Henri Michaux

Henri Michaux

(Namur, Bélgica, 24 de mayo de 1899 – París, 18 de octubre de 1984)

Poeta francés de origen belga, muy conocido también por sus pinturas y dibujos. Nació en Namur en el seno de una familia de clase media. En 1919 abandonó sus estudios de medicina y se embarcó en un largo viaje rumbo a Río de Janeiro y Buenos Aires. De regreso a París, en 1923, estudió literatura y después volvió a viajar hasta 1937 por la India, Asia y América del Sur. Su primer libro Quién fuí (1927) supuso su inmediato reconocimiento como escritor original, que superaba el terreno de los surrealistas, pese a sus afinidades con Rimbaud y Lautréamont. La trayectoria poética de Michaux fue desde el principio claramente espiritual: una vía para el conocimiento de sí mismo. Su creatividad verbal puede considerarse como un ejercicio visionario en el que las palabras, desligadas de su uso común, se emplean para transmitir más un impulso que un significado. Michaux exploró el ‘espacio interior’ de un modo similar al de Cendrars, y su imaginación poética se vio fortalecida por una intensa observación de la realidad, como se pone de manifiesto en sus novelas Ecuador (1929), relatos de sus viajes y peripecias en esa región de América del Sur, o Un bárbaro en Asia (1932). Michaux estaba fascinado por las obras de Paul Klee y W. Wols; desde 1925 buscaba un medio de expresión visual. En 1936 estuvo en Buenos Aires, en una reunión del Pen Club Internacional.De allí viajó a Montevideo, Uruguay, para visitar a su amigo el poeta Jules Supervielle. En ese viaje se enamoró profundamente de la poetisa Susana Soca. Michaux fue colaborador asiduo de la revista Sur, una revista literaria que se editaba en Buenos Aires para ayudar a difundir las actividades de la Resistencia francesa y posteriormente de la Francia de la posguerra. En 1937 empezó a dibujar y a pintar, siguiendo la misma pauta que empleaba en sus escritos: -un viaje a través de uno mismo-. Expuso con regularidad su obra plástica en la galería parisina Le Point Cardinal. Utilizaba siempre técnicas ligeras, y prefería la acuarela o la tempera al óleo. Sus dibujos y escritos a menudo se funden con formas gráficas que le permiten crear un universo poético propio. En 1956, descubrió las drogas alucinógenas y se aficionó a la mescalina. Fruto de esta experiencia son sus textos de -alienación experimental- que reflejan un estado de éxtasis de conciencia Paz en los quebrantes, 1959, pero también el desasosiego que los alucinógenos pueden inducir: El infinito turbulento (1957); Conocimiento en el abismo (1961); Las grandes pruebas del espíritu (1966).

Un hombre apacible

Desplegando los brazos fuera de la cama, Pluma se asombró de no topar con el muro. “Vaya, pensó, se lo habrán comido las hormigas”, y volvió a dormirse.

Un rato después, su mujer lo sacudió: “Mira, holgazán, le dijo, en lo que tú dormías, nos robaron la casa”: efectivamente, un cielo intacto se derramaba en todas direcciones. “Bah, si ya está hecho”, pensó.

Un poco después, escucharon un ruido. Era un tren que se les iba encima a toda velocidad. “Con lo apresurado que va, pensó Pluma, seguramente llegará antes”, y se volvió a dormir.

Luego los despertó el frío. Estaba empapado en sangre. Unos pedazos de su mujer yacían cerca de él. “Con la sangre, pensó Pluma, siempre surgen muchos disgustos; si ese tren no hubiera pasado, me hubiera alegrado mucho. Pero ya que pasó…” y se volvió a dormir.

—Veamos, decía el juez, ¿cómo explica usted que a su mujer la encontraran partida en ocho pedazos sin que usted, que estaba a su lado, pudiera hacer algo para impedirlo, sin siquiera darse cuenta? He ahí el misterio. Todo el problema está en eso.

—Si sigue por ese camino no puedo hacer nada por él—, pensó Pluma y se volvió a dormir.

—La ejecución se efectuará mañana. Acusado ¿tiene usted algo que añadir?

—Discúlpeme, dijo, no seguí el proceso. Y se volvió a dormir.

Henri Michaux (Trad. Elena Milán)
No. 100, Septiembre-Diciembre 1986
Tomo XV – Año XXII
Pág. 705

Eduardo Galeano

Eduardo Galeano

 

Eduardo Germán Hughes Galeano, nace en Montevideo el 3 de septiembre de 1940. En él conviven el periodismo, el ensayo y la narrativa, siendo ante todo un cronista de su tiempo, certero y valiente, que ha retratado con agudeza la sociedad contemporánea, penetrando en sus lacras y en sus fantasmas cotidianos. Lo periodístico vertebra su obra de manera prioritaria. De tal modo que no es posible escindir su labor literaria de su faceta como periodista comprometido.

A los 14 años entró en el mundo del periodismo, publicando dibujos que firmaba «Gius», por la dificultosa pronunciación castellana de su primer apellido. Algún tiempo después empezó a publicar artículos, que firmó ya como Galeano. Desempeñó todo tipo de oficios: fue mensajero y dibujante, peón en una fábrica de insecticidas, cobrador, taquígrafo, cajero de banco, diagramador, editor y peregrino por los caminos de América.

En sus inicios fue redactor jefe de la prestigiosa revista Marcha (1960-64), publicación que durante décadas dio cobijo a las voces más interesantes de las letras uruguayas y que terminó siendo silenciada en 1974 por la dictadura. En el año 1964 Galeano era director del diario Época. En 1973 tuvo que exiliarse a Argentina en donde funda y dirige la revista literaria Crisis, en la que también destaca la labor del poeta Juan Gelman. En 1975 se instala en España, encontrando un país que estaba a punto de dar un salto histórico cualitativo con la recuperación de la democracia. Reside en Calella, al norte de Barcelona. Publica en revistas españolas y colabora con una radio alemana y un canal de televisión mexicano.

Sus primeros escritos son reportajes de corte político en los que la realidad aparece continuamente golpeada por las circunstancias. Tanto el reportaje titulado «China» (1964) como «Crónica de un desafío», del mismo año, o «Guatemala, un país ocupado» (1967) reflejan una escritura de urgencia, de denuncia, que retrata la cotidianeidad de unos tiempos difíciles con una escritura situada siempre en primera línea de los hechos que vertebran el presente. Con «Las venas abiertas de América latina» (1971), explicativo título, logró su obra más popular y citada, condenando la opresión de un continente a través de páginas brutalmente esclarecedoras que se sumergen en la amargura creciente y endémica de América Latina. Esta obra ha sido traducida a dieciocho idiomas y mereció encendidos elogios desde diversos sectores. El escritor alemán Heinrich Böll, Premio Nobel de Literatura en 1972 y autor de «Opiniones de un payaso», obra clave de la literatura contemporánea, llegó a decir a propósito de la obra de Galeano que pocas obras en los últimos tiempos le habían conmovido tanto.

Junto al Galeano periodista empieza a aparecer el Galeano narrador que prolonga en sus obras su visión de América Latina. De la novela corta «Los días siguientes» (1963) a los relatos contenidos en «Vagamundo» (1973) pasan diez años pero se mantiene una misma percepción de las cosas, continuada en «La canción de nosotros» que merecío el premio Casa de las Américas de 1975. En Galeano el contexto político y social no puede eludirse y es el marco central en el que transitan sus historias. «Días y noches de amor y de guerra» (1978) se enmarca en los difíciles días de la dictadura en Argentina y Uruguay.

Con la «Memoria del fuego» hay una recuperación del pasado indigenista. Esta obra narra la odisea de las dos Américas, centrándose en los hechos más cotidianos, componiendo una trilogía febril e incisiva, apoyada en la rigurosidad de las fuentes y en la que se entrecruzan crónicas históricas con pinceladas del presente, siempre en busca de un futuro más justo. De aquella trilogía histórica formaban parte «Los nacimientos» (1982), «Las caras y las máscaras» (1984) y «El siglo del viento» (1986). En los tres libros hay un mismo objetivo y como dice el periodista italiano Gianni Miná, una voz incisiva y militante que trata de impedir que se olvide la tragedia que asola a quienes viven en el más completo subdesarrollo.

«La memoria del fuego» está estructurada en torno a pequeñas vivencias cotidianas que es en donde encuentra Galeano la verdadera grandeza del ser humano. La intrahistoria es el universo en el que caminan las obras del escritor uruguayo, al margen de grandes gestas y de sucesos grandilocuentes, que se apartan del hombre de a pie y del verdadero devenir de los acontecimientos históricos. Son, en palabras de Galeano, historias pequeñas, pero no minimalistas.

Joan Manuel Serrat toma prestado un fragmento de una de estas historias de la «Memoria del fuego» para ilustrar a modo de presentación en sus recitales el tema «Che Pykasumi», que el cantautor interpreta en lengua guaraní.

Un año antes de la publicación de «El siglo del viento» y una vez terminada la dictadura uruguaya regresa a Montevideo. Tres años después firma «El libro de los abrazos», de contenido más sutil y poético. El propio Galeano definiría de este modo la raíz de esta obra: «Creo que un autor al escribir abraza a los demás. Y éste es un libro sobre los vínculos con los demás, los nexos que la memoria ha conservado, vínculos de amor, solidaridad. Historias verdaderas vividas por mí y por mis amigos, y como mi memoria está llena de tantas personas, es al mismo tiempo un libro de «muchos»… Es un equívoco que ha fragmentado los lazos de solidaridad, que ha condenado a este mundo de finales de siglo a tener hambre de abrazos, a padecer de soledad, el peor tipo de soledad: la soledad en compañía. Es el mismo proceso que se manifiesta con la pobreza».
Precisamente en «El libro de los abrazos», uno de los libros más exitosos y logrados de Galeano, está contenido un pequeño relato titulado «La noche». Este relato dividido en cuatro partes sirvió de inspiración a Serrat para su canción «Secreta mujer» que formó parte del álbum «Sombras dela China» (1998):

LA NOCHE / 1
No consigo dormir. Tengo una mujer atravesada entre los párpados. Si pudiera, le diría que se vaya; pero tengo una mujer atravesada en la garganta.

LA NOCHE / 2
Arránqueme, Señora, las ropas y las dudas. Desnúdeme, desnúdeme.

LA NOCHE / 3
Yo me duermo a la orilla de una mujer: yo me duermo a la orilla de un abismo.

LA NOCHE/ 4
Me desprendo del abrazo, salgo a la calle.
En el cielo, ya clareando, se dibuja, finita, la luna.
La luna tiene dos noches de edad.
Yo, una.

El mismo año de «El libro de los abrazos» aparece «Nosotros decimos no». En 1992 publica «Ser como ellos y otros artículos» y un año después «Las palabras andantes», recopilación de cuentos y reflexiones ilustrados por el artista brasileño José Francisco Borges. El propósito de Galeano en los 90 sigue siendo el mismo que le había impulsado en las otras décadas. Palpar la realidad para mostrarla en un libro. Como respiro, muestra su pasión por el fútbol y lo reivindica desde la literatura, al modo que también hará Javier Marías, en un libro titulado «El fútbol a sol y sombra».

En 1998 Galeano ofrece en «Patas arriba. La escuela del mundo al revés», otro de esos libros de denuncia que no edulcoran el presente ni rehuyen de sus sombras. Es por tanto Galeano un ejemplo de coherencia en una obra que sirve siempre de guía a la hora de definir un continente como el de América Latina que debe seguir cerrando heridas. La voz de Galeano suena clara en el marasmo de intereses e injusticias cotidianas. Más allá de una obra literariamente sólida, está la figura del cronista que persigue injusticias, que conjura temores, que rescata del abismo personajes e historias postergadas.

La obra de Eduardo Galeano nos convoca a mirar qué pasado hemos levantado y qué futuro estamos dejando para nuestros descendientes. Establece un frente común contra la pobreza, la miseria moral y material, la hipocresía de un mundo que sigue abriendo cada vez más distancias entre los que tienen y los que no tienen. Lo demagógico puede ser un riesgo inevitable en este tipo de propuestas, pero Galeano la salva con un estilo conciso, brillante y, sobre todas las cosas, necesario. En Eduardo Galeano hay un compromiso constante con el ser humano y sobre todo una fidelidad a unas ideas que condenan el neoliberalismo y que siguen apostando por un socialismo real, no de andar por casa, y que de alguna forma recupere el pulso perdido, lejos del presente en el que el hombre es visto como una mercancía y en el que parece que no hay lugar para las utopías.

Eduardo Galeano reside desde 1985, -tras finalizar la dictadura uruguaya-, en su Montevideo natal donde sigue haciendo su literatura y su periodismo de marcado tinte político.
En la actualidad dirige su editorial llamada «El Chanchito».

Su narrativa está acosada por la realidad inmediata de América Latina, transformándose sus obras, traducidas a más de veinte idiomas, en un archivo histórico-cultural de todo el continente.[1]

Amigos

El delator estaba aturdido por los golpes y las voces: ¿Adónde te vas a meter? Siempre podemos encontrarte. Siempre. Sabemos todo. ¿Creías que te ibas a esconder? No hay ningún lugar. Nunca vas a poder escapar de nosotros. No hay ninguna cueva donde nosotros adonde nosotros no podamos llegar. Ninguna cueva en ninguna parte del mundo. Así que no querías colaborar. Y nosotros creímos que eras una pobre mosquita. Ya no es más nuestro amigo. Ya no nos quiere. ¿Amigo de esta mierda, yo? Vamos a romperle el culito. Tocá, tocá. A ver si echa sangre. ¿Es tu primera noche, desgraciado? Mirá, tantéalo. Está bueno. Llora, está llorando. ¿Estás llorando, angelito? No se merece lo que hacemos por él. Una basura. Vos, basura, te estoy hablando. Mírame cuando te hablo. Decíme señor, ¿oíste? ¡Señor! ¿A ver cómo se dice señor? Ah, sí, Así, así. Está llorando. El desgraciado este está llorando. El cagón este. Escuchen cómo llora. Así que ibas a hacer una revolución, vos. Ahora no te animás a decir nada, ¿eh? Pero si será mierda. No le pegues más, no te gastés las manos. Él nos va a llevar a donde está su amiguito. No seas gil. Tomá un café. ¿No es verdad que nos vas a llevar? Vos sos de los nuestros. Sí, sí, nos vas a llevar. Tomá no llores. No, mañana no. Ahora. Pero descansá un poco. Tranquilizate. Pero si ya pasó todo. ¿Por qué llorás? Somos amigos, como antes, y vos vas a ser buenito y nos vas a ayudar, hijo de puta.

Eduardo Galeano
No. 100, Septiembre-Diciembre 1986
Tomo XV – Año XXII
Pág. 630