Tálamos celestes

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Mientras descansen sobre lechos tan dulces como el tálamo nupcial, estarán cerca de ellos lindas jóvenes de pecho alabastrino, hermosos ojos negros y modestas miradas. Ningún hombre ningún genio profanó sus costumbres y su pudor; las perlas no igualan en blancura y esplendor a estas vírgenes encantadoras; el amor que existe lo sentirán ellas mismas y los dos amantes gozarán de una juventud inalterable. Junto a este encantado lugar se abren otros dos jardines coronados de un verdor eterno y adornados de dos bulliciosas fuentes. Allí se hayan reunidas las más variadas frutas, y huríes de maravillosa belleza en soberbios pabellones. Cada acción buena será para los justos un grado de felicidad, y beberán un vino exquisito, mezclado con agua del paraíso de la cual beben los querubines, cerca de un manzano sin espinas y del árbol que produce los perfumes.

En El Corán
No. 25, Agosto 1967
Tomo IV – Año IV
Pág. 623

Cayo Petronio Arbitrio

Petronio

Petronio

(Gaius (Titus) Petronius Arbiter)

(Massalia (antigua Marsella) c, 14/27: c.65, Cumas)

 

Cayo o Tito Petronio Árbitro (en latín Gaius Petronius Arbiter), nacido en algún momento entre los años 14 y 27 en Massalia (actual Marsella) y fallecido ca. del año 65 y 66 en Cumas, fue un escritor y político romano, que vivió durante el reinado del emperador Nerón.

Existe una breve biografía sobre este autor en los Anales del historiador Tácito, y otras hipótesis menores sobre su identidad. El propio Tácito, Plutarco y Plinio el Viejo describieron a Petronio como elegantiae arbiter (también expresado arbiter elegantiarum), «árbitro de la elegancia» en la corte de Nerón.

El historiador romano Tácito (Anales, XVI, 18) se refería a él como arbiter elegantiae («árbitro de la elegancia»). Su sentido de la elegancia y el lujo convirtieron a Petronio en organizador de muchos de los espectáculos que acontecían en la corte de Nerón. Petronio fue también procónsul de Bitinia, y más tarde cónsul.

Su influencia sobre Nerón infundió celos en el prefecto del pretorio Cayo Ofonio Tigelino, otro de los favoritos del emperador, pues lanzó contra él acusaciones falsas. Participó en una conjura encabezada por Pisón. Nerón, avisado, le ordenó permanecer en Cumas. El escritor decidió quitarse la vida: se dejó desangrar hasta morir. Se dice que había enviado al emperador un escrito en el que pormenorizaba todos los vicios del tirano.

Petronio es autor de una notable obra de ficción, una novela satírica en prosa y verso titulada El Satiricón, (ca. 60), de la cual se conservan algunos fragmentos. Narra las aventuras de dos libertinos: Encolpio y Ascilto, e incluye algunos cuentos milesios sexualmente explícitos.

El estilo poético de Petronio es muy manierista, parecido al de Ovidio. El Satyricon es el primer ejemplo de novela picaresca en la literatura europea. A esta obra se le puede considerar modelo de novelas posteriores. Aporta una descripción única, a menudo enormemente deshinibida, de la vida en el siglo I d. C.

A pesar de que su narrador se expresa en el mejor latín de la época, la obra es especialmente valiosa por los coloquialismos en los parlamentos de muchos personajes, que ofrecen un interesante objeto de estudio acerca del latín vulgar de la época. El episodio más famoso es el Banquete de Trimalción, una descripción sumamente realista de un banquete ofrecido por un nuevo rico y ostentoso liberto.

El Satiricón sirvió de inspiración para la película homónima, en 1969, del cineasta italiano Federico Fellini.

Petronio ha sido personaje de varias novelas, entre las cuales destaca Quo Vadis?, del escritor polaco Henryk Sienkiewicz, también llevada al cine[1].

 

[1] http://es.wikipedia.org/wiki/Petronio

El lobo

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Logré que uno de mis compañeros de hostería —un soldado más valiente que Plutón— me acompañara. Al primer canto del gallo emprendimos la marcha; brillaba la luna como el sol a mediodía. Llegamos a unas tumbas. Mi hombre se para; empieza a conjurar astros; yo me siento y me pongo a contar las columnas y a canturrear. Al rato me vuelvo hacia mi compañero y lo veo desnudarse y dejar la ropa al borde del camino. De miedo se me abrieron las carnes; me quedé como muerto: lo vi orinar alrededor de su ropa y convertirse en lobo.

Lobo, rompió a dar aullidos y huyó al bosque.

Fui a recoger su ropa y vi que se había transformado en piedra.

Desenvainé la espada y temblando llegué a casa. Melisa se extrañó de verme llegar a tales horas. “Si hubieras llegado un poco antes —me dijo—, hubieras podido ayudarnos: un lobo ha penetrado en el redil y ha matado las ovejas; fue una verdadera carnicería; logró escapar, pero uno de los esclavos le atravesó el pescuezo con la lanza.”

Entré en la hostería; el soldado estaba tendido en un lecho. Sangraba como un buey; un médico estaba curándole el cuello.

Al día siguiente volví por el camino de las tumbas. En lugar de la ropa petrificada había una mancha de sangre.

 

Cayo Petronio Arbitrio
No. 5, Septiembre 1964
Tomo I – Año I
Pág. 94

El edificio

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Los ascensores saben, bajan. Nadie sabe cuántos pisos tiene el edificio serían treinta u ochenta. ¿O quizá diez veces más? Hay ascensores que se paran en cada piso, otros suben de un jalón hasta arriba. Cuando ya son muchos pisos y en las cocinas no calla nunca el tintineo de los vasos y tazas, la parte superior del edificio, con toda le gente en ella, se desprende. De estas personas no vuelve a saberse nada. Pero podemos suponer que les va bien.

Hay también escaleras, claro. Muchos prefieren las escaleras. Muchos suben los quinientos pisos sin parar. Otros suben un piso y bajan dos. Porque hacia abajo también hay escaleras. Hacia abajo hay también ascensores que suben y bajan. Nadie sabe cuántos pisos tiene el edificio hacia abajo. De todos modos son muchos, aunque no siempre. Porque cuando son muchísimos y puede haber peligro, y claro que la profundidad es más peligrosa que la altura, la parte de abajo se separa y baja con toda la gente a las profundidades más profundas. Y aunque no vuelve a recibirse noticia de esas personas, sería absurdo preocuparse por ellas. Además, ellas mismas se lo buscaron.

El edificio no sólo tiene arriba y abajo: para muchos una cosa es tan inaceptable como la otra. Así, hay pasillos horizontales en todos los pisos. Nadie conoce el largo de los pasillos. Pero corre el rumor de que los que caminan y caminan y no quieren volver sobre sus pasos y sólo desean seguir adelanteiadelanteiadelante, que éstos acaban por llegar al sitio de donde partieron.

De todos ellos los que más me conmueven son quienes desdeñan los ascensores y suben por las escaleras y sólo anhelan llegar al primer descanso y cada peldaño les cuesta trabajo, y al fin mueren cuando están a punto de llegar al escalón desde el cual hubieran podido ver el primer descanso.

 

Mariana Frenk
No. 5, Septiembre 1964
Tomo I – Año I
Pág. 89