Confesión


Yo tenía una amante fea y empezaba a aburrirme de ella. Pero durante aquel verano había llovido mucho y el jardín estaba precioso. Las plantas me consolaban, y los días se me iban sin pensar demasiado.

Cuando llegó el otoño, despaché a la fea. Quedé solo un tiempo y, luego, volví a casarme. Era la tercera vez que intentaba la convivencia formal.

No hay experiencia vital más aleccionadora que cambiar de mujer. La vida es cruel, dicen.

Bueno, ya está. Hace tres años que vivo con una muchacha más estúpida que muchas otras. Y no sé como desprenderme de ella. ¿La mato? ¿la tiro a la calle? ¿abandono todo y desaparezco?, me pregunto todos los días.

Pero también me pregunto quién ganará la octava carrera del domingo. Es que la vida es una sola pregunta sin respuesta.

Paciencia. Hay que creer en la providencia. Tal vez un día de éstos, cuando suba a colgar ropa, se cae de la azotea.

Azotea, azotea… ¡cómo no se me ocurrió antes, maldita sea!

Enrique Wernicke
No 71, Enero-Marzo 1976
Tomo XI – Año XI
Pág. 517

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