Sin salida


Soy un montón de músculos retorcidos y quemados…

Tenía todos los nervios al aire. Le dolían los cabellos, uno por uno. Le dolían las uñas. Sentía una aguja clavada en cada poro. Sentía el dolor crujiendo en la caja de huesos del cráneo. ¿Hasta dónde? Van a volver. ¿Hasta dónde se puede aguantar? Van a volver ahora. Una brasa en la oscuridad; dos; muchas. Estás solo, cantaron todos, sabemos que vos sabés, sabemos todo, estás solo como un perro, hijo de puta, cantá. Las palabras volaban; pegaban contra el banco; estallaban. No tenés salida, reconocé, cantá, quiénes son, cuantos nombres, queremos nombres, escuchá, decí no te hagás matar, rezá, hijo de puta, andá rezando. El cerebro había volado en pedazos. Una náusea como una ola con sabor a sangre y olor a podrido. Volverán. Ahora. Vendrán desde los cuatro puntos cardinales, como las palabras y los golpes. El frío de la hoja del cuchillo en el escroto. El caño del revólver hundido en el agujero del culo. Te levantarán nuevamente la capucha: nuevamente verás el chisperío arrasándote el pellejo, mordiéndote la carne, arrancándote la carne de a pedazos. Te revolverás como un pez atrapado. La desesperación resbalosa del pez. Ahora. Volverán. ¿Hasta dónde se puede aguantar? La victoria nos necesita a todos. ¿Nos necesita? ¿Me necesita? Van a volver. Pronto. Ahora. Había querido gritar. La lengua inflada le llenaba toda la cabeza. Los testículos hinchados como globos. El pus chorreando; había sentido, sentía, los minúsculos y repugnantes ríos de pus y sangre deslizándose desde las heridas. Morir. Sí: recordaba. Estas solo, nadie sabe que estás aquí, nadie te vio cuando te llevamos, nadie te conoce, nadie. Te vamos a matar.

Eduardo Galeano
No. 100, Septiembre-Diciembre 1986
Tomo XV – Año XXII
Pág. 739

La sonrisa del caracol

Hombres y mujeres discutían apasionadamente sobre las bondades del amor de sus preferencias: unos defendían la homosexualidad, otros la heterosexualidad, otros más la bisexualidad, mientras tanto, el caracol sonreía…

Mario Rey
No. 100, Septiembre-Diciembre 1986
Tomo XV – Año XXII
Pág. 734

Mi amor

Tengo un amor que me enseñó a tomar leche dulce. También me enseñó a apreciar las voces de los que cantan bien. Sus cantantes favoritos fueron entonces mis cantantes favoritos. También me enseñó cuándo debo ser buena y amorosa, y en qué momentos debo estar seria.

Me enseñó a decirle lo que él quería escuchar, incluso a pensar lo que él quería que yo pensara.

Y hoy, que soy su obra, se siente más solo que nunca.

Verónica Villa Arias
No. 100, Septiembre-Diciembre 1986
Tomo XV – Año XXII
Pág. 732

El señor que amaba a los dragones


El señor Ye amaba tanto a los dragones que los tenía tallados o en pinturas por toda su casa. Cuando de esto se enteró el verdadero Dragón Celestial se puso muy contento y voló a la Tierra; llegó a la casa del señor Ye y metió su cabeza por la puerta y su cola por la ventana. Al verlo, el señor Ye huyó despavorido, a punto de enloquecer.

Esto demuestra que el señor Ye no amaba verdaderamente a los dragones; sólo gustaba de la imagen pero no del auténtico dragón.

Shen Buhai
No. 100, Septiembre-Diciembre 1986
Tomo XV – Año XXII
Pág. 731