Ronda por el cuento brevísimo

 

Por Edmundo Valadés

Desestimado en mucho como creación menor, la del miniaturista, el cuento breve o brevísimo no ha merecido ni recuento, ni historia, ni teoría, ni nombre específico universal, como lo demanda Marco Antonio Campos, salvo los que desde la revista El cuento le dimos de minicuento o minificción, y que han sido generalizándose. Pero su interés, su circulación, su creciente ejercicio y su valor como género literario han ido en ascenso: es ahora una elaboración que prolifera en las letras contemporáneas, y que se ensaya o se colma muy extensamente en nuestros países, sea en el estudio del escritor o en el taller de los que se inician en la narrativa: de allí su reproducción constante en revistas y suplementos y la multiplicación de libros forjados con minicuentos.

Su mayor difusión, impulso y estímulo se lo ha dado la revista El cuento, desde hace más de 25 años en que empezó a publicarlos profusamente, y que organizó el primer concurso de dichos textos, y es ya constante, diría que insoslayable, su inclusión en revistas y suplementos literarios. Incluso, incitó en Colombia a que se creara una publicación especializada en recogerlos: Ekuóreo. Una bibliografía de obras en tal especialidad haría evidente su múltiple presencia, quizás como reciente fenómeno creativo en la literatura latinoamericana contemporánea.

Expresivo de su beligerancia es este casi manifiesto lanzado por la revista Zona, de Barranquilla, Colombia, de Laurián Puerta, en el que se le concede función literaria subversiva: “Sacado de una de sus falsas costillas, el minicuento, ese extraño género del siglo XX, ha conducido al cuento clásico al camino de una estrepitosa bancarrota. Parece una afirmación temeraria. Pero es una rebelión inexorable que viene gestándose desde la cuentística inaugurada por Poe. La primera escaramuza fue con el relato breve. Y al minicuento se le ha encomendado la delicada misión de darle el tiro de gracia”.

En otra página se agregan, bajo un título de aire provocativo, “¡Ni un paso atrás, siempre en el minicuento!”, estos conminatorios postulados: “Concebido como un híbrido, un cruce entre el relato y el poema, el minicuento ha ido forjando su propia estructura. Apoyándose en pistas certeras se ha ido despojando de las expansiones y las catálisis, creando su propia unidad (!) lógica, amenazada continuamente por lo insólito que lleva guardado en su seno. La economía del lenguaje es su principal recurso que devela la sorpresa o el asombro. Su estructura se parece cada día a la del poema. La tensión, las pulsaciones internas, el ritmo y lo desconocido se albergan en su vientre para asaltar al lector y espolearle su imaginación. Narrado en un lenguaje coloquial o poético, siempre tiene un final de puñalada. Es como pisarle la cola a un alacrán para conocer su exacta dimensión… El cuento clásico ha sido domesticado, convertido en una sucesión de palabras sin encantamientos. El minicuento está llamado a liberar las palabras de toda atadura. Y a devolverle su poder mágico, ese poder de escandalizarnos… Diariamente hay que estar inventándolo. No posee fórmulas o reglas y por eso permanece silvestre o indomable. No se deja dominar ni encasillar y por eso tiende su puente hacia la poesía cuando le intentan aplicar normas académicas”.

Aparte de ciertas puntualizaciones que ameritaría este aguerrido manifiesto, no de ser otra certitud del auge de los significados actuales del cuento brevísimo, que encuentra allí partidarios que lo enarbolan como desideratum cuentístico. Otro signo del interés que despierta, es la relación sobre el cuento en Hispanoamérica, de Juan-Armando Epple, publicada en la revista argentina Puro Cuento, con valiosas sugerencias y datos respecto al género, y en la que señala que la revista El cuento, lo bautizó como “mini-cuento”, y que tales textos, para Enrique Anderson Imbert, son “cuentos en miniatura”.

Minificción, minicuento, micro-cuento, cuento brevísimo, arte conciso, cuento instantáneo, relampagueante, cápsula o revés de ingenio, síntesis imaginativa, artificio narrativo, ardid o artilugio prosísticos, golpe de gracia o trallazo humorístico, sea lo uno o lo otro, es al fin también perdurable creación literaria cuando ciñe certeramente su mínima pero difícil composición, que exige inventiva, ingenio, impecable oficio prosístico y, esencialmente, impostergable concentración e inflexible economía verbal, como señala José dela Colina, para los que él llama “cuentos rápidos”. La minificción no puede ser poema en prosa, viñeta, estampa, anécdota, ocurrencia o chiste. Tiene que ser ni más ni menos eso: minificción. Y en ella lo que vale o funciona es el incidente a contar. El personaje, repetidamente notorio, es aditamento sujeto a la historia, o su pretexto. Aquí la acción es la que debe imperar sobre lo demás.

Para aludir a lo que es o debe ser este género, parto de la base tentativa, arriesgándome a pisar terreno muy resbaladizo, de considerar minificción al texto narrativo que no exceda de tres cuartos de cuartilla. Más no, porque rebasando tal obligada limitación, que implica resolver los problemas de apretujar una historia fulminante en unas quince o diecisiete líneas mecanografiadas a doble espacio, sería posiblemente cuento. ¿O dónde se puede separar el espacio entre cuento y minificción?

Si me remito a las minificiones que más han cautivado, sorprendido o deslumbrado, encuentro en ellas una persistencia: que contienen una historia vertiginosa que desemboca en un golpe sorpresivo de ingenio. Así el suceso contado se resuelva por el absurdo o la solución que lo subvierte todo, delirante o surrealista, vale si la descomposición de lo lógico hasta la extravagancia, lo inverosímil o la enormidad, posee el toque que suscite el estupor o el pasmo legítimos si se ha podido tramar la mentira convalida estrategia. Temática frecuente del minicuento, quizás la más localizable, es el reverso, la contraposición a historias verídicas, estableciendo situaciones o desenlaces opuestos a incidentes famosos, reales o imaginarios, o las prolongaciones del antiguo juego entre sueño y realidad, o invención de seres o regiones ficticias, como serían los casos de Michaux, Borges, Calvino, por citar algunos entre los más admirables.

Las más de las veces, lo que opera en las minificciones certeras o afortunadas es un inesperado golpe final de ingenio, cristalizado en contadas líneas, en una fórmula compacta de humorismo, ironía, sátira o sorpresa, si no todo simultáneo. Otra ocurrencia es la alteración de la realidad, en mucho por el sistema surrealista, al ser transformada por el absurdo, de modo inconcebible o desquiciante, creando una como cuarta dimensión, en la que se violentan todas las reglas de lo posible.

El cuento brevísimo es invención oriental, quizás mas particularmente china, por estar en su literatura, creada hace siglos, algunos de los mas redondo y ejemplares. En libros sagrados o históricos, de la mas remota antigüedad, hay insertos algunos inesperados o fortuitos, disimulados como partes de un texto dilatado, que al ser extraídos, adquieren calidad de inopinadas o reconquistadas miniaturas narrativas. En El Talmud o en sus similares árabes, hindúes, etcétera, proliferan casi siempre propuestos como sabios consejos metafóricos de una religión, de una ética o una tradición en los usos y costumbres, deviniendo a veces en minificciones, porque aunque no se lo hubieran propuesto, a sus autores, generalmente anónimos, les brotó de pronto el género. Los hay deliciosos, en El libro las mil noches y una noche, y posteriormente en otros libros occidentales como el Novellino, por dar un ejemplo.

Algunos clásicos españoles los retoman de literaturas orientales o del propio acervo folklórico, con deliberación y gracia: baste citar a Juan Timoneda, uno de los más perdurables, y a Juan Rufo o Juan Aragonés, entre otros. Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, en preciada antología Cuentos breves y extraordinarios, extraen, ubicándolos o casi forjándolos, al descubrirlos en obras voluminosas, por medio de múltiples y atentas lecturas, textos mínimos de diversos autores clásicos o modernos, y que al ser atrapados adquirieron naturaleza de minicuentos, en una tarea explorativa que yo he extendido en El libro de la imaginación.

Tal vez podría determinarse el año de 1917 como el de la fundación del cuento brevísimo moderno en México y demás países de Latinoamérica, con uno, titulado A Circe, primer texto con que se abre un libro entonces de insospechadas radiaciones e influencias, Ensayos y poemas, editado ese año y que le daría celebridad a largo plazo al cuento y su entonces joven autor, el mexicano Julio Torri, que frisaba entonces en los 28 años.

Hay cierto consenso en que esa mínima prosa es la pequeña obra maestra suya, pues en mucho contiene su estilo conciso, irónico, malicioso, de elaborada exactitud idiomática. Texto que con otros de su libro Ensayos y poemas influirán primero, induciendo a varios de sus contemporáneos a forjarlos: Genaro Estrada, Carlos Díaz Dufóo, Mariano Silva y Aceves; más tarde en Novo, que los colma maliciosamente, dejando varios felizmente antologables, y de seguro en la serie que envuelve Tapioca Inn; de Francisco Tario, comprimidos de grato humorismo y fantasía, y que prosiguen en sus cuentos de fantasmas, “donde lo vivo y lo muerto juegan alegre y despreocupadamente”, y luego en la generación que por los años cincuenta lo redescubre, lo revaloriza con mas atenta mirada crítica, suscitándose con “Circe”, una secuencia dedicada a Ulises, que tramarán en un contrapunto de juguetonas versiones, el español Agustí Bartra y los mexicanos Salvador Elizondo y Marco Antonio Campos, entre otros más aquí y en países sudamericanos.

Pero la repercusión de Torri actúa particularmente en el caso excepcional de Juan José Arreola, quien burilará milagrosos textos y cuentos en los que corretean graciosas socarronerías y un incisivo y mortal aire irónico, en una operación de magnánimo y variado ingenio, para convertirse en uno de los grandes alborozos de nuestra literatura, o quizás en su gran alborozo. La obra de Arreola influye a su vez incalculablemente en la generación de los años cincuenta y más allá, y la que debido a esa activación, revaloriza a Torri y se nutre de sus enseñanzas idiomáticas y del ejemplo de que en sus textos “ninguna palabra estuvo de más”.

En este vistazo a otras expresiones de la ficción breve del siglo XX, recurriendo a la memoria, Franz Kafka elabora maestrías de mínima medida en las que reaparecen los temas profundos de sus novelas, artefactos explosivos para detonar angustias y conflictos del destino humano. Y Ambrose Bierce, cabecilla de lo corrosivo, de la sátira fulminante sobre la condición humana a la que desnuda con pinzas de acero escéptico. Hay que mencionar a un cuantioso creador de ellas, Ramón Gómez dela Serna, quien en su libro Caprichos forja unas doscientas, entre las cuales, si no todas, las hay magníficas y logradas. Que yo sepa, ningún otro escritor en nuestro idioma ha intentado tantas.

Jules Renard es gran maestro de minificciones, muy pródigo en ocuparse de personajes y detalles de su Francia rural, en textos irónicos, y quien llega a una especie de hai-kú en prosa, al dar aguda y personal visión del mundo animal. Entre otros franceses, está Max Jacob, que las despliega en su Cornet à dès, con intención más bien poética y, en primera línea, Henry Michaux, portentoso fabulador de textos breves, con los que urde países, ciudades y personajes insólitos, como se ha dicho, nacidos de una riquísima imaginación, de la experiencia onírica o del influjo de la droga, en libros de inventiva fascinante. En Michaux es muy posible que Julio Cortázar encontrara la veta para sus cronopios y famas e Italo Calvino la fuente para establecer sus ciudades invisibles, seductora geografía imaginaria. Jean Cocteau, muy versátil, nos ha dejado miniaturas de singulares efectos, porque parecen la trampa de un prestidigitador.

Quizás el juego entre sueño y realidad, muy chino, se contemporiza con Borges, autor de minificciones ejemplares con alusiones a animales ficticios, para que se repita soberbiamente ese artificio inalcanzable que había de multiplicarse. Entre más escritores argentinos, numerosos, que frecuentan tal zona literaria, Enrique Anderson Imbert es diestro y feraz en maquinar múltiples minificciones, en tanto que Marco Denevi atina incansablemente en reversiones anti-históricas. Anoto de él un libro delicioso, Falsificaciones, por su ingenio en reinvenciones relampagueantes, así como Héctor Sandro, de los más notables en el arte conciso, Y entre otros mencionables, a Ana María Shúa y a Rodolfo Modern, que en un libro aparentemente chino, logra válidas réplicas a versiones de clásicos chinos.

Entre los españoles, A. F. Molina, con sus libros Arando en la madera y Dentro de un embudo, realiza travesuras de desenfrenado humor negro, en tanto que Alfonso Ibarrola es creador de textos de un extraordinario humorismo: su “La Aventura” es una de las mejores brevedades, en esa tesitura, definitivamente antológica. El chileno Alfonso Alcalde, en Epifanía cruda, agrupa una serie inaudita de comprimidos, con impecable factura en la línea de lo absurdo y del humor negro, y que él mismo considera señales de humo, parpadeos de la memoria, hitos de la imaginación, contraseñas o borradores de historias que se quedan debajo de la lengua, entre dientes; o que son cuentos tan efímeros como el hipo, pero el verdadero, eso sí, puntualiza. Otro latinoamericano, el salvadoreño Álvaro Menén Desleal, es de los más consignables, así como su compatriota Ricardo Lindo. En la ciencia ficción mínima, el francés Jaques Stemberg y el belga Pierre Versins tienen textos memorables, porque condensan en ellos historias anticipadoras de lo que podrá acaecer a los terrícolas en siglos futuros, ya cuando entren en colisión con habitantes de otros planetas o cuando se cumpla totalmente su extinción.

Y para no extenderme más, así deje pendientes otras referencias que confirman el auge y la proliferación del género, paso al vuelo sobre autores mexicanos recientes. Perito en la concisión, uno de los mas notables ingenios de la sátira y la fábula en el siglo XX, Augusto Monterroso, apastilla textos de los que destilan burlas, de finísima gracia, y que resultan ejemplario, colmadamente divertido, de las debilidades o de las estupideces humanas. Donoso, juguetón, pero implacable e inflexible, de él dijo José Alvarado: “Augusto Monterroso es uno de los más lúcidos, misteriosos y sutiles prosistas en el castellano de hoy. Pedante fuera señalas su vago parentesco con Borges, Arreola, Marcel Schowb, Jules Renard, algunos ingleses y el mismo Azorín y, también la vertiente original de su expresión”. Cito de salida unos cuantos nombres más de los que sobresalen aquí en la minificción: José de la Colina, René Avilés Fabila, Felipe Garrido, Agustín Monsreal, Otto Raúl González, Olga Harmony, Leopoldo Borrás y Roberto Bañuelas, cantante de ópera que se da tiempo y afición constantes para preparar cápsulas de ingenio, varias de ellas perdurables por la agudeza con que las concentra y remata.

Digamos por último que la minificción es la gracia de la literatura.

Apareció en EL CUENTO, Revista de Imaginación.

No. 119-120 Julio-Diciembre 1991.

El día en que el verde se volvió guinda

Un día el verde decidió ser guinda, a todo el que lo saludaba: “Buen día, Señor Verde”, lo corregía: “Oiga, yo soy el Señor Guinda”. Al principio todos se sorprendieron. “¿El Señor Verde es Guinda? No, es Verde” se aseguraban.

Pero al pasar los días y seguir diciendo el Señor Verde lo mismo, muchos empezaron a sonreír, otros incluso a burlarse. “Este Señor Verde está mal de la cabeza, mira que decir que es Guinda…”

Por los campos y bosques, por las ciudades y pueblos, el señor Verde se anunciaba: “El Señor  Guinda, para servirle”. Tanto fue su insistir que algunos ignorantes y otros ingenuos comenzaron a aceptarlo como cierto. “Señor Guinda, te digo; no es Verde sino Guinda”. Así estos empezaron a propagar más y más entre sus poco inteligentes amigos que el Verde es Guinda. Al rato, los medios letrados comenzaron a dudar de sus conocimientos. “Bueno, tal vez estábamos mal informados; en realidad cualquiera puede ver que el Verde, Guinda es”.

Los árboles se rebelaron: “Es injusto, somos verdes no guindas”. A los que los secuaces del Señor  Verde respondieron quitándoles sus hojas.

Los arbustos gritaron: “Queremos ser verdes, no guindas”, pero por comodidad y por temor al final, todos aceptaron que el verde es guinda.

Todos, claro, menos el Señor Verde que, sonriendo muy para sí, sabía que él era azul.

Golde Cukier
No. 90, 1984
Tomo XV – Año XIX
Pág. 334

Jorge Masciángioli


Jorge Masciángioli

Nació en Buenos Aires en 1929, y tras seguir estudios de magisterio y de filosofía se dedicó a la pintura y a la música. Su acercamiento a la literatura se produjo en 1949, cuando fundó la revista Existencia, y posteriormente obtuvo el premio Losada por su novela «El último piso» y la Faja de Honor de la Sade por su libro «El profesor de inglés». Su pasión se volcó luego al teatro, y con su obra «Safón y los pájaros», estrenada en el Teatro Cervantes, logró el Premio de la Comedia Nacional. Atraído por el cine, su novela «El último piso» fue llevada a la pantalla en 1962 con la dirección de Daniel Cherniavsky, y en 1965 escribió el guión del film inédito «Los tímidos visten de gris», dirigido por Jorge Darnell. Dos años después adaptó para el cine la novela «Gente conmigo», de Syria Poletti, también con dirección de Darnell. Su guión «Comedia de amor» nunca pudo ser llevado a la pantalla, y Masciangioli retornó en 1968 al teatro con «Caramela de Santiago», por la cual logró el galardón del Fondo Nacional de las Artes.
La novela y el cuento regresaron a su trayectoria literaria con «Las moscas de Isabel» y «Así de humanos», libro que logró el premio Fortabat de cuentos. Luego de viajar extensamente por España, Francia, Italia, Inglaterra, México, Perú y Brasil, Masciangioli alternó su trayectoria de dramaturgo y de guionista con el periodismo -fue colaborador de La Nación y de otros medios gráficos- y en 1983 volvió a su tarea de autor teatral con su pieza «Buenaventura nunca más». Posteriormente su nombre cayó en un injusto olvido, falleció a los 74 años luego de una larga enfermedad.

Uno más

Lo único realmente importante que Amonis hizo en su vida, fue nacer.
Cuando murió, pues, nada sucedió en el mundo, ya que habiendo nacido muchos hombres después de él, su desaparición no le importó a nadie.
Entonces levantaron un monumento a su memoria desconocida, y grabaron en él estas palabras: “La humanidad a nadie, por no haber sido nada.”
Y en verdad, lo terrible fue que también después de su muerte, siguieron naciendo muchos otros hombres.

Jorge Masciángioli
No. 90, 1984
Tomo XV – Año XIX
Pág. 331

La bailarina y el seno


Una bailarina que practicaba en público el desnudo total, llevada por un exceso de entusiasmo dejó caer un seno en el escenario. Luego invitó al más curioso de los espectadores a mirar por ese ojo prohibido. En el fondo de la pieza estaba tejiendo una señora de edad de aspecto respetable. Afuera llovía sin consuelo y hasta se escuchaba un piano triste, blando, sonando muy bajo, suave como si tuviese frio, lo que no era efectivo.

Alfonso Alcalde
No. 90, 1984
Tomo XV – Año XIX
Pág. 323

Me ocupan


Y si de pronto corro tras ella. Y si de pronto la agarro por sus espaldas antes de que se interne en el laberinto del aire. Y si de pronto yo aquí, pronunciándome, gesticulando impurezas, decido echar todo para atrás (como en un retroceso a cámara lenta, como si viéramos al bocado saliendo del paladar) y me aproximo a su perfil de agua para convencerme de una por todas de que esta saliendo por mi boca. Y si me resisto a comprobarlo. Y si de pronto me aterrorizo y grito y caigo en cuenta de que, en efecto, mi voz ha sido tomada.

Antonio López Ortega
No. 90, 1984
Tomo XV – Año XIX
Pág. 320

Cartas con amantes


Recibe la carta de su amante. Más que abrir el sobre lo que le provoca es tocarla, tenerla a su lado y sentir que su cuerpo no es el de una almohada. Piensa que para comunicarse realmente con ella es necesario disolverse en un flujo de letras y, atravesando como correo los océanos, aparecer de improviso en el otro lado del mar. Vuelto un líquido viscoso de palabras se introduce en un sobre y comienza la travesía. La carta es depositada en el buzón de ella, él siente cada vez más cercano su olor, su fragancia de mujer oculta. Abren el sobre y él salta apresuradamente para hacer del aire un puente de quejidos. Pero es inútil, no está, su amante yace al otro lado del mar, gritando y revolcándose entre las paredes del sobre que él no termina de abrir.

Antonio López Ortega
No. 90, 1984
Tomo XV – Año XIX
Pág. 309

El desgaste


Recomienza, la bailarina ha desgastado un giro, luego otro, una curva continúa el ensayo hasta círculos concéntricos, algo de espacio se acumula en el color que cuelga de ellos, disminuye el tiempo en cada balanceo, la línea se dobla sobre sí, toma un órgano y se lanza, el aire se altera en la compresión para estallar en otra caída suspendida.

Recomienza, la bailarina ha desgastado el tiempo.

Elvira García
No. 90, 1984
Tomo XV – Año XIX
Pág. 306

Caín


—Aún estas delirando.

—Tengo fiebre pero no estoy delirando. Sé que me matas porque yo lo tengo todo y tú no tienes nada. Por eso me matas. ¿Verdad, Caín?

—Así es, por eso te mato. Pero insisto en que todavía estás delirando y la prueba de que aún estas delirando es que te has confundido: yo no soy Caín: tú eres Caín.

José Antonio Bernal
No. 90, 1984
Tomo XV – Año XIX
Pág. 300

Paloma repetida


Debe haber una paloma repetida en el cielo. Duele comprobarlo pero parece ser así. Hay que buscarla detrás de cualquier nube, debajo de algún ojo. La paloma quizás intente la máscara en sus alas. Es necesario atraparla fuertemente con las manos, es imprescindible destruir el último vestigio de sus ojos. No hay que contentarse con el hallazgo. En su cuerpo encontraremos el rastro de su creador. Ahora sólo nos resta atrapar al hombre repetido.

Antonio López Ortega
No. 90, 1984
Tomo XV – Año XIX
Pág. 283

José Pedro Díaz

José Pedro Dí­az D´Onofrio

Nació en Montevideo en 1921 y a lo largo de su trayectoria profesional ha desarrollado una obra que incluye ensayos, narrativa y poesí­a. Profesor de enseñanza secundaria, Díaz también se ha desempeñado como catedrático de literatura francesa enla Facultad de Humanidades y fue director del Departamento de Filología Moderna de esa facultad, entre otras materias.

Publicó una gran cantidad de estudios literarios sobre otros escritores como, por ejemplo, Julio Herrera y Reissig, Honorato de Balzac y Gustavo Adolfo Bécquer.

También fue un especialista en la obra de Felisberto Hernández y Juan Carlos Onetti. Su obra poética fue reunida en la edición Canto pleno y entre su obra narrativa figuran los tí­tulos El habitante, Partes de naufragio, Los fuegos de San Telmo y su más reciente novela, Las claraboyas y los relojes (2001). Asimismo, incursionó en el periodismo.

La Academia Nacional de Letras de Uruguay lo había postulado para el premio Menéndez Pelayo. También se destacan sus libros Tratado de la llama, Ejercicios antropológicos, El abanico rosa. Suite antigua. Una conferencia sobre Julio Herrera y Reissig, Poesí­a y el espectáculo imaginario.

Falleció a los 85 años en Julio de 2006.  Compartió su último medio siglo de vida con la poeta Amanda Berenguer.[1]

 

Cazadores


En la región son bien conocidos los fusiles. En realidad podría decirse que hay por lo menos uno en cada casa. Y eso se explica, porque el lugar es peligroso. Tanto que se suelen emplear armas muy perfeccionadas, automáticas. Sin embargo, hay un grupo de personas que sostienen que los leones se les debe cazar con lanzas, y dedican buena parte de sus vidas a pulir duras maderas preciosas que trabajan con cuchillos y decoran con tierras blancas y rojas. Son muy respetadas. Cuando andan por las calles, solos o en grupo de dos o tres, con sus lanzas en las manos, los demás se inclinan y les abren el paso. Es a ellos a los que se les consulta para los asuntos graves y, especialmente, para saber de las costumbres de los leones. Ellos informan de todo afable y generosamente. Dos veces al año algunos de entre ellos —dos o tres— salen con sus lanzas al campo para cazar leones. Nunca vuelven. Nadie se extraña de ello: siempre sucedió así.

José Pedro Díaz
No. 90, 1984
Tomo XV – Año XIX
Pág. 268

Gabriel Jiménez Emán

Gabriel Jiménez Emán

(Caracas, 1950).

Escritor venezolano destacado por su obra narrativa y poética, la cual ha sido traducida a varios idiomas y recogida en antologías latinoamericanas y europeas. Vivió cinco años en España y ha representado a Venezuela en eventos internacionales en Atenas, París, Nueva York, México, Sevilla, Salamanca, Buenos Aires, Santo Domingo, Ginebra y Quito. En el terreno cuentístico es autor de varios libros entre los que destacan Los dientes de Raquel (La Dragay el Dragón, 1973), Saltos sobre la soga (Monte Ávila, 1975), Los 1001 cuentos de 1 línea (Fundarte, 1980), Relatos de otro mundo (1988) Tramas imaginarias (Monte Ávila, 1990), Biografías grotescas (Memorias de Altagracia, 1997), La gran jaqueca y otros cuentos crueles (Imaginaria, 2002), El hombre de los pies perdidos (Thule, España, 2005) y La taberna de Vermeer y otras ficciones (Alfaguara, Caracas, 2005), Había una vez… 101 fábulas posmodernas (Alfaguara, 2009). Ha recibido, entre otros reconocimientos, el Premio Municipal de Narrativa del Distrito Federal, el Premio Romero García de Narrativa del Consejo Nacional de la Culturay el Premio Nacional de Narrativa Orlando Araujo y recientemente el Premio Solar de Ensayo de la Fundaciónde Cultura del Estado Mérida (Mérida, 2007) por el libro El espejo lúcido. En el campo novelístico nos ha ofrecido La isla del otro (Monte Ávila, 1979), Una fiesta memorable (Planeta, 1991), Mercurial (Planeta, 1994), Sueños y guerras del Mariscal (Comala, 2001; Ediciones B, Bruguera, 2007), Paisaje con ángel caído (Imaginaria, Yaracuy, 2004) y Averno (El Perro y la Rana, 2007). Sus libros de ensayos literarios son Diálogos con la página (Academia Nacional de la Historia, Caracas, 1984), Provincias de la palabra (Planeta, Caracas, 1995), El espejo de tinta (Fondo Editorial Ambrosía, Caracas, 2008) y Una luz en el camino. Fundamentos de ética para adolescentes (Biblioteca Básica Temática, Caracas, 2004), Espectros del cine (Cinemateca Nacional, Caracas, 1998) y El Contraescritor (El perro y La rana, Caracas, 2008). Como poeta es autor de los libros Materias de sombra (Premio Monte Ávila de Poesía, 1983), Narración del doble (Fundarte, 1978), Baladas profanas (La oruga luminosa, 1993) y Proso estos versos (Círculo de Escritores de Cojedes, 1998), Historias de Nairamá (Fondo Editorial del Caribe, Anzoátegui, 2007). Ha realizado una amplia labor como investigador y antologista, entre cuyas obras se encuentran: Relatos venezolanos del siglo XX (Biblioteca Ayacucho, 1989), El ensayo literario en Venezuela (La Casade Bello, Caracas, 1988), Mares. El mar como tema en la poesía venezolana (Banco Unión- Ateneo de Caracas, Premio ANDA, 1990), Ficción Mínima. Muestra del cuento breve en América, (Fundarte, Caracas, 1996), y antologías literarias con sendos estudios sobre Víctor Valera Mora, Luis Fernando Álvarez, John Lennon y Bob Dylan, Brian Patten, Baica Dávalos, José Lezama Lima, Vicente Huidobro, Ludovico Silva, Salvador Garmendia y Adriano González León. Es traductor de poesía de lengua inglesa y editor independiente. Dirige la revista y las ediciones Imaginaria, dedicadas a lo inquietante y lo fantástico y Coordinador General de la Fundación“Elisio Jiménez Sierra”. Ha sido Coordinador de la Plataformadel Libro y la Lectura (Ministerio del Poder Popular para la Cultura) y Director General del Gabinete Ministerial de Cultura en el estado Yaracuy y miembro de la Junta DirectivaNacional de la Redde Escritores de Venezuela.[1]

 

Antonio López Ortega

Antonio López Ortega

Nació en Punta Cardón, Venezuela, en 1957. De madre canaria y padre caraqueño, vivió su infancia entre los campos petroleros de Maracaibo y la ciudad holandesa deLa Haya.

Cursó estudios de Física y Letras en Caracas y luego de Estudios Hispánicos en París.

Ha publicado seis libros de narraciones breves, entre los que destacan: Cartas de relación (1982), Calendario (1985), Naturalezas menores (1991) y Lunar (1996). Ha sido fundador de la editorial de poesía Pequeña Venecia en 1989, participante del “International Writing Program» dela Universidadde lowa en 1990 y becario dela Fundación Rockefelleren 1994.

En la actualidad, es Director General de la Fundación Bigotten Caracas, Venezuela.[1]

La muñeca


La ves llegar en navidades. Tus padres han procurado comprarla a escala humana y con rizos de oro, exactamente igual a los tuyos, para crear un clima de confusiones.

Le resulta fácil ambientarse en la casa. Desde el mismo momento en que la viste entrar te sorprendió su paso mecánico, la intermitencia de sus ojos y el llanto seco que la abandonaba cuando se daba golpes en el ombligo. De vez en cuando te soltaba un “mamá” y corría estropeadamente hacia tus brazos como huyendo de lobos invisibles, otras veces te tumbaba en su alocada carrera, precisamente cuando la retabas a ver quién subía más rápido las escaleras.

Pero poco a poco fuiste notando su farsa, la máscara de muñeca ingenua que instalaba ante tus padres y los ojos satánicos que veías brillar al lado de tu cama durante todas las noches.

Finalmente supiste sus intenciones cuando conversaron en tu cuarto, veías cómo sus prismas se volvían bombillos, como te iba suplantando de lugar, hasta que decides invitarla al baño y en un descuido fatal le clavas los alfileres en sus ojos y la ves desangrarse con agonía de muñeca, esperando acabarla para siempre.

Y ahora tus padres han creído haber comprado una muñeca diabólica, y es también ahora cuando la expulsan a la calle para proteger a su primogénita, que deambula ciega a través de la casa, tropezando de pared en pared y oyendo el quejido desesperado de su antigua dueña, que yace afuera, pegándole patadas a la puerta y muriendo afónica en las espadas de la noche.

Antonio López Ortega
No. 90, 1984
Tomo XV – Año XIX
Pág. 265

Alfonso Reyes

Alfonso Reyes

 Alfonso Reyes nació en la ciudad de Monterrey (Estado de Nuevo León) el 17 de mayo de 1889; fue hijo del General Bernardo Reyes y de doña Aurelia Ochoa de Reyes. Hizo sus primeros estudios en escuelas particulares de Monterrey, en el Liceo Francés de México, en el Colegio Civil de Nuevo León, en la Escuela Nacional Preparatoria y en la Facultadde Derecho de México, en donde obtuvo el título de abogado el 16 de julio de 1913. En 1909 fundó, con otros escritores mexicanos, el «Ateneo de la Juventud». Allí, junto con Pedro Henríquez Ureña, Antonio Caso y José Vasconcelos se organizaron para leer a los clásicos griegos. En 1910 publicó su primer libro «Cuestiones Estéticas». En agosto de 1912 es nombrado secretario de la Escuela Nacional de Altos Estudios, en la que profesó la cátedra de «Historia de la Lengua y Literatura Españolas», de abril a junio de 1913. El 17 de este mes fue designado segundo secretario de la Legaciónde México en Francia, puesto que desempeñó hasta octubre de 1914. Exiliado en España (1914-1924), después de la muerte de su padre, el general Bernardo Reyes. Se integró a la escuela de Menéndez Pidal y posteriormente en la estética de Benedetto Croce, más adelante publicó numerosos ensayos sobre la poesía del siglo de oro español, entre los que destacan: «Barroco» y «Góngora»; además, fue uno de los primeros escritores en estudiar a sor Juana Inés de la Cruz. De esa época son «Cartones de Madrid» (1917), su breve pero magistral obra, «Visión de Anáhuac» (1917), «El suicida» en 1917 y «El cazador» en (1921).

En España se consagró a la Literatura y al periodismo; trabajó en el Centro de Estudios Históricos de Madrid bajo la dirección de don Ramón Menéndez Pidal.

En 1919 fue nombrado secretario de la comisión mexicana «Francisco del Paso y Troncoso», también en este año efectuó la prosificación del poema del Mío Cid, y en junio de 1920, fue nombrado segundo secretario de la Legación de México en España. A partir de entonces hasta febrero de 1939, en que regresó definitivamente a México, ocupó diversos cargos en el servicio diplomático; Encargado de Negocios en España (1922-1924), Ministro en Francia (1924-1927), Embajador en Argentina (1927-1930 y 1936-1937) y en Brasil (1930-1936). En abril de 1939 fue presidente de la Casa de España en México, que después se convirtió en El Colegio de México, Fue miembro de número de la Academia Mexicana correspondiente de la Española, y catedrático fundador del Colegio Nacional. En 1945 obtuvo el Premio Nacional de Literatura en México. De 1924 a 1939 se convirtió en una figura esencial del continente hispánico, como lo atestigua el propio Borges. Entre sus ensayos de esos años se cuentan «Cuestiones gongorinas» (1927), «Simpatías y diferencias» (ensayos, 1921-1926), «Homilía por la cultura» (1938), «Capítulos de literatura española» (1939 y 1945) y «Letras de la Nueva España» (1948). Maestro del lenguaje, de 1939 a 1950 llegó a la cumbre de su madurez intelectual y escribió una larga serie de libros sobre temas clásicos, como «La antigua retórica» y «Última Tule» en 1942, «El deslinde» (1944), «La crítica en la Edad Ateniense» (1945), «Junta de sombras» (1949). También escribió temas muy variados tales como: «Tentativas y Orientaciones» (1944), «Norte y Sur» (1945), «La X en la frente» y «Marginalia», en 1952. Entre sus traducciones se encuentra parte de «La Iliada» de Homero, en 1951. Su trabajo con el mundo clásico no se limita al de la erudición, es más bien una reinvención de metáforas poéticas y hasta políticas que definen nuevas perspectivas para articular la realidad de México, como su «Discurso por Virgilio» (1931).

En «Ifigenia cruel» (1924), poema dramático en el estilo del teatro clásico, el mito contado por Eurípides se reinventa, y se transforma en una reflexión sobre la identidad y el pasado, una alegoría de su propia vida personal y también de la del México surgido de su propia Revolución.

Fallece este insigne poeta mexicano en el año de 1959.[1]