa abertura del sexo, casi oculto entre el descolor de las sábanas y la luz pálida que se colaba a través de las persianas desde la calle. No recordaba la cara de la mujer, ni el momento preciso del encuentro, si es que hubo tal encuentro; pero ahí estaba el reflejo de la mujer frente a la vidriera bajo la lluvia, el pelo húmedo empegostado al cuerpo, el perfil casi griego detenido entre las luces del aparador, las manos flacas y descoloridas sobresaliendo del guardapolvo. Era un viernes y había un cielo como de ceniza sobre las azoteas. No sé cómo comenzamos a hablar del tiempo y de lluvia y de los cafés y la ópera. Hacía frío y fuimos caminando sin rumbo bajo las hojas aplastadas por la lluvia. Dije que no recordaba la cara de la mujer, pero hay una fotografía manchada y sucia en algún lugar de la habitación. Ella respira como los gatos y trepa sobre la almohada como encerrada en un sueño. Al principio sólo era el ruido de la cremallera en la oscuridad, los zapatos mojados sobre el linóleo, el ronroneo de los gatos en las cornisas azuladas por los reflectores de neón, los muslos suaves como felpa. Invento un camino con mi lengua en su cuerpo. La noche salta desde el vidrio de la ventana arremolinando las sábanas en un desorden de ruidos y siseos como lengua golosa. Bajo el espejo ella ahora sonríe recostada a un sillón de arpillera, y era —casi sin querer, pienso— una piel que comenzaba a romperse con los años, una forma de vengarse ante el espejo que la hacía vieja. Después, apenas un deslizamiento de los cuerpos rodando sobre el linóleo, sobre las arañas de vidrio, sobre el frio de los cristales, sobre el techo que vibraba con el movimiento de las nalgas, como medias lunas cayendo desde el cielo.
Dije que había una canilla mal cerrada en algún lugar de la habitación —creo que no— y que el ruido que produce al chocar contra la alfombra es insoportable. A través de las persianas entra un poco de luz. Ella, lo sé sin necesidad de mirar, sigue parada frente al espejo viendo como envejece su cuerpo; maquillándose las ojeras en la oscuridad, retocando un poco esa marchitez que cuelga macilenta en su rostro. Después, comenzará a vestirse lentamente: los senos lívidos y pequeños en el brasier descolorido por el sudor, el calzón de seda que comienza a subir hasta ocultar el sexo, la franela, el jean. Doy una pitada a mi cigarrillo. Afuera la noche de ha hecho más densa, más silenciosa. Las luces de un automóvil rayan el pavimento a lo lejos; sobre los edificios grises las antenas son esqueletos retorcidos en la neblina. La puerta suena a mi espalda y el ascensor comienza a descender. Ocho pisos abajo, tu figura es un punto inseguro bajo la lluvia; seguramente el pelo húmedo chorreando agua hasta los hombros, seguramente la esquina bajo el farol, seguramente tus ojos levantados a la ventana de un octavo piso, mientras la lluvia deslíe la pintura de tu rostro.
Ahora que estoy solo, voy a acostarme y cerrar los ojos hasta que la última figura salga de la habitación y se pierda en la oscuridad.

Wilfredo Machado
No. 105-106, Enero-Junio 1988
Tomo XVII – Año XXIII
Pág. 31

El judío errante

El Supremo Comandante Interespacial le ordenó a Ahasvero que se desnudara para examinar su cuerpo longevo y el hombre, en vez de quitarse la ropa, se empezó a quitar los siglos. Al despojarse del siglo 20 aparecieron delaciones, torturas, crímenes, llagas, pústulas atómicas, guerras interminables, campos de concentración y discriminaciones raciales, luego, se desnudó el siglo 19 y en su piel sarmentosa surgieron persecuciones, fusilamientos, masacres, quiebras, hecatombes, terremotos, y otras catástrofes; en el siglo 18, los atónitos ojos de los testigos vieron arrasamientos de pueblos enteros, aguillotinamientos, violaciones, chorros de pus; el siglo 17 mostró quemas de brujas, torturas de siervos, infamias e infidelidades; en el 16 y el 15 brillaron ciudades incendiadas, asaltos a sangre y fuego, hambres, empalamientos, y alguna que otra pequeña estrella entre los pliegues sombríos de la piel; en el 14 se vieron desollamientos, ignominias, epidemias y envenenamientos; en el décimo y noveno; oscuridad total y ritos perversos; en el quinto ya se empezó a ver un poco de claridad; al caer los velos del primer siglo de nuestra era, se distinguió una enorme luz que alumbraba vastos campos, arrasados, matanzas, y degüellos de infantes, flores, pisoteadas, palomas muertas, vísceras llenas de polvo y palpitantes aún. “Basta”, dijo el comandante en jefe, “este hombre es inmortal; déjenle libre para que siga vagabundeando por todas las galaxias”.

Otto-Raúl González
No. 38, Septiembre-Octubre 1969
Tomo VI – Año V
Pág. 609

Otto-Raúl González
No. 105-106, Enero-Junio 1988
Tomo XVII – Año XXIII
Pág. 29

El enfermo y el bombero

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Había una vez un enfermo en una casa incendiada, a donde llegó un bombero. “No me salve”, dijo el enfermo. “Salve a los que están sanos”.

“¿Tendría usted la bondad de explicarme por qué?”, preguntó el bombero, que era un hombre bien educado.

“Nada más fácil”, dijo el enfermo, “Los sanos deben ser preferidos porque son más útiles para el mundo”.

El bombero quedó meditando ya que era un hombre de cierta filosofía “De acuerdo”, dijo al fin, mientras se hundía parte del techo. “Pero puesto que estamos conversando, ¿cómo definiría usted el deber de los sanos?”

“Nada más fácil, replicó el enfermo, “El deber de los sanos es ayudar a los enfermos”.

Como antes, el bombero se quedó meditando, ya que no había ninguna prisa en ese hombre ejemplar. “Yo podría perdonarle estar enfermo”, dijo por fin”, mientras se caía parte de la pared. “Pero no ser tan necio”. Con esas palabras alzó su hacha de bombero, porque era singularmente justo, y hendió sobre la cama al enfermo.

 

Robert Louis Stevenson
No. 105-106, Enero-Junio 1988
Tomo XVII – Año XXIII
Pág. 25

La secta de los asesinos

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A la secta herética de los ismaelitas, en el siglo XI, correspondió el “honor”” (o la felonía) de acuñar la palabra asesino, nombre que derivó de hashish o haxix, droga extraída del opio que se administraban sus integrantes… Su jefe se llamó Aloadín o sencillamente el Viejo de la Montaña… Aloadín (digámoslo así para abreviar) ejercía, como jefe de la secta, funciones de califa. Había sido condiscípulo de Omar al Jayyam y Nizam al Mulk, en Nisapur, donde los tres estudiaban el Qorán, según las constancias de éste último en la Wasíah que escribió para celebrar los acontecimientos más memorables de su vida. Él fue el primero que testimonió sobre el carácter de Aloadín: un hombre pendenciero e intrigante, contra el cual debió luchar a pesar de haberlo protegido siendo visir. Conspiró, por tanto, contra Nizam al Mulk, y al ser descubierto por éste, Aloadín se refugió en la fortaleza de Alamut, en Rudbar, sobre las montañas cercanas al mar Caspio. De ahí la denominación impropia de Viejo de la montaña. En esa fortaleza enclavada en un valle de difícil acceso, Aloadín tenía un paraíso terrenal donde sus iniciados, muchachos de doce años, se drogaban con el hashish que él ofrecía mientras impartía su enseñanza. “Matar a un malvado —decía— es una bendición de los cielos, porque ellos, los malvados, están en la tierra para usurpar el derecho de los seres bondadosos. (Acaso fue esta la primera norma sobre el regicidio que Maquiavelo y el padre Mariano habrían de exaltar siglos después). Cuando los heréticos estaban ebrios por el opio, Aloadín introducía un conjunto de falsas huríes, muchachas no menos jóvenes que los iniciados, y comenzaban una danza fascinante mientras las cañerías del palacio-fortaleza, suministraban miel y vino. (Libro XXXI; Ibn Al Levy, II, 21). Los goces terrenales del Alamut, eran semejantes al paraíso de Mahoma. Después, Aloadín les mostraba los muros del palacio, con murales excitantes, donde la desnudez y los alimentos se concretaban en un sueño insaciable. En uno de estos muros, el que daba hacia el valle y sus jardines diabólicos, había una inscripción del poeta persa Abulkasin Pirdusí (Libro de los reyes, c. IV), que decía: “Todas las noches su cocinero (el de Zohak) mataba a dos jóvenes y les extraía los sesos con los que luego cocinaba un alimento para las serpientes del monarca”. Cuando los heréticos, también llamados hashashin o asesinos (Baudelaire refuerza el concepto en Le poéme du haschisch, II), regresaban del efecto del hashish y se hallaban entristecidos por haber perdido las visiones del paraíso, resolvían la eliminación del enemigo más próximo de Aloadín. Era el único recurso para volver a los goces terrenales y a las delicias de los jardines diabólicos. Entonces echaban la suerte, y el elegido salía del Alamut para confundirse, disfrazado, entre aquellos donde el sentenciado por Aloadín habría de perecer. A la vuelta del asesino, cumplida la misión, el paraíso volvía a concretarse, y el héroe imponía su voluntad al juego de las huríes. Era un provilegio que duraba 24 horas. Después, en otro ciclo semejante, se resolvía el próximo asesinato. Fue tan temido el Caudillo de la Montaña, que no hubo príncipe que no buscara su protección. Conocían su ira y el efecto de su fanatismo. Pero su imperio fue sofocado por la deserción de EL-Hulagu. Otra versión de esta secta, la de los asesinos, se debe a P. Zaleski, quien ha contado: “El hereseriarca persa Hassan ibn Sabbah erigió en la cumbre de una montaña, un paraíso artificial, dotado de quioscos, de músicos ocultos, de divanes y de doncellas; lo surcaban riachos de miel, de leche y de vino. Oportunas dosis de haxis adormecían a los sectarios que, sin entender cómo, se encontraban de pronto en el paraíso o fuera de él. Estas falsas visiones de un mundo sobrenatural estimulaban y afianzaban la fe. Tal es el origen auténtico de la considerable secta de los asesinos, cuyo nombre deriva de haxis”.

Juan-Jacobo Bajarlía
No. 105-106, Enero-Junio 1988
Tomo XVII – Año XXIII
Pág. 21

Las bandas paralelas

Nuestras bandas eran paralelas, pero nuestros horarios eran distintos: mientras yo avanzaba hacia el zepelín de las cuatro de la tarde, ella volvía a casa en el zepelín de los trabajadores que salían a las tres y media. En incontadas ocasiones nuestros ojos se habían encontrado, anhelantes. Aquella sombría tarde de verano, ella se decidió: sus labios se desprendieron de su hermosa boca y llegaron hasta los míos como pájaros blancos, aleteando suavemente. En el mismo instante ella cayó fulminada; de la ventana de su departamento había salido un rayo violeta que se insertó limpiamente en su nuca. Comenzaron a sonar las sirenas; todos en las bandas permanecimos quietos. Yo levanté la vista hacia la ventana, aún llevaba aquellos labios trémulos pegados a mi boca. Entonces lo vi: el Compañero Asignado de ella me miraba con ojos encendidos. Pronto llegarían los miembros de la guardia de Orden para los Trabajadores y se lo llevarían, quizás para siempre.

Humberto Rivas
No. 105-106, Enero-Junio 1988
Tomo XVII – Año XXIII
Pág. 19

Noel

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Nació cadáver.

Envejeció y con los años, poco a poco, se le enderezó la columna vertebral, sanó del reumatismo y la piel se le fue templando en una sonrosada lisura.

Se acostó con bellas mujeres, triunfó en las apuestas hípicas, acertó al gordo en tres loterías y con habilidad postmatura ocupó importantes puestos en la administración de gobierno.

Sintió el amor entre las venas como una fría culebra que lo recorrió de pies a cabeza. Supo de las dichas de una amante niña, hasta cuando ella decidió abandonarlo: siendo una mujer adulta y él un chico de pocos años.

Antes de volver al vientre materno y asumir la movención renacuaja de un espermatozoide y ser la dicha y los espasmos de dos enamorados; grabó en su diminuto instinto el sonido de los gemiditos amorosos de su madre. En el mismo instante que un anticonceptivo pusiera fin a su proceso.

 

Juan Carlos Moyano Ortíz
No. 105-106, Enero-Junio 1988
Tomo XVII – Año XXIII
Pág. 18

Alfonso Castelao

Alfonso Castelao

Alfonso Castelao

(Rianxo, 1886 – Buenos Aires, 1950)

 Político, escritor y pintor español, considerado el máximo representante del nacionalismo gallego de signo progresista. Estudió y se licenció en Medicina en Santiago; colaboró en la creación del semanario El Barbero Municipal entre 1909-14, atacando el caciquismo. Fue miembro del cuerpo técnico del Instituto Geográfico y Estadístico, y profesor auxiliar de dibujo en el instituto de Pontevedra.

Se unió al movimiento Acción gallega en 1912, cuyo objetivo era despertar la conciencia de clase del campesinado gallego. Se dedicó a la pintura y consiguió en 1916 la segunda medalla en la Exposición Nacional de Madrid con el óleo Os cegos. Un momento básico para la evolución de su ideario fue la incorporación a las Irmandades da Fala, en 1916. A partir de esa fecha, va madurando el pensamiento de Castelao hasta desembocar de forma abierta en el nacionalismo.

Desde 1926 fue miembro de la Academia gallega. En las Cortes Constituyentes de la República fue nombrado diputado y participó en la elaboración del proyecto del estatuto gallego. En 1926 publicó Cousas, su primer libro, compuesto de relatos breves; y luego, Os dous de sempre y Retrincos, ambas de 1934. El ensayo Siempre en Galicia, 1944, refleja claramente su ideario político-social.

La obra literaria de Rodríguez Castelao, escrita casi íntegra en lengua gallega, excepto discursos y artículos, como la colaboración en El liberal de Madrid, está en función de la realidad sociocultural gallega y de una función pedagógica de denuncia, para cuyo fin utiliza el humorismo sarcástico o esperpéntico. Expresó fielmente su voluntad de denuncia de las injusticias. Como dramaturgo merece la pena citar la obra Os vellos no deben namorarse, 1941.

Sus dibujos y pinturas atestiguan la misma posición de realismo crítico que encontramos en sus escritos, marcados como están unos y otros por el humor y la ironía, al tiempo que por la tristeza y la melancolía o morriña. En 1917, abandonó definitivamente la pintura de gran formato con A tentación de Colombina para entregarse al dibujo y la obra gráfica; de hecho, gran parte de su labor de dibujante está esparcida en distintas publicaciones periódicas en las que colaboró o llegó a formar series en torno a determinados temas (Galicia mártir).

En su obra influyeron notablemente la fotografía, los dibujos satíricos de la prensa europea y, en opinión de los críticos más familiarizados con su técnica, la estampa japonesa. Por tener en la prensa el medio natural para su obra gráfica, desde 1922 trabajó en el Diario de Galicia. En sus dibujos, con frecuencia aparecen los principales representantes del paisaje de Galicia, como ese hórreo que más tarde sería aceptado como anagrama por la editorial Nós[1].

Os voy a contar un cuento triste

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A poco de casarse, Doña Micaela comenzó a hacer camisitas; pero su ilusión se derrumbó súbitamente y, con lágrimas en los ojos, metió en un frasco de aguardiente el fruto abortado de sus amores.

Doña Micaela escribió en un papelito: “Adolfo, 12 de mayo de 1887”. Pegó el papelito en un frasco, y después de besarlo tristemente lo guardó en el armario de las sábanas de lino.

No os riais, porque el cuento es triste.

Aún no habían pasado cuatro meses y Doña Micaela comenzó a trabajar nuevamente en las camisitas. La buena señora se complacía cavilando en el heredero que ya estaba en camino hacia el mundo, y por segunda vez Doña Micaela vio marchitas sus ilusiones de madre, y con honda tristeza metió en aguardiente el nuevo fruto de sus amores.

Doña Micaela escribió: “Rosa, 7 de enero de 1888”. Pegó el papelito en el frasco y muy amargada lo guardó en el armario de las sábanas de lino.

No os riais, porque el cuento es triste.

La buena señora se dio cuenta de que no alumbraría jamás un hijo verdadero, y con sus grandes ansias maternales dedicó la vida entera al cuidado mimoso de los frascos de aguardiente. ¡Triste vida!

No, no riais, porque el caso es triste.

Cada vez que una fallida ilusión cumplía años, Doña Micaela le cambiaba el aguardiente. Todos los días besaba los frascos y arreglaba lacitos de seda que ceñían los cuellos de los frascos de “Rosa” y de “Alicia”(sic).

La buena señora llegó a vieja y tenía criadas de tanta confianza que andaban con las llaves de los armarios y gobernaban la casa.

Un día llegó ante Doña Micaela una de las criadas. Venía tan cortada que no podía hablar; pero la pobre mujer se arrojó al suelo y poco a poco fue confesando entre sollozos:

—¡Perdón, mi ama! ¡Ay, qué desgracia, señora! El señorito Adolfo se me cayó de las manos y se rompió…

Y en ese instante Doña Micaela se desvaneció para siempre.

Alfonso Castelao
No. 105-106, Enero-Junio 1988
Tomo XVII – Año XXIII
Pág. 15

Mi cara

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—Hijo mío, hijo mío…

Por fin encendió una lamparita y vi su cuerpo. Pero su cara quedó en la oscuridad.

Yo le dije “Mamá”.

Me pidió que la abrazara. Y sentí sus uñas clavarse en mis hombros: pronto noté la humedad de la sangre.

—Hijo mío, hijo mío, bésame.

Me acerqué y la besé. Y sentí sus dientes clavarse sobre mis labios: la sangre corrió por mi cara húmeda.

Se separó de mí un instante y pude ver su vientre. Dentro de sus entrañas había un ternerito que dormía. Y la cara del ternero era mi cara.

Arrabal
No. 93, Mayo-Junio 1985
Tomo XVI – Año XX
Pág. 659

Arrabal
No. 100, Septiembre-Diciembre 1986
Tomo XV – Año XXII
Pág. 723

Arrabal
No. 105-106, Enero-Junio 1988
Tomo XVII – Año XXIII
Pág. 10

Daniel Moyano

Daniel Moyano

Daniel Moyano

(Buenos Aires, 1930 – España, 1992)

 Fue un escritor argentino. Nació en la Ciudad de Buenos Aires en 1930, pero pasó su infancia en la ciudad de Córdoba y luego se radicó en la provincia de La Rioja donde ejerció como profesor de música e integró el Cuarteto de Cuerdas de la Dirección de Cultura de esa provincia. Aquí formó su familia y escribió gran parte de su obra literaria. Durante la última dictadura militar argentina fue encarcelado en La Rioja en 1976. Una vez liberado, se exilió en España, donde vivió hasta su muerte el 1º de Julio de 1992. Allí fue obrero en una fábrica de maquetación y, posteriormente, ejerció la crítica literaria para el diario El Mundo.

El escritor nació el 6 de octubre de 1930, en Buenos Aires. En 1934 su familia se traslada a las sierras cordobesas. En 1937, luego del fallecimiento de su madre, viaja a la ciudad de Córdoba, en dónde cursará sus estudios y trabajará de albañil. «Después de vivir con mis abuelos pasé de tío en tío. Mi padre desapareció. Reapareció años después. Todos los tíos me dieron material para los cuentos… Pasé un tiempo en un reformatorio, y mi hermana en un colegio de monjas, donde nos colocó un tío».

En 1947 ingresa en el servicio militar obligatorio. «Cuando me tuve que enrolar en Córdoba, no tenía documento. Mi padre le había dicho a mi madre: ‘Hay que hacer los trámites para anotarlo a Daniel’, pero mi mamá dijo: ‘Daniel está anotado en el cielo, qué me importan los papeles’. Estoy anotado en el cielo, con el pastor, pero no en la tierra. Escribimos a Buenos Aires y nos dijeron que viajáramos. No fui a Buenos Aires, costaba un dineral. Un juez en Córdoba me dijo: ‘Venite con dos testigos falsos, decí que naciste en Córdoba un año antes, y entonces te enrolamos y no te cobramos’. Me enrolé a los diecisiete e hice el servicio a los diecinueve. En los papeles figuro nacido en Córdoba, el 6 de octubre del ‘29. Nací en Buenos Aires el 6 de octubre del ‘30. Mis testigos falsos fueron un violinista gallego y un ave negra de esas que andan en los tribunales, que dijo: ‘Yo me ocupé, Sr. Juez, de los servicios de obstetricia’. El violinista dijo: ‘Pues mire, yo he estado ahí sentado, leyendo una partitura y me puse a tocar el violín, y me dijeron: ¡Ha sido un varón!’»

En 1957 su libro de cuentos «Artistas de variedades» gana el concurso organizado por la Editorial Assandri, de Córdoba. En 1959 viaja a la provincia de La Rioja. Allí trabajará para el diario «El Independiente» e iniciará su carrera de periodista. En 1960 la editorial Assandri publica su libro de cuentos «Artistas de variedades». Comienza a trabajar como corresponsal del diario Clarín en La Rioja. Es violinista del Cuarteto de Cuerdas y Orquesta de Cámara, y profesor en el Conservatorio Provincial de Música. En 1963 aparece, en Buenos Aires, su libro de cuentos «El rescate», publicado por Burnichón Editor (reeditado en 2005 por Interzona Editora). En 1964 se publica su libro de cuentos «La lombriz», con prólogo de Augusto Roa Bastos (Nueve 64 Editora). En 1966 la editorial Sudamericana, de Buenos Aires, publica su novela «Una luz muy lejana». En 1967 se publican, en Buenos Aires, sus libros de cuentos «El monstruo y otros cuentos» (Centro Editor de América Latina) y «El fuego interrumpido» (Sudamericana). Recibe el Premio de Novela Primera Plana por su novela «El oscuro», que Sudamericana publica al año siguiente. En 1969 trabaja como colaborador para la Revista Primera Plana. En 1970 en Caracas, Venezuela, se publica su libro de relatos «Mi música es para esta gente» (Monte Ávila Editores). En 1974 se publican, en Buenos Aires, su libro de cuentos «El estuche del cocodrilo» (Ediciones del Sol) y su novela «El trino del diablo» (Sudamericana).

En 1976 Un día después de producirse el Golpe de Estado, el 25 de marzo, es detenido en su casa de La Rioja por las Fuerzas Armadas. Luego de quedar en libertad se exilia definitivamente en España. Allí fue obrero en una fábrica de maquetas para poder subsistir. «El día del golpe de 1976 yo estaba en Córdoba, intentando inscribirme en la Facultad de Filosofía, porque se me había ocurrido estudiar. Cuando regresé a La Rioja había controles como si fuera una ciudad ocupada. Llegué a casa… Me dijeron que habían detenido a casi todos los intelectuales. Muchos eran del diario El Independiente. Además estaba detenido Ramón Eloy López, un poeta, un sacerdote, uno de los tres miembros del Partido Comunista, algunos de la JP y el arquitecto que proyectó la cárcel. Lo metieron en la celda de castigo. Esa noche dormí en casa, sabía que me podían detener. Había sido amenazado por la Triple A, y por LV14, la emisora local. Una locutora estaba leyendo un capítulo por día de ‘El trino del diablo’ y le dijeron que si seguía leyendo iban a volar la radio. Me amenazaron a mí, recurrí al gobernador, Carlos Menem y me había puesto custodia policial en casa. Me levanté temprano, estaba preparando mi ingreso a la Facultad con ese placer de entrar por primera vez a esas disciplinas. Abrí un libro y vi que se detenía un auto: eran cuatro, tres caminaron despacio hacia casa. Mi hija María Inés, de siete años, dormía. Mi hijo Ricardo, que tenía catorce, estaba levantado junto a dos hijos de una familia amiga, y estaba mi mujer. Me apresuré a abrirles la puerta antes de que la derribaran. Era el 25. Pregunté si me podía cambiar de ropa. Dijeron, ‘Sí, pero pronto’, y me acompañaron al dormitorio. ‘¿Llevo documentos?’ ‘No los va a necesitar’, dijo uno. Eso me asustó. Pero no tuve tiempo de tener miedo. Quedé incapaz de reaccionar porque eso era insólito. Yo era periodista, además de escritor, trabajaba para Clarín, y músico y plomero. Me llevaron de casa al cuartel, en silencio. Estaba cerca. Al cuartel entré a los empujones. En un salón enorme estaba media La Rioja de pie, contra la pared (no nos dejaban sentar), con un colchón al lado. (…) Me enteré de que mis libros los secuestraron de la librería Riojana y los quemaron en el cuartel, junto con los de Cortázar y Neruda. Qué honor. Bajé siete kilos en doce días: hacía gimnasia a escondidas. Cuando me dijeron que podía abandonar la provincia, me fui a Buenos Aires, gestioné mi pasaporte, volví a La Rioja y en una semana levanté mi casa. El 24 de mayo de 1976, tomamos el ‘Cristóforo Colombo’, y el 8 de junio comenzó el exilio en Barcelona,»1

En 1981, en Madrid, la editorial Legasa publica su novela «El vuelo del tigre». En 1982 el Centro Editor de América Latina, de Buenos Aires, publica su libro «La espera y otros cuentos», con selección y prólogo de Ana María Amar Sánchez. En 1983, en Buenos Aires, la editorial Legasa publica la novela «Libro de navíos y borrascas». En 1984 recibe el Premio Konex Diploma al Mérito en la categoría «Cuento: primera obra publicada después de 1950». En 1985 obtiene, en París, el Premio Juan Rulfo por el cuento «Relato del halcón verde y la flauta maravillosa». En 1989 la editorial Alfaguara de Madrid, publica su novela «Tres golpes de timbal». En 1990 recibe el Premio Boris Vian por «Tres golpes de timbal». Para entonces trabaja como crítico literario para el diario madrileño «El Mundo».

El 1º de julio de 1992 muere en España.

En 1999, KRK ediciones publica, en España, su libro de relatos «Un silencio de corchea». En 2005 La editorial Gárgola, de Buenos Aires, publica postumamente su novela «Dónde estás con tus ojos celestes»[1].

Incendio en el cuerpo de bomberos

(Para Augusto Monterroso)

El incendio que se declaró en el Cuerpo de Bomberos no pudo ser sofocado debido a que el personal, que no tenía experiencia de un hecho semejante, le pareció que, aunque tenían el fuego ante los ojos, éste era imposible, en razón de la naturaleza del Cuerpo y de su función.
Entonces, mientras la alarma sonaba enloquecida, se quedaron de brazos cruzados hasta ser consumidos por las llamas gigantescas.
La no existencia, por definición, de bomberos para bomberos, favoreció notablemente el desarrollo del evento

Daniel Moyano
No. 105-106, Enero-Junio 1988
Tomo XVII – Año XXIII
Pág. 11

Juan Carlos Ghiano

Juan Carlos Ghiano

Juan Carlos Ghiano

“Cuentista notable, poeta y autor teatral que renovó con señalada calidad dos viejas modalidades de los escenarios porteños: el sainete y el grotesco. Esa inteligente práctica de los más diversos géneros y su prestigio como crítico y estudioso, armonizaban con su personalidad, frecuentemente salpicada por un humor cortante y una cáustica ironía. Obras como Narcisa Garay, mujer para llorar (1959) que obtuvo durante años el favor de los públicos, mostraron al autor ricamente dotado para el género teatral”.

   Juan Carlos Ghiano nació en Nogoyá (E.R.) el 27 de Noviembre de 1920 y falleció en Buenos Aires el 6 de Septiembre de 1990.

Autor de obras narrativas, poéticas y dramáticas, que intentamos citar, en su mayoría, pues los escasos trabajos biográficos existentes apenas transcriben algunos títulos: “Extraños Huéspedes” (1947), “Cervantes Novelista” (1948), “Lugones y el Lenguaje” (1948), “Temas y Aptitudes” (1949), “Historia de Finados y Traidores” (1949), “Puerta al Río” (1950), “José Martí” (1952), “Constantes de la Literatura Argentina” (1953), “La Casa de los Montoya” (1954), “Memorias de la Tierra Escarlata” (1954), “Lugones Escritor: notas para un análisis estilístico” (1955), “Testimonio de la Novela Argentina” (1956), “Poesía Argentina del Siglo XX” (1957), “La Mano del Ausente” (1960), “La Novela Argentina Contemporánea 1940-1960” (1960), “26 Poetas Argentinos: 1810-1920” (1960), “Introducción a Ricardo Güiraldes” (1961) “La Moreira – drama en tres actos” (1962), “Ricardo Güiraldes” (1966), “Antiyer – tragicomedia en dos actos” (1966), “Corazón de Tango – tragicomedia en tres actos” (1966), “Análisis de La Guerra Gaucha” (1967), “Análisis de las Silvas Americanas de Bello” (1967) “Los Testigos” (1967), “Rubén Darío” (1967), “Análisis de La Gloria de Don Ramiro” (1968), “El Matadero de Echeverría y el Costumbrismo” (1968), “Ceremonias de la Soledad” (1968), “Días en el Pueblo: historias y noticias” (1968), “Análisis de Cantos de Vida y Esperanza” (1968), “Análisis de Prosas Profanas” (1968), “De Traidores y Finados” (1970), “La Gula” (1970) “Actor del Miedo” (1971), “Los Géneros Literarios: principios griegos de su problemática” (1971), “La Renguera del Perro” (1973), “Unos Cuantos Cuentos” (1977), “Tres Tragicomedias Porteñas: Narcisa Garay, mujer para llorar; Antiyer y Corazón de Tango” (1977), “Relecturas Argentinas de José Hernández a Alberto Girri” (1978), “Vividuras o Libro de Muchas Advertencias y Algunas Incertidumbres” (1981), “Noticias más o menos sociales” (1981), “Los Rostros Nativos” (1982), “Hace mucho y Apenas” (1982), “Aunque es de noche” (1983), “Páginas de Juan Carlos Ghiano seleccionadas por su autor” (1984) y “Aquí están Juntos”[1]

Carámbanos

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Avanza con paso liviano sobre las baldosas ajedrezadas, donde los pies van eligiendo los cuadrados blancos, con una tranquilidad ajena a la agitación de las manos, que luchan con el aire demasiado cálido. Como su avance se demora, me adelantó a recibirla, atento a los harapos del vestido, manchados por extensiones de moho, la cara carcomida donde unas huellas sombrías marcan el lugar en que se han hundido los ojos, el pelo casi desvanecido, bajo el brillo de una forma transparente. Para aproximarse más debo superar el olor de desintegración que la rodea, como una aureola, más densa que el fulgor de su corona. Cerca de lo que fue su cara y para no mirarla en su desgarrada miseria levantó los ojos, hasta el esplendor vacilante, descubriendo la precariedad del hielo, una materia que se lleva bien con las devastaciones del vestido, que alguna vez fue blanco, con las manos, en las cuales quedan la piel sobre los huesos y los cambiantes anillos que le finge el verdín. Como no me atrevo a tocarla, murmuro las pobres palabras de una pregunta, que ella adivina con la penetración que debe ser costumbre del mundo del cual vuelve. La respuesta a mi perplejidad es un quejido, que no sale de su boca sin labios, sino del cuerpo vacilante —Soy aquella a quien nunca besaste— y dejándome de lado reinicia la marcha, con el temblor de los carámbanos que la coronan.

Juan Carlos Ghiano
No. 105-106, Enero-Junio 1988
Tomo XVII – Año XXIII
Pág. 6

José Luis Zárate Ortega

José Luis Zárate Herrera

José Luis Zárate Herrera

(Puebla, Puebla; 1966)

Es uno de los escritores mexicanos más reconocidos y respetados dentro del género de la ciencia ficción, aunque también ha desarrollado trabajos literarios de otros géneros. Su obra abarca ensayo, poesía y narrativa, y permite considerarlo parte de un movimiento renovador en la literatura mexicana de finales del siglo XX, que abandona el nacionalismo imperante hasta aquel momento y busca volverse más universal y cosmopolita.

Como entusiasta de la literatura fantástica en general ha trabajado en diversas oportunidades por la divulgación de esta clase de literatura en su estado natal y en su país, y es uno de los socios fundadores de la Asociación Mexicana de Ciencia Ficción y Fantasía y del Círculo Puebla de Ciencia Ficción y Divulgación Científica.

José Luis Zárate ha obtenido varios premios nacionales e internacionales, entre los que destacan el Premio Más Allá (1984), el Premio Kalpa (1992), el Premio MECyF (1998 y 2002) y el Premio UPC de ciencia ficción (2000).

Sus novelas de mayor renombre son Xanto, novelucha libre (1994), La ruta del hielo y la sal (1998) e Del cielo oscuro y del abismo (2001), que forman una trilogía, llamada por el autor «Las fases del mito», sobre personajes icónicos de la cultura popular. En ellas el Santo (el luchador/superhéroe fílmico mexicano), el conde Drácula y Superman, respectivamente, son vistos desde la perspectiva que tendrían los habitantes de sus propios mundos ficticios. Entre sus libros de cuentos destaca Hyperia (1999), que toma elementos de muchas vertientes distintas de la ciencia ficción y se convierte en un panorama muy completo de los intereses del escritor y del estado del género fantástico a fines del siglo XX[1].

 

El mito de las ocho

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Bertildo, Fernando, Ursicino, José Terencio, Patricio, Margarito, Mustafá y Samuel Constancio “nacieron por equivocación”, tal cual reza el manuscrito que dejaron las viejas brujas de Dvórvoda (Jessica, Desdémona y Bloody), aunque la frase suene odiosa. Algunos suponen que perecieron en la nieve, otros dicen que todavía trafican ganado en la estepa siberiana, y hasta existe algún colaborador de revistas de divulgación que no descarta la posibilidad de haberlos visto en alta mar cazando cachalotes. Si de vejez no perecieron, tal vez otras historias circulen por ahí; pero valientes y eróticos jóvenes habrán sido, si damos fe a ciertas anécdotas escuchadas con frecuencia en almacenes y peluquerías. Posiblemente eternos. De facciones obligadamente vagas. Surgidos de pociones mágicas que se desconocen, andarán sembrando el gen de la potencia, cambiando la faz del mundo con una infinidad de rasgos diferentes; naciendo y muriendo a pleno sol en la pampa, o a mil metros de profundidad en el Océano Atlántico, o volando helicópteros más allá de las nubes. Dicen que arribaron a Buenos Aires, a mediados de algún agosto, a presenciar el exterminio de ancianos; pero suena a literatura de Bioy ¡ese fabulador irredento! Dicen también que Margarito violó a una monja, que Ursicino comía ralladuras de plomo, y que José Terencio se dio a la bebida. Mil cosas se comentan, y todas improbables. Hay quienes sostienen que son ocho enanos eructadores y simpáticos, salidos de un jardín muy húmedo en el casco viejo de Yerba Buena (provincia de Tucumán). Otros hablan de gigantes equilibristas. Se los describe como mercenarios, como hermafroditas o como sementales. Se los hace desembarcar en Liverpool, organizar un festival de música pop en Australia, atentar contra la vida del papa, vender tonteras en una calle de Hong-Kong y, al mismo tiempo, morir en un campo de concentración chileno a fines de 1973. Toda biografía que se haga de ellos, por fuerza, es relativa y roza lo mitológico.

Rogelio Ramos Signes
No. 66, Agosto-Septiembre 1974
Tomo X – Año X
Pág. 742

Pumas en la escopeta (o la destrucción de Coyotes Enanos)

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Sabemos bastante de Chambergo Dimocco; no tanto como de Sarmiento, pero considerablemente más que de Hernández. A pesar de ello, desconocemos su imagen. Es natural que así sea, ya que sus retratos de madurez fueron quemados por orden de aquel interventor, de apellido olvidable y bigotes teñidos, que asoló estos desiertos. Lógico es que, por ese motivo, el lugar que le corresponde a Dimocco en archivos y bibliotecas, sea ocupado por una reproducción de Las Meninas, de Velásquez, o por La hebrea, de Modigliani, que eran sus cuadros favoritos. Además, aún hoy se sigue discutiendo el lugar donde fueron sepultados sus restos. Hay quienes se inclinan a pensar que su cadáver fue incinerado y que sus cenizas fueron desparramadas al pie de la cordillera. Gente del lugar, a la que si bien escuchamos con atención, no creemos conveniente darle demasiado crédito, apoya esta versión, argumentando que las lechugas se dan muy malas en esa zona y que ya casi no vale la pena plantar legumbres allí. Dejando de lado esas apreciaciones que rozan lo superstición, lo importante de Leopoldo Chambergo Dimocco fue que nació, vivió y murió en el país, que odió los conejos (sin un porqué a la vista) y que amó las hormigas, con las que colaboró en más de un derrumbe. A ellas les dedicó un largo poema, en forma de manifiesto, donde habla del gamexane como si del demonio hablase. Dimocco (“Leo” para sus amigos íntimos) antes que ningún otro científico del país, adoptó el desplazamiento de las termitas hondureñas como base para el primer diagnóstico climatológico; el “de la probeta” que le llaman. Posiblemente de esa primera experiencia nació su famoso trabajo “Hermanas americanas, estoy en pie para hablar de ustedes”. Se dice que fue intrépido y decidido como el que más, recordándose sus cacerías de pumas en San Guillermo, antes de la legislación protectora. Ese rasgo intempestivo de su personalidad, de dudoso buen tino, es algo que aporta muy poco a su biografía, pero indudablemente ayuda a completar la imagen de alguien que, además del espíritu contemplativo que acompaña a todo científico, fue un hombre de acción. No viene al caso recordar ahora que el gobernador fronterizo de entonces (hablamos de las primeras décadas del siglo XX) lo declarara persona non grata, y que se le negara la entrada a la provincia. Si tenemos en cuenta que ese siniestro personaje era tío del interventor que veinte años después ordenaría la quema de sus retratos; esa restricción, ¡esa verdadera neurosis familiar!, no debería sorprendernos. Todas estas incomprensiones, y algunos datos más (que hoy da vergüenza enumerar), terminaron por llenarlo de escepticismo, encaneciéndole totalmente la cabeza (y el ánimo) en cuestión de semanas. De allí en adelante abunda lo incierto. Sabemos que siguió escribiendo poesía; que inició una correspondencia copiosa con el antropólogo inglés Darcy Nidos, que nos enorgullecemos de poseer; que a pesar de la clandestinidad en que vivió, la gente lo recuerda con cariño; y que a la invasión de hormigas que terminó con la ciudad de Coyotes Enanos (todas salidas de su propio laboratorio) se la conoce con el nombre de “chambergada”, palabra que es parte de nuestro lenguaje, aunque muy pocos conozcan el origen del nombre. Ya dijimos que de Leo(poldo) Chambergo Dimocco sabemos bastante; no tanto como de Sarmiento, de quien ya el revisionismo hizo postre; pero mucho más que de Hernández, que (lejos de lo que se piensa) no simpatizó demasiado con Rosas, y escribió el Martín Fierro. Incluso sabemos más de Dimocco que de Alejandro Magno, de Atila, de Napoleón, de San Martín o de Bolívar, que ajenos a todo tipo de originalidad se rodearon simplemente de hombres. Sin embargo, ¡cosa curiosa!, desconocemos el origen del apodo Chambergo, aunque podríamos arriesgar alguna hipótesis. Baste decir entonces, en estas palabras liminares, que es muy poco lo que ignoramos (aunque lo callemos) del deslumbrante conversador Leopoldo Dimocco, alias Chambergo, y de su Glorioso Ejército de Hormigas Voraces.
Una muestra es una muestra, ya se sabe, no la tienda completa.

Rogelio Ramos Signes
No. 66, Agosto-Septiembre 1974
Tomo X – Año X
Pág. 741

¡¡¡ El spot 3000 !!!

3000

El Spot 3000

A pocos días de que “Minificciones de EL CUENTO”, su blog consentido, cumpla dos años. Llegamos a tres mil spots publicados. Y estos son algunos de los datos más importantes:

85 números (de 145) revisados
1179 minis “Del concurso”
1148 minis de “Caja de Sorpresas”
Más de mil autores. De estos, 500 con semblanza en la “Galería de autores”
Casi 150 000 páginas leídas.

Los tres más visitados:

Minificciones:

1. “Tráfico de sueños” de Octavio Paz: http://wp.me/p1PtwK-1qi
2. “Un cuento para después de hacer el amor con una mujer a la que posiblemente no volvamos a ver” de Marco Tulio Aguilera Garramuño: http://wp.me/p1PtwK-Sq
3. “El que no tiene nombre” de Fermín Petri Pardo: http://wp.me/p1PtwK-IV

Autores:

1. Edmundo Valadés: http://wp.me/P1PtwK-y
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3. Vladimiro Rivas Iturralde: http://wp.me/p1PtwK-MY

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Unicornio

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Se le vino encima. Tenía dos cuernos. La embestida era de toro, el cuerpo no.

—Te conozco ——dijo riéndose la muchacha—. ¿Crees que voy a cometer la tontería de cogerte por los cuernos? Uno de tus cuernos es postizo. Eres una metáfora.

Entonces el Unicornio, al verse reconocido, se arrodilló ante la muchacha.

Enrique Anderson Imbert
No. 60, Agosto-Septiembre 1973
Tomo X – Año X
Pág. 92

En la oficina

Se sentó frente a la máquina de escribir con la serena disposición de todos los días: introdujo impecablemente la hoja de papel blanquísimo tras el rodillo, y procedió a mecanografiarlo con su habitual eficiencia: tlac-tlac-tlac. Completaba apenas tres líneas, cuando un febril cosquilleo corrió por todo su cuerpo: descendió de la nuca a los hombros y se proyectó, como un escozor de anhelos suspendidos, a lo largo de sus brazos, de sus manos, de sus profesionalísimos dedos que, incontenibles, aletearon sobre el teclado imprimiendo azarosamente las letras metálicas sobre la hoja de papel. El familiar compás del tlac-tlac cedió ante la irrupción de sonidos melodiosos, escalados, que perdían su consistencia percusiva para adquirir matices de cuerdas, de alientos, de coros encubiertos por notas perfectamente armonizadas. Sus compañeros de trabajo, sorprendidos, temerosos, incrédulos del prodigio que estaban percibiendo, la rodearon en silencio. Uno de ellos susurró: “es Beethoven”. “Es música de Beethoven”, algún otro balbuceó, mientras ella, irradiando la vehemencia de un éxtasis solitario, permitía que sus labios dibujaran una sonrisa de triunfo. Suspiró profundamente, al tiempo que los primeros tlacs-tlacs se dejaban oír otra vez entre la música. Dejó de teclear y se llevó las manos a la nuca. Se levantó de su silla, y sintiendo sobre si la muda sorpresa de sus compañeros, dijo, con cierta turbación: “¿No lo habían notado? Siempre me sucede esto cuando estoy sentimental. Espero que no me corran…”

Sergio González Salvador
No. 60, Agosto-Septiembre 1973
Tomo X – Año X
Pág. 88