La trampa

Hay un pájaro que vuela
En busca de su jaula.
F. Kafka

Cada vez que una mujer se acerca turbada y definitiva, mi cuerpo se estremece de gozo y mi alma se magnifica de horror. Las veo abrirse y cerrarse. Rosas inermes o flores carniceras, en sus pétalos funcionan goznes de captura: párpados tiernos, suavemente aceitados de narcótico. (En torno a ellas, zumba el enjambre de jóvenes moscardones pedantes.)

Y caigo en almas de papel insecticida, como en charcos de jarabe. (Experto en tales accidentes, despego una por una mis patas de libélula. Pero la última vez, quedé con el espinazo roto.)

Y aquí voy volando solo.

Sibilas mentirosas, ellas quedan como arañas enredadas en su tela. Y yo sigo otra vez volando solo, fatalmente, en busca de nuevos oráculos.

¡Oh Maldita, acoge para siempre el grito de mi espíritu fugaz, en el pozo de tu carne silenciosa!

Juan José Arreola
No. 121-122, Enero-Julio 1992
Tomo XXI – Año XXVIII
Pág. 50

Misión frustrada

Con las municiones que le quedaban (y sabía que eran las últimas) tenía que acabar con el enemigo que, oculto tras las peñas, esperaba con su ametralladora a que se acercara el último avión de bombas y derribarlo. Ambos, además de querer salvar la propia vida, tenían un objetivo acrecentado por la respectiva propaganda, el odio y el heroísmo.

A la una en punto, ninguno de los dos soldados había dejado de observar y de protegerse, acumulando paciencia y rencor contra el sol que aumentaba el malestar de la fatiga y la sed.

A lo lejos se oyó el zumbar conocido de un avión. Cuando el de la ametralladora, con los nervios tensos y las manos empapadas de sudor se aprestaba a disparar, llegó la orden de tregua en la voz de la madre de otro niño: “Arno, te llama tu mamá para que vayas a comer”.

Roberto Bañuelas
No. 121-122, Enero-Julio 1992
Tomo XXI – Año XXVIII
Pág. 48

Pigmalión

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Fue al revés: la hermosísima Galatea era un ser vivo. Pero en cuanto le apareció la primera arruga. Pigmalión, egoísta como todos los estetas, le suplicó a Venus que convirtieses a su amada en una estatua. La diosa consintió. Y desde entonces Pigmalión acariciaba una mujer de mármol en vez de una mujer de carne, “Lo prefiero —afirmaba con toda seriedad—. Es fría e inerte, pero al menos no envejece, no huele mal, no dice tonterías”

(N. N. : Papeles para Ucronia.)

Marco Denevi
No. 121-122, Enero-Julio 1992
Tomo XXI – Año XXVIII
Pág. 36