En el fondo de la pupila había algo pegado, algo así como una brusca, cuántas veces, caray, había tenido ganas de decírselo, pero no, que si el concierto es a las nueve, que si está limpia la camisa blanca, que si los zapatos deben estar brillantes, y los chiquillos correteando, mojado todo el cuarto y de repente, zás, un chorrillo de agua en plena cara o en las piernas y claro, parecía como si se hubiera orinado y entonces se reían, y se reían, , y tenía también que reírme y luego raspaba y raspaba tratando de quitar la manchita, la brusquita del fondo de la pupila, recuerdo que me había dicho “debe estar limpia, cuídala, siempre debe estar brillante”, (la lámpara de Aladino, pensé yo), y froté, mil veces froté y de pronto descubrí la rayita en el ojo, y el ojo me miraba, subyugantemente y me gustaba mirarme allí tan brillante, tan alargado a veces, tan lleno de ángulos insospechados como los de los santos antiguos, antiguos si, eso era, los cordones eran antiguos y claro, no irían con los zapatos, y el concierto a las nueve, como de costumbre uno corría, sudaba, trataba de estar listo, almidonado, duro igual que los puños de la camisa, igual que la corbata, tieso, y los polvos se pegaban a la cara y entonces había que raspar y raspar, con toda la fuerza de que disponía raspaba hasta sentir que la muñeca dolía y un placer inaudito se entraba en el cuerpo y no sentía entonces el dolor ni el vértigo en las piernas, los músculos se abrían dulcemente y me acercaba a ese ojo brillante, maravilloso que atraía terriblemente como si realmente estuviera iluminado con miles de luces, como en una cinta sin fin, todas las lucecitas alineadas como si fuera una carretera larga y oscura, oscura, larga, la noche sería igual a tantas otras noches de concierto y tus ojos serían pálidos y frescos y luego dirías qué bueno y estarías en silencio el resto de la noche, en un silencio espeso mirándome siempre, mirándome como ahora, como me has mirado desde hace un año, como seguramente me mirarás toda la vida, con ese ojo grandote, iluminado, con una brusca al fondo, mientras yo raspo y raspo y voy acercándome al ojo y la pupila expele sus brazos metálicos y estoy atrapado, igual que ahora, para siempre.
Bertalicia Peralta
No 41, Marzo 1970
Tomo VII – Año V
Pág. 272