El hambriento

Había una vez un hombre que vivía en un encerrado cuartucho. Estaba tan bien cerrado que ni la luz podía pasar.

No tenía nada, ni agua, ni comida, sólo tenía el aire medido exactamente para él mismo.

Estaba tan solo que su sombra lo había abandonado mucho tiempo atrás.
Un día cuando ya el hambre lo estaba matando, sacó de su chamarra una navaja y empezó a cortar rebanadas de aire. Las cortó chicas, medianas, grandes, cuadradas, redondas, triangulares, exagonales, de mil formas diferentes.

Cuando por fin hubo saciado su apetito murió de asfixia.

Jorge P. Guillén
No. 100, Septiembre-Diciembre 1986
Tomo XV – Año XXII
Pág. 691

El vendedor de lanzas y escudos


En el Reino de Chu vivía un hombre que vendía lanzas y escudos.
—Mis escudos son tan sólidos —se jactaba—, que nada puede traspasarlos. Mis lanzas son tan agudas que no hay nada que no puedan penetrar.

—¿Qué sucedería si una de tus lanzas choca con uno de tus escudos? —le preguntaron.

El vendedor no supo qué decir.

Han Fei
No. 100, Septiembre-Diciembre 1986
Tomo XV – Año XXII
Pág. 684

Altura


Era repulsivo y extraño a la vez aquel insignificante niño de un centímetro de altura. Y tan afligida, la madre. Más a razón de un centímetro por mes, la criatura fue desarrollándose. A la mayoría de edad su longitud era respetable. Cuando falleció, sin cumplir los ochenta años, medía exactamente nueve metros setenta. Que Dios lo haya perdonado.

Francisco Tario
No. 100, Septiembre-Diciembre 1986
Tomo XV – Año XXII
Pág. 675