El perro


Sueño que soy un perro, un perro feliz. No tengo nombre (el perro feliz, como el hombre feliz, no tiene nombre) y deambulo por las callejuelas de los barrios pobres. No es que aquí abunde más la comida, los apetecibles huesos: quienes habitan en la zona son recolectores de desperdicios, vagos, maleantes, prostitutas, obreros desplazados, mendigos, enfermos casi todos ellos; no abunda la comida, es cierto, y con frecuencia el hombre la disputa al perro; más los señores ricos tienen en estos barrios una especie de basurero habitado, y los desperdicios de las comilonas de los grandes señores van a parar a estas calles…

Meto la cabeza en esos desperdicios, y luego asomo el hocico relamiéndome la lengua colorada y húmeda. Soy feliz: no tengo un amo que me acaricie el cogote ni la seguridad de un rincón; pero soy feliz. A ratos me harto algo, cuando puedo; y cuando no encuentro nada en que hincar el diente, me consuelo persiguiendo gatos parias.

Pero despierto del sueño, y soy de nuevo infeliz. Porque me he acostumbrado paulatinamente a ese papel, que en apariencia cuadra tan poco al señor que vive y sufre este castillo.

Álvaro Menén Desleal
No. 84, Noviembre-Diciembre 1980
Tomo XIII – Año XVI
Pág. 373

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