Becky Rubinstein

BECKY RUBINSTEIN F. (periodista cultural, traductora, poeta y escritora) México,1948. Estudió para maestra de hebreo en el Seminar ha Kibutzim en Tel Aviv, la Licenciaturaen Lengua y Literatura Hispánicas, la Maestríaen Literatura Española en la UNAM, el Doctorado en Letras Modernas en la UIA. Obtuvoel Premio Nacional de Cuento Infantil Juan de Cabada (INBA / estado de Campeche, 1988) por Un árbol Gatológico y el Premio Nacional Tinta Nueva (2 006) por Toro aciago. En 1997 recibe la Menciónde Honor del Premio Mundial de Literatura José Martí (Costa Rica)Su obra infantil se encuentra Amquemecan, Corunda, PAX, Trillas, Porrúa, Junco, Alfaguara, Santillana, Progreso, Everest, Quinto Sol y SITESA.[1]

Originalidad

Hubo una vez, en el país de las notas negras y blancas, una niña que tocaba el piano sin tomar descanso ni respiro.

Ella, sus padres y maestros —estos últimos numerosos e incalculables— soñaban con que la incipiente pianista fuera a toda costa una artista original, irrepetible en el mundo del arte. Por ello, tras un consenso, se decidió que interpretaría únicamente obras creadas para la mano izquierda. Aquellas para la mano derecha, o bien para ambas manos, serían desechadas de su repertorio.

Y la niña creció, entre aplausos y ancores. Y todo, gracias a su pasmosa originalidad, ganada a pulso con su trabajada mano izquierda. La mano derecha estuvo fuera de todo proyecto.

Y una noche, en Bellas Artes, mientras ya la madura artista interpretaba una pieza de Ravel, fruto musical para la mano izquierda, su mano derecha, la no tocada, la inmaculada y virgen, cayó en añicos sobre el escenario.

Becky Rubinstein
No. 100, Septiembre-Diciembre 1986
Tomo XV – Año XXII
Pág. 713

La mandarina china

Con la uñas quité la cáscara y con mis dedos desgajaba una de las dos mandarinas que llevaba en las manos. La otra era para la “China”. Siempre he disfrutado más el exquisito olor impregnado en mis manos que ni el mismo sabor del delicioso jugo en mi boca, el cual mojaba mis labios resecos por la sed.

Por el doblar de las campanas en la parroquia y por la hora en que salen las hetairas acicaladas a trabajar, me dí cuenta que el tiempo había pasado sin que la “China” llegase a la cita. Transcurridos cincuenta minutos, pensé: “Mi error fue haberle anunciado que hoy quería hacer el amor con ella”.

Anoche, con mis uñas arranqué su sostén y con mis dedos traté de desgajar sus jugosos senos, que sangraban; los tomé entre mis manos llevándolos hasta mis labios sedientos. En eso, desperté exaltado súbitamente. Sobre mi boca y nariz, mis manos emanaban, aún fresco, el aroma a mandarina.

Hugo Zdeinert
No. 100, Septiembre-Diciembre 1986
Tomo XV – Año XXII
Pág. 712